Estábamos parando en la casa de una drag queen pero su hombre la había engañado con otra reina de lengua viciosa en un baldío oscuro del West Side, se cogían a un puertorriqueño guapo y menudito, y cuando mi amigo y yo le golpeamos la puerta para conseguir un colchón ella nos disparó a traves de la puerta porque creyó que se trataba de su hombre. Después de tres días de no dormir y quizá un par de donuts robadas mis ojos se empiezan a separar: uno se va a la derecha y el otro a la izquierda y después de cuatro días de estar sentado en unos escalones de una calle lateral con la cabeza acunada entre mis brazos viendo pasar cuatro pares de piernas demasiado tráfico ruido y yonquis tratando de robarnos y el sol tan caliente, este es un verano de Nueva York, mi cerebro lentamente entra en ebullición en cualquiera que sea el líquido azul rojo donde flota el cerebro y empiezo a ver ratas grandes del tamaño de una caja de zapatos; las veo de reojo, en la esfera exterior de la visión y cuando me doy vuelta rápido desaparecen a la vuelta de la esquina o por las escaleras del subterráneo y estoy tan enfermo que mis encías empiezan a sangrar cada vez que respiro y después del quinto día empiezo a ver lo que parecen miembros de niños pequeños, brazos y piernas en las bocas de estas ratas y no hay mamis y papis que griten y ofrezcan la prueba de esta imagen y tarde ayer a la noche mi amigo y yo andábamos caminando con dos cuchillos de carne que robamos de la sección gourmet de Macy’s metidos entre nuestros cinturones y nuestra piel seca buscando a alguien a quien robarle y una marica del Upper East Side nos quiso levantar  y cuando el tipo estaba abriendo la puerta de su edificio a mi amigo se le cayó el cuchillo del pantalón  y chang clangalang el tipo se volvió loco, sus gritos rebotaban en la noche sobre medio millón de ventanas de los departamentos vecinos y corrimos treinta cuadras hasta que nos sentimos seguros. Algunas noches teníamos tanto odio por todo y por nosotros mismos y todos esos estúpidos sueños que él tenía sobre encontrar a sus padres adoptivos a quienes había intentado envenenar con veneno para ratas cuando lo dejaron salir del ático después de tenerlo encerrado durante un mes y medio y oh querido hay jarras de agua de la canilla y cereal, no te lo comas todo junto, nos vamos de vacaciones, después de todo esto es mejor que si te devolviéramos a ese asqueroso orfanato. Sus padres tenían papilas gustativas fuertes y mi amigo pasó ocho años en una cárcel para locos criminales aunque era menor de edad. De todos modos igual tenía esta idea de encontrar a sus padres y estafarlos sacarles un montón de dinero para que nosotros dos pudiésemos empezar una nueva vida. Algunas noches caminábamos  setecientas o ochocientas cuadras, casi toda la isla de Manhattan, cruzando este a oeste norte y sur cada uno en diferentes veredas levantando botellas de vino que encontrábamos y arrojándolas al aire así que cuando caían explotaban a centímetros de nuestros pies –algunas noches lo que preferíamos era disolver cada cristal del vidrio de cada cabina teléfonica desde aquí hasta South Street en una lluvia de luz–. Dormíamos bien después de noches como esa en algún auto abandonado o en una terraza o en una sala de calderas o en el palacio de una drag queen.  

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La muerte de Peter está ahora impresa en celuloide en la parte de atrás de mis ojos. Ese último día cuando los amigos venían a darle palabras de aliento o a leerle cartas que otros amigos le habían escrito o a tocar sus manos o pies o a sentarse en su cama –gente entrando y saliendo todo el día– hubo un punto en el que yo estaba sentado lejos de la cama en una silla pensando en irme cuando lo miré a la cara y sus ojos se movieron apenas y levanté dos dedos como orejas de conejo en la parte de atrás de mi cabeza, un gesto, una señal que compartíamos discretamente cuando, en el pasado, nos encontrábamos en algún lugar lleno de gente. Le hice la señal y me di vuelta avergonzado y momentos después Ethyl me dijo: “David... mirá a Peter”. Todos nos acercamos a la cama y su cuerpo estaba completamente quieto; y después hubo una muy fuerte y lenta respiración y después quietud y después otra y después se había ido.

Me sorprendí: apenas lloré. Cuando todos se fueron de la habitación tomé la cámara super 8 de mi bolso e hice un barrido de su cama: su ojo abierto, su boca abierta, esa mano hermosa con la venda en la muñeca que cubría la vía del suero, el color de su mano como mármol, el sentido completo de su carne. Después la cámara de fotos: retratos de sus alucinantes pies, su cabeza, el ojo abierto otra vez –trataba de captar la luz que veía en ese ojo– y después la puerta se abrió de golpe e ingresó una monja murmurando que él había aceptado a la Iglesia y miré a este hombre en la cama con su brazo extendido y pensé: pero él está mas allá de eso. Está más cerca que las palabras que salen de la boca de la mujer conteniendo imágenes de espiritualidad, quiero decir, hablo de la esencia de la muerte: toda la estructura tabú de esta cultura, su misterio sus miedos y sus alegrías la huída que contiene este cuerpo de mi amigo en la cama este cuerpo de mi hermano mi padre mi atadura emocional con el mundo este cuerpo no sé este aire puro y cortante todos los pensamientos y sensaciones que produce esta muerte este evento tienen más espiritualidad que todas las palabras que podamos crear.

Además de artista plástico y activista, Wojnarowicz publicó seis libros. Entre estos volúmenes, la mayoría de corte autobiográfico, se destaca Closer to the Knives: A Memoir of Disintegration (1991),  una serie de autorretratos personales, artísticos y políticos influenciados por los beat, y Kathy Acker, John Rechy y Genet. Reeditado el año pasado en Gran Bretaña por Canongate, aquí reproducimos algunos fragmentos.