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Viernes, 11 de octubre de 2013

ENTREVISTA

Por amor a ellas

Alejandro Tantanian acaba de estrenar junto a Diego Penelas Las canciones, un repertorio de géneros musicales y sexuales cruzados en un polifacético café-concert donde las divas que nunca se fueron, regresan.

 Por Alejandro Dramis

El nombre del espectáculo es muy directo aunque también bastante general. ¿Qué evocan para vos las canciones?

–Para mí, las canciones siempre fueron mucho más que los textos, una expresión mucho más propia. La música es un espacio en donde puedo decir lo que me importa de una manera más genuina; cuando hago canciones, siento que toda esa prolijidad y ese control que pongo en la escritura o cuando dirijo una obra teatral acá no está jugándose todo el tiempo, hay un lado más trash. Desde muy chico hasta que fui bastante grande me encerraba en mi cuarto, ponía discos de vinilo y cantaba sobre las canciones. Casi todas las canciones que yo interpretaba estaban cantadas por mujeres, usaba algún objeto a modo de micrófono e imaginaba mi propia platea. Era algo que no mostraba, que era sólo para mí; un momento de juego que hacía diariamente.

En las canciones que cantás en tus shows es recurrente un corrimiento de los géneros sexuales, como una aparición de identidades múltiples.

–Quizá tiene que ver con este origen privado que yo te contaba, por la fascinación que tenía con esas cantantes: Barbra Streisand, Edith Piaf, Nacha Guevara. Todas ellas son intérpretes que son a su vez muy actrices, y también muy divas. El cruce de géneros sexuales tiene que ver también con mi propia persona, tanto en la sexualidad como en el vínculo que establezco con ese tipo de imaginario. Igual es algo que reflexioné después; no es que yo pensé hacerlo así de antemano. Yo me visto de una manera para hacer el espectáculo, y ya. Me gusta mostrar de distintas maneras un mismo cuerpo. Hay algo de ese juego que a mí me atrae hacer. Transitar esa zona desasosegante, la de no saber bien si se trata de un hombre o de una mujer y a quién se dirige; inclusive también lo hago con temas como la “alta” o la “baja” cultura, o al menos lo que se estipula en general como eso: pegar una canción pop de Gloria Trevi a una aria de Mozart, y darle la entidad musical a ambas cosas. Para mí, ésa es una zona calidoscópica en torno de las formas y de los géneros, sexuales y musicales.

En esas mismas canciones hay una cuestión que se repite en torno de la personalidad de las divas, de lo femenino, y también de la decadencia y la soledad que muchas veces forma parte de ese mundo.

–A mí las divas me encantan, siempre me gustaron. Lo decadente será porque las hago yo (risas). En ellas hay algo de lo eterno femenino, como un arquetipo muy poderoso, que está muy instalado en la cultura occidental. Las divas me interesan todas; hay algo en ellas de esa zona inaccesible, como una luz difusa, que me genera una enorme fascinación, a decir verdad, bastante común para la gente gay en general. Cuando yo me encontré con Manuel Puig, leyéndolo, encontré esto, una especie de constante en muchas personas; sobre todo en las personas gay de otra generación. Yo nací en el ’66 y atravesé una etapa que es muy diferente a lo que se vive hoy...

Adolescente y gay durante la dictadura militar.

–Claro, por eso yo decía que “para ser puto había que tener huevos”. Había que ser muy valiente para encarar libremente la sexualidad de uno, porque además yo ejercía y ponía en acto libremente mi sexualidad, y eso era muy complicado. Y haber vivido aquello genera algo constitutivo que hace también muy difícil entender algunas formas del hoy. Hay una cuestión de la construcción de la identidad en la diferencia y en la dificultad, por lo menos en mi identidad. La sexualidad estaba siempre ligada a lo prohibido; algo que había que ir a buscar. Una cosa son los derechos ganados, pero esto pasa por otro lado. Me parece que hay toda una zona que tiene que ver con la igualdad de derechos, que en algún punto licua la diferencia. A mí me gusta considerarme diferente. Estamos viviendo un momento muy transicional y uno no puede hacer un diagnóstico aún. Y volviendo a las divas, me parece que hay algo en esa suerte de fascinación por lo femenino desde un lugar de adoración, y también como voluntad de poder ser eso.

Las divas suelen estar marcadas por la tragedia de su propia vida, ¿no?, en ese afán por mantenerse siempre en el crepúsculo.

–Necesariamente. En la idea de vencer el paso del tiempo, que a su vez son tópicos que tienen mucho que ver con el teatro: el teatro es un arte que permanece simplemente porque se enfrenta a la muerte para decirle “hasta acá llegás vos y acá sigo yo”. El teatro es un cara a cara con la muerte, un ritual que deja de lado el tiempo, y creo que en cualquier tipo de teatro está eso. Es como pasaba en 2001: la gente no tenía un peso para vivir, pero igual iba al teatro; y no por entretenimiento o por escaparse y divertirse un rato. No. Hay algo atávico ahí, que se relaciona con lo mismo que decía sobre las divas, con detener el tiempo y quedar allí estáticas, en esa zona, y ser vistas como la eterna imagen de lo femenino.

¿Y evocarlas ahora es una manera de agradecerles?

–Para mí fueron de absoluta formación. Mi educación sentimental tiene mucho que ver con determinadas películas, cantantes, con acentos que hay en algunas canciones. Si uno piensa qué es lo que lo formó, más allá de la escuela (que en realidad no te forma sino que te uniforma), todo eso está ahí: haber visto a los 16 años a Nacha Guevara en un escenario por primera vez para mí fue un antes y un después; el descubrir los discos de la Piaf o ver algunas películas de Marlene Dietrich, también. Les debo mucho a esas figuras, de verdad. Yo fui una persona sola durante muchos años. No puedo decir que sufrí, pero siempre fui bastante solitario. Hace 10 años que formé una familia, o lo que yo creo que es una familia, pero hasta los 36 estaba enmermelado en una zona del padecimiento amoroso, fascinado por lo suicida. Esa matriz la repetí mucho tiempo, y creo que soy el que soy porque decidí ser de esa manera.

Y en general la mayoría de las buenas canciones de la música pop, como algunas de las que canás, plantean un estado de ánimo muy miserable, con situaciones muy tristes.

–Porque hablan de experiencias en las que uno inmediatamente puede reconocerse. No hablo de esas canciones que quieren ser vendidas a toda costa sino de esas que a uno le gustan y que tienen que ver con una zona genuina de la experiencia humana. Hay algo muy catártico ahí, porque te sentís acompañado. Uno es un sujeto musical, y la música te forma emocionalmente. Vos escuchás determinadas canciones y de repente te encontrás con una transustanciación de los sentimientos, pero traducidos en otro lenguaje. La música es muy poderosa como fenómeno expresivo. Te ayuda a vivir, te mantiene vinculado. Yo no puedo pensar la vida sin la literatura y sin la música, porque forma parte de la experiencia de lo humano: saber todo el tiempo que somos algo más que eso que creemos ser. En momentos como estos, en los que todo parece reducirse a tener, tener y tener, el arte que te conmueve te está diciendo que sos algo más que eso. Hay algo de esa desnudez que se vuelve fundamental, y está bueno poder oficiar eso. l

Las canciones, 13 y 20 de octubre y 10, 17 y 24 de noviembre a las 20.30 en Clásica y Moderna. Av. Callao 892.

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