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Viernes, 15 de mayo de 2015

TV

¡Al confesionario!

Gran Hermano y la batalla por el sexo ajeno. ¿Quiénes cuentan y examinan la historia íntima y el nombre propio de Valeria Licciardi? La TV que nos mira y cómo miramos la tele.

 Por Marlene Wayar

El Gran Hermano vuelve en su versión 2015 y ya hemos perdido la cuenta de qué número de versión es ésta, se emite por América y esto sólo trae desazón si creíamos que no podía haber mayor maltrato. Sea que lo consideremos un hermano religioso o un hermano mayor, se supone que el trato es sádico, la cristiandad maltrata constantemente ya seas marica, torta u heterosexual y si es el laico y familiar hermano mayor, quienes hemos pasado la experiencia en la vida sabemos, en momentos así, en qué nos sentimos miradas y escudriñadas, que un hermano es malo.

¿Qué le depara a Valeria? No me arriesgaría a emitir opinión. Sólo aventurar lo ya esgrimido por ella: que mueve el piso hasta del gay presente en la casa y el que se encuentra en el estudio. Y ella cómoda y sin dejarse apresurar por nadie esgrime “no me defino”. Aún aunque Clarín ya la haya definido para sus lectorxs: “Nació hombre pero atravesó un largo proceso hasta convertirse en mujer. Hoy es estudiante de Trabajo Social, pasea perros y cuida chicos. También vende lencería para chicas trans”. Ella misma dice: “Soy prejuiciosa y entiendo que no le voy a gustar a todo el mundo. Dentro del juego, quiero jugar”. ¿Se puede nacer hombre? No. Se nace bebé, en todo caso macho u hembra, y allí comienza un largo proceso para cualquier persona... ¿para “convertirse” en mujer? En algunos casos sí. En Valeria, que no quiere definirse y que expresa que a la operación de cambio de sexo no la entiende como definitoria para ser feliz, no. Tampoco “vende lencería para chicas trans”. Las inventó, las diseñó y las fabrica para entonces venderlas, es una microempresaria mal que le pese al mundo hétero que una trava revista este status de empresaria. Valeria apuesta a sus propias necesidades que entiende deben ser las de otras personas como ella, así se asegura de un coto no explorado donde la constante son clientas disconformes con lo existente en el mercado. Vale, pico en punta con Naná, ropa interior para ella y las suyas.

Esto marca quizás uno de los pocos puntos en que la inmensa y diversa comunidad trans pueda sentirse identificada con Valeria; ella no sólo es bonita luego de la producción, sino que es bonita a la hora de despertar y, antes aún, Valeria se siente bonita. Bonita como para no ser fácilmente identificable como trans caminando por Av. Corrientes en hora pico. ¿Qué la llevó a salirse de ese armario que da el anonimato? Quizás, y se lo preguntaremos a la primera oportunidad, tenga que ver con la incomodidad que conlleva el tener que salir del armario a cada nuevo encuentro, la naturalización con que se asocian cuerpos a estereotipos. Les sucede a algunas masculinidades trans que expresan lo duro que es levantar una minita y tener que desplegar en algún momento esto de “no ser lo que la minita supone”. Quienes venimos de otras épocas y otras experiencias no podemos imaginar esto más que a tientas, lo vivimos cuando eran tan impensadas nuestras realidades que los hombres no entendían la posibilidad travesti. Lo tuvimos que enfrentar y quizá sea ésta la estrategia que empuja a Valeria a una exposición masoquista, ya que es poco probable que llegue al premio mayor, el único que asegura una recompensa monetaria. Que la sociedad entienda que ante la otredad se abre un abismo de incertidumbres. Si hay algo que aprendimos con el VIH es que todos podemos portarlo, que no tenemos por qué suponer en base a estereotipos y que ninguna otra persona nos tiene que cuidar la salud; al forro lo porta una y una lo ingresa a la relación.

Valeria es prejuiciosa y no dice en qué constan esos prejuicios, ¿quién de nosotras en la diversidad no lo es? Si no tenemos otra cosa que un océano de odios propios y ajenos como experiencia cotidiana. Valeria se sienta allí, se toma el cabello, lo agita para un costado, sonríe y espera, no hay otra estrategia posible. Los prejuicios aflorarán en la casa y lo interesante será qué es capaz de ver la audiencia. En éste, un país tan hipócrita como el nuestro, que afirma que no es racista porque aquí no ha habido comunidad afrodescendiente, negando haberla aniquilado como carne de cañón en guerras y asesinatos. Un piso cuya conductora ya se mostró fóbica a la diversidad y donde la única en la que confiamos es Sofía Gala. Es muy posible que sea juzgada como hétero, negándole la carga y potencia de su diferencia y termine, como de costumbre, ganando el chongo más sexy, un príncipe azul para una princesita y en parejita cis a medida del sistema. Otro cantar es lo que nos suceda a nosotrxs como comunidad tttlgbi y si podremos digerir la libertad de las personas que no entran en nuestros parámetros de asimilacionismo clasista, ideológico, activista. ¿Valeria es peronista o gorila? Seguramente no sea nada de eso. Valeria es Valeria y es claramente otra, tanto para peronistas como para gorilas, lo bueno sería que no sea otra para nosotrxs, que hemos olvidado cómo es ser puto, trava o torta sin ser de una sector político que no nos digiere aún en “eso” rarísimo que somos.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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