“Hoy en la tele dijeron / Que a una mujer la mataron / Y que por como vivía

Se ve que se lo merecía/ Tuvo pim pum pam

Y en la radio dijeron / Que a una niña la atacaron / Y que por cómo vestía

Se ve que se lo merecía / Tuvo pim pum pam

Que se desate la tormenta

Que me ametralla y te alimenta

Que se escuche mi voz en la tempestad

Soy la espada de Juana / Te entierra el ego y te gana

De mi cuerpo soberana /De mi barco capitana soy”

(La espada de Juana / Tita Print)

“La cumbia tiene ese paso que va para adelante. Y te hace levantarte y seguir para adelante. Por eso está re bueno que acompañe a esta revolución feminista ese ritmo que, además, es tan nacido del pueblo. La cumbia es para gozar y acompaña la revolución del goce”, reivindica Tita Print. Ella en realidad se llama Maira Jalil. Pero su nombre se cansó de atravesar burocracias en la lucha contra el machismo y se renombró a su manera y a su meneo. También se reinventó como música y tomó el keytar (o el piano guitarra) en sus hombros para mostrarse con potencia y fuerza, con glitter y sabiduría en cumbia feminista y diversa. Ella presenta su disco Gladiadora el 25 de mayo, en Casa  Brandon (Luis María Drago 237).

Tita es también madre protectora –son las que litigan contra los progenitores de sus hijes denunciados por abuso sexual– y luchadora contra todos los abusos. No es una sino muchas. Y no tiene ni quiere quedarse enmarcada en su propia historia, en su propia lucha, para desmarcarle la cancha al machismo. Y eso es lo que pasó entre Maira y Tita Print. A los 39 años ella ya no es ella misma, es una nueva. El cuello de su camisa tiene la inscripción “Lady” y lady tampoco ya es lo mismo. Los moldes también quedan planchados.

–¿Por qué le pusiste Gladiadora al disco?

–En principio se iba a llamar lideresa, porque es una palabra que sólo existía en masculino y me encantó. Pero después pensé que el feminismo no plantea una líder que nos diga qué tenemos que hacer y busque otra palabra que tuviera sentido para el hacer cotidiano y así encontré gladiadora.

–¿Te parece que está bueno que el feminismo no tenga líderes que bajen línea y que tampoco se aplaste a quienes levanten cabeza?

–Sí, por eso me parecía buena la palabra gladiadora. Cada una encontrará su gladiadora interior.

–¿Cómo es participar de festivales como “Sabor, la fiesta del comedor”, el 30 de abril, en Córdoba, en que el público no es sólo feminista y antes había mucha resistencia?

–Es intenso. No es lo mismo que ir a espacios a los que van compañeres con las que ya te sentís en confianza. Pero es una emoción que mucha gente está bancando. Yo tengo una militancia y mis bailarinas salen con el pañuelo del aborto legal. Hay lugares en los que se generan tensiones en algunos momentos. Hay varones que te ven con el instrumento y escuchan lo que decís y no saben qué hacer y les agarra un poco de daño cerebral. Pero en Córdoba, cuando me gritaban “te amo” me agarró a mí daño cerebral (risas). En Merlo también tocamos por un teatro recuperado por mujeres y el agite está buenísimo. El tema es que pasar de tocar de local a estar en la boca del lobo con tres mil personas es heavy, me llegó a bajar la presión. Pero, para mi sorpresa, me encontré con un montón de gente enganchada. 

–¿Por qué hay tanta movida en relación a la cumbia, al baile, al disfrute desde el feminismo y la diversidad sexual?

–Las bandas somos hijas de la revolución feminista que nos obligó a repensarnos. Yo hice un laburo para deconstruirme, escuchar y aprender para poder componer. Por ejemplo, fue un trabajo escribir “Santa Trava” para poder aportar desde mi espacio de micrófono a visibilizar a las compañeras travestis y trans. 

“Yo no soy virgen / Pero soy santa

Y la cultura del aguante

Esa es mi raza

Y vine a hacer un milagro pa que aprendas

El amor no tiene dueño

Siempre va y pega la vuelta

Soy torta puto travatrans y visceversa

El amor gusta de cambiar todo a la inversa”

( SantaTrava / Tita Print)

–¿Cómo fue la visita a la casa trava en Córdoba después de escribir el tema “Santa trava”?

–Fue un encuentro muy real para el día de la travajadora alrededor del 1º de mayo. Yo quería ir a escuchar. Se me hacía un nudo en el corazón. Me contaron que cuando las agarraba la policía hace unos años atrás el castigo era raparles el pelo. Y ellas les decían “A mí el pelo me va a volver a crecer pero a vos no te va a crecer más nada”. Me daba tanta tristeza pensar en la tortura del rapado. Y ellas lo contaban con una entereza tremenda. Si bien sabemos que sufren, es otra cosa que te lo cuenten mirándote a los ojos. También me pasó con encontrarme con las maternidades travas, y como no están puestas en valor en su rol de madres viven con el miedo de que se los pueden sacar en cualquier momento porque las atacan con que no son madres legítimas. Sentí que ellas entendían lo que me había pasado como madre protectora. Y, a la vez, ellas me contaron sus vidas y aprendí un montón. Los bailarines quedaron quebrados y muy movilizados. Por eso hicimos un show y dejamos todo. A veces, con otras formaciones, en lugares donde no hay escenario, ni luces, con más austeridad, no se quieren poner las camisas. Y yo es donde más me quiero poner la mejor ropa y tirarme todo el glitter. Porque capaz que es la única oportunidad para que nos vean tocar y bailar. Ellas re agitaron y nos quedamos amigas. Fue una experiencia de mucha conexión. Me siento muy honrada. 

–¿Cómo es que apareciste en un mural de una escuela tocando y cantando?

–En una escuela de Colón, Entre Ríos, los varones del curso eligieron pintar a Pablo Lescano y, al lado, las pibas del curso me pintaron a mí. Fue tremendo. Me puse en contacto con los profesores de la escuela y me puse a disposición para llevar el instrumento (el controlador o keytar, que es una mezcla de piano y guitarra) como un deseo tirado al aire. Fue muy impactante cómo viaja la música. Poderme colgar el keytar fue todo una acto, porque es un instrumento muy devaluado porque, por ejemplo, no se puede ir a estudiar a un conservatorio porque es considerado muy grasa. Es un ciudadano de segunda que está muy devaluado. Y, a su vez, es tierra de caballeros. Es un instrumento de varones, que es muy poderoso y deja muy en claro quién está diciendo las melodías. Yo quise agarrarlo porque me encanta y quería disputar ese espacio de poder. Y cuando vi el mural sentí que algo de esa disputa se estaba dando en ese mural. Si bien está Pablo Lescano, que es archifamoso y quien introduce este instrumento, y se lo ha ganado de buena ley. Pero al lado, las pibas también tienen alguien para poner que también toca el controlador. La disputa no sólo es del lugar en el escenario, sino también de las letras. Las bandas hijas de la revolución feminista venimos a hacer eso, a poner en discusión las letras de las canciones. Algunas tuvieron la dignidad de decir por qué no las iban a seguir tocando y de disculparse, y otras que simplemente las sacaron. Y hay otras bandas que empiezan a componer y a preguntarse sobre lo que escriben. Todo eso me parece una de las batallas que va ganando el movimiento. A veces parecen imperceptibles los micromachismos en las canciones que nos meten todo el tiempo por la ventana. Pero naturalizamos que nos digan una sarta de cosas y la cadena se va enlazando hasta llegar al femicidio.

–¿La cumbia feminista demuestra que el deseo estaba monopolizado por la idea de que las mujeres sólo podían ser las deseadas?

–Sí. Son muchos años de estas letras misóginas. Ya empezaron los primeros discos y letras con las propuestas. Y vendrán las hijas. 

–¿Por qué apoyás el reclamo de pedir un cupo femenino y disidente en los festivales de música?

–En principio se hicieron estudios y sólo el 5 por ciento de lxs participantes en los festivales son mujeres y en algunos no hay ninguna. Tuvimos que escuchar que el problema es nuestro: que no hay talento. Las mujeres no tenemos que demostrar que tenemos talento. Los varones no tienen que demostrar. Los varones tienen talento. Nacieron con talento. Pero las mujeres lo tenemos que demostrar. Igual que en el ámbito judicial las madres protectoras tenemos que demostrar que no somos jodidas, que no somos histéricas, que no les queremos cagar la vida a los tipos porque somos mujeres. Los hombres gozan de cierta honestidad genuina e innata. Los hombres son buenos tipos hasta que se demuestre lo contrario. En cambio las mujeres tenemos que demostrar que somos buenas minas. Y eso mismo pasa en el plano de la música, donde tenemos que demostrar que tenemos talento. En Traslasierra lo hablamos con mujeres músicas. A los varones se les permite cantar como el culo. A las mujeres no. Yo trabajé con las Blacanblues, que eran un ícono de las mejores voces de la Argentina. Para poder trascender ellas tenían que ser las más grossas. A las mujeres siempre se nos exige muchísimo más. En relación al cupo femenino obviamente lo mejor sería que la cosa fluyera y que no haya que poner cupo femenino ni trans, sino que los cupos nazcan del corazón. Pero si no nacen por las buenas que nazcan por las malas. Es muy valioso que el cupo se cumpla y que existan festivales tipo “girlpower” para generar laburo para las mujeres y distintas identidades. Y que tengamos nuestros espacios y que hagamos cumplir el cupo está buenísimo. No tenemos que tocar solamente en algunos lugares.