a Jorge Larguía I.M.

 

 

Ya sé lo que es morirse, me ahogué esta noche mientras dormía y se me retiró el aire con un dolor en el pecho como si me apretara un edificio o el pie de un elefante o Christine Lagarde me encerrara en la pieza de un motel y se fuera la luz.

En un instante volví a ver lo que soñaba despierto: rostros amados, triciclos, mate cocido, baldíos, un patio, la bandera, sus nalgas, almohadas, la playa y mechones rubios. Limones, alfajores, echarpes naranjas en la niebla, el disfraz de Batman, tres partos y la biblioteca Pocho Lepratti. Me acordé que debía un libro: Del otro lado. Imposible devolver a Urondo. Leyendo me olvidaba que no sé morir.

Cuando me desperté, dije un nombre real que hacia la noche regresará inventado. Dije Jorgito Larguía y pensé que ya van dos años. Y me acordé que una noche salimos con él y Eugenio Previgliano a la puerta del bar Jekill, en un martes de Ciclo Timia y era invierno y alguien preguntó "¿Qué es el frío?", y Jorge dijo:

‑‑El frío es no compartir la medialuna con el gorrión. El frío es no haber leído a los rusos, no haber sido nunca peronista. Ni una vez sola, y no ponerle el nombre de Amberde Wisconsin (la moza de Jekill), a la moza de una novela.

El colmo del frío -‑dije yo-‑ es no darse cuenta. Nunca darse cuenta del frío que tienen los otros y no tener estufa un invierno que llega antes que el otoño en un año de tres semestres y que un viernes se haya muerto Jorge y el mundo siga andando.

 

*

Yo no siento el frío, debo haber sido leñador en otra vida, o un primo bastardo de Borges en 1950 cuando el viejo se quedó ciego del todo y solo veía el color amarillo, echarpes naranjas en la niebla y las mil y una noches, esa lata de bizcochos japonesa duplicándose al infinito en el lomo de un libro de Stevenson.

El frío y la muerte se aguantan con la memoria del tacto y la lectura del libro, de los contornos, las salientes y las fugas de los rostros, las cuadernas de Caronte y los brillos del río cruzando al Espinillo. Beber vino o cerveza aquella vez de la chilena con Gustavo Salut y los 10 cafés de la mañana de Balzac y dormir al sol como Bioy, que es donde espero nos dejen, muertos y al aire deshacernos como el barco encallado que siempre fuimos. Espero que otros lo hagan por nosotros y  nos susurren al oído entre sorbo y sorbo de licor contemplando el horizonte, la línea de fuga de la luz donde tarde o temprano iremos juntos.

Cuando me desperté dije un nombre real que hacia la noche regresó inventado.