En tiempos de pandemiados tipos de discurso mediático confluyen, al menos, en una idea: la intervención del Estado autoritario. Uno de ellos proviene del periodismo de las empresas de medios: paneles de debate, programas periodísticos y notas de opinión en medios gráficos de proyección nacional. En términos generales plantean acusaciones en relación con el alto nivel de pobreza aún existente, producto de la inacción de los sucesivos gobiernos desde los años de instauración de la democracia en 1983 (sin tomar en cuenta, claro, los últimos 4 años del gobierno de la alianza Cambiemos o el anterior gobierno de Fernando De la Rúa). En esta línea se enuncian discursos como “la muerte de las políticas”, porque, según se da cuenta, hasta la fecha los gobiernos “populistas” no resolvieron la inequidad social.

La develación de la pobreza y el empleo informal que muestra la crisis epidemiológica lleva a ciertos periodistas /entretenedores a tirar nuevamente estadísticas – discuten si Cristina Kirckner dejó un alto porcentaje de pobres el 30%, o no- pero en ningún caso se presentan situaciones reales. Una paradoja, porque en ciertos momentos el periodismo “objetivo” no se cansa de mostrar la indigencia social como un mapa folclórico. Y no porque no existan sectores en situación de marginalidad social, sino porque lo hacen desde una expresión de indignación, ilustrativa, pero no de compromiso social.

Desde el inicio de la detección de la covid-19, la televisión acusa casi al unísono la improvisación del gobierno nacional: no hay un discurso unificado, desde el poder central no conciertan con los diferentes distritos y provincias del país. A medida que pasan los días, a partir de la decisión del ASPO,  y luego de las conferencias del gobierno nacional junto a las autoridades del AMBA, el tema es: no hay un plan para salir de esta situación. Nuevamente, estamos frente a un grupo de gobernantes improvisados. Y si alguna periodista intenta plantear la credibilidad en el Estado antes que en el mercado, allí están otros conductores para recordarle que quienes hoy están en el gobierno son los mismos que antes hicieron todo mal.

El otro discurso proviene de un grupo de intelectuales, los de “la infectadura”, término obvio, que resulta de la contracción entre las palabras infección y dictadura: un slogan propio del marketing, hasta pegadizo, para criticar las medidas de un gobierno democrático y claramente rebatible desde la teoría política. Lo curioso es que el ámbito desde donde se lo enuncia es el de la impugnación del conocimiento científico. Hablan intelectuales que ponen en disputa el saber racional: no ya desde la verdad universal cuestionada por Foucault, sino, desde la construcción de una idea común. En esta idea, muy próxima al pensamiento mágico y tan lejano de las posiciones científicas, un grupo de intelectuales surge de las tinieblas para anunciar (nos) el peligro que corre nuestra libertad individual con esta cuarentena tan prolongada. ¡Caramba! Si no fuera porque sus enunciados se parecen más al pensamiento de “doña Rosa”, el mítico personaje del otrora periodista Bernardo Neustadt, antes que la de un grupo de académicos formados en una institución del conocimiento, no lo relacionaríamos con el discurso de cierto periodismo.

Los dos tipos de discursos, el de los medios y el de los intelectuales, coinciden en una misma explicación, más allá de compartir un universo ideológico similar, que no caben dudas existe: es que estamos frente a un Estado totalitario que coarta las libertades civiles y económicas. No se trata de desconocer los problemas que genera para la producción y el empleo la situación del ASPO -por demás perjudicial-, sino de la conexión entre el acostumbrado lenguaje audiovisual escandaloso de la TV y los “estilos efectista” para llamar la atención del espectador, desde un pensamiento, se supone, contrapuesto con la banalidad televisiva. Sin embargo, el lenguaje de la sin-vergüenza mediática es la modalidad que adoptaron quienes quieren convocar la atención, pedir que los escuchen. Y lo hicieron desde frases, slogans que muchas veces funcionan bien en el mercado de las ideas, no siempre en estrategias discursivas de la política.

No son los personajes del espectáculo televisivo, sino aquellos que se definen intelectuales quienes construyen frases altisonantes en momentos de la covid-19. Cuando el chisme también está ausente por aislamiento aparece la retórica altisonante. Quizás el problema del exceso, en este caso “el estilo llamativo” que se desea producir, no responde al de la polémica intelectual. Más bien forman parte del lenguaje de los talk shows. El rechazo a este tipo de discurso desde la palabra fundamentada, es el antídoto que opera de modo más saludable en tiempos de pandemia.

En sintonía con este estilo de representación política otro discurso se instala en los medios. Un fantasma mayor -vuelven a tronar los clarines y consorcios mediáticos- a partir de la intervención a la empresa Vicentin: vamos camino a la Venezuela comunista, dicen los medios. Otra versión de revitalizar el Estado autoritario. Los medios y ciertos sectores de la oposición se encolumnan en la construcción de ese miedo, que subyace en ciertos sectores sociales, para advertir a la sociedad en general que vienen por nuestras propiedades. Cómo no creer. Para colmo, el gobierno nacional irrumpe de modo fantasmagórico, con anuncios el mismo día y sin previo aviso. Lo paradójico es que hasta la fecha del anuncio de la intervención (el lunes 8 de junio), los medios y sectores de la oposición política reclamaban al gobierno nacional una salida a la situación económica pos-pandemia.

El problema fue, claro, que el Estado aparece como el fantasma que hace resurgir a la política en contraposición con aquella tan anhelada administración “ajustada” de CEOS, en realidad, la política de y para pocos. Pero este resurgir no es marxista, como dijo el presidente Alberto Fernández, sino capitalismo. Una vez más la exageración retórica ubica la discusión en una instancia de suma cero. Se dramatiza la situación, pero no se realizan propuestas, porque resulta más aceptable enarbolar una defensa abstracta de la ley que la vuelta a una política de cuño neo-liberal.

Quizás el tiempo “desajustado”-el espectro que reactualizó Derrida-, el tiempo dislocado en plena pandemia, se inscribe en un modelo muy vivo y no en la muerte de la política como pregonan los medios.

* Investigadora-docente UNGS