El negrito no sabe nadar pero igual sube a la barcaza. Tratará de alcanzar el paraíso que evidentemente no está en su África natal porque todos lo señalan en otro lado, allí, adelante, allí donde el negrito solo ve agua y peligro. En Haití, otro negrito se está subiendo a una cosa que no llega ni a barcaza. Nadie le dice adónde van. Él sólo ve agua infinita. En Rosario, un pibe al que llaman Pepo salta ya no el mar sino un charco de agua para tratar de llegar rápido a la avenida donde venderá las tortas fritas que cocinó su abuela. De regreso pedirá monedas en el semáforo de las vías. Años atrás, su padre trabajó en la empresa que colocó los semáforos. Su abuelo colocó las vías, pero él no lo sabe. Mientras, una parejita de homosexuales viaja escondida en un camión que huele a orina. No saben dónde están. Quizá Rumania o Austria. Sí saben que detrás de ellos está la horca o la decapitación y adelante sólo la incógnita, que no mata, sólo a veces. La pareja nunca sabrá del matrimonio de ancianos que en Neuquén revisa hasta el hartazgo las latas de arvejas hasta encontrar la más barata. La cajera le pide monedas. Monedas es todo lo que tienen. Horas antes, tres mujeres huían del país donde las obligaban a llevar velo. No ven la hora de llegar a Francia, país donde las van a obligar a no llevarlo. Horas antes, el Cholo tomaba el tren de las cinco de la mañana. A las ocho estará en su trabajo. En el bolso lleva un tupper con restos de la comida de la noche. No sabe que su trabajo ya no existe. Lo sabrá al llegar, cuando se baje del colectivo que lo deja en la puerta de la fábrica, por ahí, por Caballito. No muy lejos, una familia suspende sus vacaciones y las cambia por ir cada tanto al río o la pileta de algún amigo. Otra familia, en la otra punta del mundo, corre como si hubieran visto el diablo. No entienden por qué la bomba cayó sobre su casa y no sobre la del vecino tan odioso. Ignoran dos cosas: que la bomba siguiente cayó sobre la casa del vecino y que el pueblo donde nacieron ya no existe. La merienda de la escuela de los pibes de la escuela del campo chaqueño no es como la de todos los días. El pan está duro y la leche tiene poco gusto. Los chicos no conocen la expresión “si hay hambre no hay pan duro”, pero igual la obedecen y comen porque tienen hambre. Los changarines se amontonan desde la madrugada en la esquina de Mar del Plata donde esperan a que alguien necesite de sus brazos, sin importar cuánto paguen. En ese mismo exacto momento, en Córdoba, un hombre parece paralizado por un rayo marciano, y mira y mira la factura de luz como si fuera una carta de amor o una amenaza de muerte. Entretanto, en una calle de Detroit, dos pibes están a punto de drogarse con algo que los va a matar y los volverá simple estadística. En una estrecha calle de Madrid dos prostitutas no logran entenderse por mucho que insistan. Son de países diferentes, de diferentes lenguas. A veces se comunican por señas. Pero hasta ahora ninguna entendió que la otra no era prostituta en su país.

Postales del Mundo Outlet, donde todo es más barato porque es peor, o más feo, o dura menos, o da diarrea, o –sencillamente- mata. Nada es gratis, por supuesto. Pero en el Mundo Outlet todo vale menos. La vida también. Pero el orgullo, la piedad, la compasión, la solidaridad, es muy cara. El Mundo Outlet no está necesariamente dividido del otro por fronteras o líneas de algún tipo. A veces ocupan el mismo lugar, por raro que parezca, y no todos lo notan. Se supo de personas sentadas en el mismo bar, una en el Mundo Outlet y la otra no. La mayoría apenas comprende por qué vive en el Mundo Outlet y no en el otro. Algunos nacieron allí, a otros los arrastró la suerte o los condenaron sus propias acciones; a la mayoría los condenaron ciertos hombres. Casi nadie saldrá de allí. No hay barcaza ni avión a chorro que obre ese milagro. Saldrá uno en un millón, con suerte. Uno que gana la lotería. Uno que consigue el trabajo de sus sueños. Uno que da el braguetazo y se casa con alguien que vive afuera del Mundo Outlet. Uno que delinque, tal vez. Uno que se empeña y se empeña hasta que lo logra. Pero la mayoría no lo logra por mucho que se empeñe. Algunos corren pensando que del otro lado está el otro mundo al que llaman paraíso, y lo único que encuentra son policías con palos y perros. Otros se disfrazarán de camareros, prostitutas, barrenderos, limpiadores de culos, y creerán que salieron porque por un rato comparten el otro mundo. Pero es sólo un rato, como un paseo por un mall exclusivo. Luego volverán al Mundo Outlet, a comer porquerías y a compartir sueños que nunca se realizarán. El día termina. De fondo se oye música. Algunos apuestan a seguir siendo felices, a intentarlo, a simularlo. El día se acaba. Mañana serán otras historias semejantes.

Apenas un día más en el Mundo Outlet.