Lucy Patané pasó por nueve casas, al menos diez bandas y no menos de la misma cantidad de países para llegar a este momento, a los 34 años. A su departamento en Almagro, con ventanas pero no salida al cielo, entran distintos ruidos del exterior: el ascensor y la bomba de agua, los fijos. Lucy es demasiado sensible al sonido –necesita prestarle atención– por eso intenta no sobrecargarse. Estos días solo escucha música instrumental: a la pianista Noelia Sinkunas y la baterista Carola Zelaschi, a quien vio grabando en el estudio de su amigo y compañero de proyectos Pedro Bulgakov, y sin escucharla antes se dijo: “A esta freak la quiero en mi banda”.

Fue en algún momento de los últimos dos años: por primera vez tenía que armar una ella sola desde cero. No esperó a tener el álbum listo porque, bueno, le iba a tomar su tiempo. Pero no por perfeccionismo, al contrario: lo que lleva tiempo es que pasen cosas, y si no hay experiencia, en Lucy tampoco sucede la inspiración. Por lo demás, la mayor parte de lo que se escucha en Lucy Patané, como decidió nombrar a su debut solista, sucedió así, como quedó registrado. “Nunca grabé con el mismo sonido una fuente”, dice. Después, sí, se animó a que lo mezclara Brian Iele, conocido por su sonido hi-fi. Por eso Lucy dice que el disco, lanzado en mayo, es un monstruo con gomina.

En el medio, a esta altura el año pasado, la seleccionaron para participar en una residencia en Belo Horizonte, junto a otras cuatro músicas de la región. Convivieron durante tres semanas, compusieron al estilo cadáver exquisito y crearon una banda, Sempre Viva, como la flor que crece después de los incendios y vive mucho tiempo después de cortada. Charlando con ellas, Lucy se dio cuenta de que este año se cumplían 25 de la primera vez que tocó en vivo. A ella los deseos se le aparecen como títulos, y todo lo que tiene un buen título necesita desarrollarlo porque siente que ya empezó a existir. El 25 aniversario era un buen título. Así tuvo la idea de organizar el FESTILUCY, que llega en un mes, una fecha donde va a tocar con la banda actual y se reúnen al menos tres de las que integró en todo este tiempo.

Lucy no es un personaje nuevo: una guitarrista que se descubrió cantautora. Lucy ya era Lucy: la guitarra rítmica de, en general, temas de Paula Maffia , Marina Fages , Diego Frenkel, que dejó con la boca abierta a todo el que la haya visto tocar en vivo. Su rostro siempre serio y looks de niño abuela completan la imagen inolvidable. Ahora, esa figura lateral clave es también una voz verbal, que escribe, canta, habla en entrevistas y empieza a leer su propia historia como un cuento. En el aspecto técnico, la nueva vida de solista le hizo necesario un manager: “Estoy en el ejercicio de enunciar el deseo y que no se me desvanezca porque ahora soy yo la tracción”, dice.

Tiene la guitarra de doce cuerdas a mano y una serie de otras en el hall de entrada. La gata es un silencio sobre el sillón y la casa huele a café. En sus letras, en sus fotos, en su historia hay café: Lucy es insomne desde que es una niña. Era un problema entonces, no solo por la escuela al otro día, sino por la imaginación, que ella dice: “Me atacaba”. Era una casa con mucha vida la suya en Barrio Parque, Bernal, a metros del río. Los padres siempre recibían amigos artistas y estaba llena de instrumentos. A lo primero que se subió Lucy fue a la batería, a los cinco años. Después se mudaron a una casa nueva del otro lado de la vía, donde pusieron en funcionamiento un estudio de grabación y una habitación de revelado. “Con mi hermana estábamos al palo todo el día”, dice Lucy.

Ana Patané es dos años mayor, y a sus doce formó una banda con compañeros de la escuela. Por alguna razón, al bajista lo echaron y así llegó Lucy a agarrar el bajo, a los nueve: “Yo puedo tocar”, dijo, y tocó. Sangre Azul duró unos tres años –tocó en el programa de Juan Alberto Badía–, bastante para un grupo cuasi infantil. Ese fue su primer y único retiro de la música hasta ahora. Entre los 12 y los 13, Lucy entró en la adolescencia. Se hizo adicta a los videojuegos: jugaba a todos los de pelea, con tanta voracidad que un día despertó y en la mesa de luz había un manojo de billetes: “Te vendimos el Nintendo”, le dijeron.

Fue ahí que agarró la guitarra, la criolla, y empezó a tocar, como sabía sin saber. Por la mañana, muchas veces, se rateaba de la escuela. Solía irse a Capital a ferias americanas. Fue una buena alumna, escolta incluso, hasta que el experimento de la E.G.B.-Polimodal en el '98 desbarató a los maestros y la hicieron desconectar, dice. La casa siempre siguió siendo fuente de estímulo: pronto apareció una guitarra eléctrica, tuvo sus primeras experiencias de grabar “una Lucy con otra Lucy con otra Lucy”, y el padre la puso al frente del estudio a grabar hombres. Uno de ellos fue el vecino del barrio y bajista de Pappo, Yulie Ruth, que después la invitó a sumarse a su banda de country. Con el padre y la hermana, Lucy tiene la muy esporádica Anarcoiris.

Romper el hielo

Cuando llegó a vivir a la Casa Mostra, a dos cuadras del riachuelo en plena Boca, Lucy se dio cuenta de los lugares por los que había andado durante sus años rolinga (La Boca-San Telmo era su radio de a pie en Capital). Tenía la banda Panda Tweak, un quinteto ruidoso con cuatro chicos de Bernal. Tocando en este grupo, conoció a Paula y Marina. En una fecha en Capital, Paula se acercó y le dijo: “Me encanta cómo tocás, re Runaways”. Con Marina se conocieron en Villa Gesell: las dos creían que le caían mal a la otra hasta que rompieron el hielo. Ya funcionaban el mail y Fotolog.

Paula había disuelto Acéfala y la invitó a juntarse para mostrarle unas canciones. Enchufó unos pedales y le dio su Telecaster. Lucy nunca había tocado con pedal ni tampoco temas tan complejos en acordes y armonías. Como de esas cosas ella no sabía, ubicó sus dedos donde sintió que hacían falta: “Empecé a tocar de otra manera”, solo puede explicar. A los 22 dejó su casa de Bernal para ir a vivir con Paula y el bajista de La Cosa Mostra, a esa casa gigante con una panadería abandonada abajo donde hacían las fiestas.

A Marina le insistió Lucy para que salgan a tocar sus canciones. Armaron una banda con melódica, contrabajo y sintetizador, El Tronador, con tres marplatenses. Lucy tocaba la de doce cuerdas y el banjo. También, con Marina, abrieron la disquería Mercurio y lanzaron un disco a dúo para irse de gira por Europa. Lucy quería conocer. Al final del viaje se encontró en Italia con la abuela paterna, que siempre que puede va de visita a su pueblo, Catania, en Sicilia. “Ella dice que le sacaron los acantilados y se tuvo que ir a vivir a Gerli”, dice Lucy.

Al final de La Portuaria, Frenkel la vio tocando con La Cosa Mostra. Como la agenda con él era más continuada, Lucy le tuvo que pedir formalmente la guitarra de doce cuerdas al padre, que le había regalado ella para sus 50. La colaboración con Frenkel se extendió hasta hace un año. En el medio surgió otro proyecto con Paula, Las Taradas, orquestina de swing, boleros y canzonettas donde Lucy es la acústica. También pasó un tiempo por la súper banda instrumental de Pablo Hadida, Lapsus!

Lucy, además, produjo los discos de todos estos proyectos: dos de La Cosa Mostra, uno de El Tronador, tres de Las Taradas , nada de lo cual se disolvió formalmente nunca. Produjo, mezcló y masterizó para colegas: Lxs Rusxs Hijxs de Putx, Las Grasas Trans, Jazmín Esquivel, Mariana Michi. También compuso las bandas sonoras de la filmografía documental de Mathieu Orcel: Salida de emergencia (2011), Para los pobres piedras (2013) y El último pasajero (2015). Ahora está grabando el segundo disco del padre.

De la casa Mostra en La Boca, Lucy volvió a la casa de Bernal; luego alquiló una habitación en Monserrat; después se fue con novia a Parque Chacabuco; luego de vuelta Bernal. La primera vez viviendo sola, no recuerda el año pero fueron dos; después con novia a Caballito, habitación de amiga, habitación en Flores, hasta llegar al departamento actual de Almagro. Sus dinosaurios están apilados en el lugar: un vaso de plástico con forma de bota y bombilla incorporada color azul, un original del pasado. Lucy plantea una escena con los dinosaurios cuando está con un pensamiento que la achaca, y la desarma cuando lo resuelve.

Ahora extraña estar haciendo el disco: “Ya quiero estar en crisis otra vez”. Empezó a grabar en julio de 2017, sin formalidad –en el estudio o enchufada directo a la computadora, sin anotar nada nunca, ni siquiera las letras–, pero sabiendo que iba hacia esto: no dejar afuera ni un milímetro de creatividad y tomar de la primera a la última de las decisiones. Había cosas que ya existían, como la grabación de “La Osa en la Laguna”, un instrumental folkie-country con balbuceos lejanos que viene de dos audios distintos. Los rescató y juntó cuando ya tenía mucho del nuevo material, y sentía que le faltaba power. En el disco, a los dos minutos la guitarra se calla y aparece una batería: una improvisación que grabó una noche, sola. “Digo: 'listo, mañana venís, lo microfoneás y regrabás” (Lucy se habla). No funcionó regrabar pero hubo un tratamiento final de la batería por Juan Ignacio Serrano para que suene “vieja y estallada”. Las canciones para Lucy tienen que tener “algo que las atraviese”.

Salir a matar

Cuando encontró a sus músicas, se dio cuenta de que no había estado buscando sesionistas sino gente que tuviera rock: “Maneras de llevar su vida extremas y arriesgadas”. Carola es la única a la que no conocía. Con Mene Savasta, sintetizador de El Tronador, y Melina Xilas, saxo de Pollera Pantalón, se conocen hace mucho. Con las canciones de Lucy, las tres están probando nuevos roles con sus mismos instrumentos: Mene, ser bajista, Melina está experimentando con un pedal, Carola enfrentó nuevos ritmos: “Se están arriesgando y le ponen una energía muy fuerte. Es una banda que sale a matar”, dice Lucy.

Todas las decisiones que tomó para el disco fueron arrojadas en su momento y, ella misma reconoce hoy, perfectas. La primera, jugársela y hacer uno solo –la primera idea fue hacer tres: uno folk, uno rock y uno experimental–. Las letras le salieron de una, o se ha retrasado el cierre del tema por no encontrar la oración. Al menos dos canciones empezaron como broma, cantándole con la guitarra directo a alguien: “Juntaré en toneles lágrima por lágrima”, o “¿Y qué tal si me das tu clavícula para usarla de escarbadientes?”. Son letras cortas dentro de canciones inmensas, pero contundentes, con belleza y significado: “Ya caminaste por acá con tus amigas”, es el bosque hablándole a ella. Las últimas decisiones respecto del audio fueron decirle que sí a Brian Iele cuando le propuso mezclar –estando el disco ya básicamente mezclado: decidido donde iba cada cosa, los volúmenes, los ruidos, etc.–, decirle que no cuando no se reconoció sonando “increíble”, y sí de vuelta a que lo vuelva a hacer: “Él también se arriesgó y se siente”.

La foto de portada ya la tenía, incluso la había subido a Instagram, pero le pareció la mejor: la captura de Sergio Bosco de un salto que dio con la eléctrica colgada, sobre la pared de un estacionamiento: “Es como un bichito volando”. Esa guitarra se la compró a un luthier: no tiene más historia detrás. Y si lo piensa: la primera vez que tocó en vivo, sentada en un cajón de Coca Cola porque no llegaba a sostener el bajo, fue en un estacionamiento. Aunque ya antes había agarrado la batería –y lo sigue haciendo: quiere agregar una a la banda–. Y si va más atrás, ve sus manos más chiquitas aun, sobre las teclas de un piano. En el medio, las del abuelo materno, el primero que la grabó. Hace poco, Lucy vio una foto y se impresionó de su parecido con él.

 

Las próximas fechas de Lucy son: con Paula Maffia y Lu Martínez, el 31/10 en el Club de la Música (Villa Ballester). Con la banda, el 1/11 en Mar del Plata, el 13 en el Chalten y el 14 en el Calafate. A fin de mes llega el FESTILUCY por su 25 aniversario con la música, en Capital. El 30 en el Teatro Mandril (Humberto Primo 2758). Tocan La Cosa Mostra, Panda Tweak y banda sorpresa. Entradas a $300 se consiguen por passline.com.