rosario

Domingo, 24 de julio de 2016

CULTURA / ESPECTáCULOS › CIUDADES, CAMPOS, PUEBLOS, ISLAS, ANTOLOGíA DE LA NARRATIVA SANTAFESINA

Un providencial mapa literario

El Ministerio de Cultura lanzó una cuidada selección de relatos y cuentos de doce grandes escritores de la provincia, entre los años '30 y '60. De Mateo Booz a Saer, la colección es el rescate de ese interés literario por el territorio.

 Por Beatriz Vignoli

Tras años de investigación, en el marco del proyecto Territorio, el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe, a través de la Secretaría de Producciones, Industrias y Espacios Culturales (que llevó a cabo la edición general del proyecto) pone al alcance de todos un libro que encarna literalmente una fantasía de Borges: es un libro (de circulación gratuita) y además es una biblioteca. Sus tapas duras resguardan no sólo las páginas de una antología de doce cuentos y biografías (organizados en cuatro secciones de tres cuentos cada una) sino un CD-ROM que contiene una edición de once de los doce libros originales. De interés académico, la publicación respeta el texto de las primeras ediciones. Titulada Ciudades, campos, pueblos, islas, la obra lleva a las escuelas, bibliotecas y universidades de la provincia una cuidada selección de obra narrativa breve de doce grandes escritores santafesinos, publicada entre los años '30 y mediados de los '60. El CD incluye, entre otros materiales, fotos de los lugares donde se sitúan las obras y copias color de las tapas de cada primera edición.

Lo común a todos los relatos (dentro de un amplio espectro ideológico y estético) es que están situados en algún lugar concreto de la provincia, al que hacen referencia; los autores elegidos son todos realistas. Muchos de ellos, exitosos y antologados en su tiempo, fueron rescatados del olvido gracias a la memoria del poeta Jorge Isaías (quien seleccionó los textos), al editor Pedro Cantini (quien ideó y coordinó el proyecto) y a la búsqueda infatigable de aquellas ediciones por Ernesto Inouye. Todo esto tomó forma de libro gracias al estudio preliminar, biografías y compilación de Agustín Alzari. Sus tapas, cubiertas, solapas y portadas de un vivaz verde claro (bello diseño de Verónica Franco) se suman a lo contraintuitivo de su peso (que resulta menor en mano de lo que se supone a simple vista) para dar la sensación de un objeto venido del futuro o del espacio.

El espacio es el de esta provincia, cuya subdivisión en las cuatro categorías del título retoma una idea del autor del cuento que abre el volumen: Mateo Booz (seudónimo de Miguel Angel Correa). "Estos escritores --señala Alzari en el prólogo--, adscriben de manera deliberada a la idea de dar cuenta de una totalidad territorial. El primero en esbozar un proyecto de estas características es Mateo Booz, en 1934, con Santa Fe, mi país". Aquel libro se subdividía en cuatro partes ("Las ciudades", "Campos y selvas", "Los pueblos", "Las islas") y a él pertenece el cuento "Bar de marineros", que empieza así: "Clarence Payne, de la dotación del White Crest, barco de matrícula británica, escruta desde la calle y tras los cristales turbios de las puertas, los interiores de los cafetines".

El lector llega así al puerto de Santa Fe y al "Liverpool, bar for seamen", junto a un marino, figura arquetípica de la épica desde el Ulises de la Odisea de Homero. Payne (homófono de pain: dolor, en inglés) es un obrero del mar y un ente errante encadenado por su destino, como el Ancient Mariner de la rima de Coleridge; el nombre de su barco también es rico en resonancias literarias. Anclado, en todo sentido, en la literatura universal, este cuento iniciático nos lleva de la mano de Payne al rostro herido de una mujer, cuya vida ha caído desde la Vanity Fair de Thackeray hasta el subsuelo de Dostoievski. "Junto a ella un gato manotea, divertido y quiromántico, el mazo de cordones para botines que cuelga de un alambre", escribe el autor en una prosa moderna de deslumbrante belleza, originalidad y precisión.

En otro bar, El Nuevo Sol, en Rosario y ya a mediados del siglo veinte (la época y lugar en que fue escrito), transcurre un cuento largo que en estos tiempos sería editado como una novela corta y que en otras latitudes ya estaría consagrado como una obra maestra de la literatura. Se trata de "El taco de ébano", de Jorge Riestra, quien sitúa en la tradición de la picaresca una alegoría de la muerte y de su único significante posible cifrado en el nombre propio (ese "Roque Perfumo" que un incauto lee "mal" escrito en la fórmula abstracta del Requiem in Pace). En una saga coral que va del humor ingenioso a la superstición (la comedia y la tragedia de los hombres del pueblo), el objeto del título constituye una dinastía de billaristas al funcionar como un cetro con vida propia. La proeza técnica de Riestra consiste en narrar desde una primera persona subjetiva logrando el efecto de un narrador omnisciente a partir de múltiples puntos de vista reportados: "Esto supimos esa vez, y lo otro lo contó el Mingo tiempo después".

En el camino desde el Liverpool al Nuevo Sol se encuentra el almuerzo postergado del diputado radical que protagoniza "Día de audiencia", del militante radical y escritor Alcides Greca, relato satírico que es uno de sus Cuentos de comité publicados en 1931. Y que, leído desde el presente, dice mucho sobre una idiosincrasia popular regional que naturaliza las dádivas del poder. "Mi literatura tiene un valor esencialmente documental", declaraba el autor desde su celda de preso político en la isla Martín García. Agustín Alzari, quien comienza con esta representativa cita su biografía de Alcides Greca, contó a Rosario/12 que el objetivo de la publicación, a la que define como una "colección de narradores clásicos de Santa Fe con una mirada contemporánea" es, dice, el de "rescatar esta mirada sobre el entorno, ese cruce entre relato moderno e interés por el territorio".

"Eso forjaba un espíritu de época y un espacio fundacional de la narrativa santafesina. Desde Mateo Booz hasta Riestra y Saer podía rastrearse ese gesto --resumió el compilador--. Había que dar una lectura actual, releer a esos autores que, si bien son clásicos y componen el canon, no lo agotan".

Ciudades, campos, pueblos, islas se presentó el 29 de abril de este año en la feria del Libro de Buenos Aires, a sala llena y con Cantini mostrando orgulloso una primera edición de Las 9 muertes del padre Metri (1942), de Leonardo Castellani, quien lo firma en la tapa con el seudónimo Jerónimo del Rey (ver foto). Sacerdote jesuita nacido en Reconquista, formado en teología en Roma y en psicología en La Sorbona de París, periodista y expulsado de la orden, el padre Castellani "es el que se reúne con Videla, Sábato y Borges", contó Alzari. También es el autor del tempestuoso y fascinante relato policial político de horror "La cabeza entre los lirios", cuya acción se sitúa en el patio trasero de la parroquia de la localidad de San Antonio de Obligado.

Otro autor del rubro "Pueblos" que firmaba con seudónimo es el reconocido escritor esperancino Gastón Gori, quien además ejercía la profesión de abogado bajo su verdadero nombre, Pedro Raúl Marangoni: una doble vida insospechada, pero no para los detectivescos editores. "Calixto Brillard estaba en la ribera del río Salado, en el paraje llamado Mihura", abre el autor uno de los cuentos reunidos en El camino de las nutrias (1949). Completa la terna pueblerina el también célebre Velmiro Ayala Gauna, autor (como Castellani) de un cuento policial lejos de la gran ciudad que parecía su entorno connatural: "Los dos se la jugaron al ambientar relatos policiales en los pueblos, comúnmente soportes para la historia costumbrista", comentó Alzari.

"La mayoría de estos autores buscan estas dos grandes ciudades, Rosario y Santa Fe, y vienen del pueblo; vuelven al pueblo a través de la literatura", resumió Alzari, pensando también en las "escapadas" de Diego Oxley a su San Javier natal. "Esto fue contado en un pueblo de la costa", empieza el cuento "Palo y hueso", del libro homónimo de Juan José Saer. El otro relato isleño, además del de Oxley y el de Saer (el único de los doce que es reconocido internacionalmente, algo así como el Messi de este seleccionado provincial) es "Los ojos que no miran". El cuento integra el libro La barranca y el río (1944), de Abel Rodríguez, seudónimo de Avelino Rodríguez. El autor integró en Rosario el grupo de arte El Clan, junto con el pintor César Caggiano y el escultor Erminio Blotta. El signo político esta vez es el del anarco-sindicalismo. Otro Abel Rodríguez, nieto del escritor, les arrimó a los compiladores una foto que documenta cómo su abuelo posó para una estatua del poeta Dante Alighieri que fue creada por Blotta.

Nacido en Villa Elisa, Lermo Balbi fue el José Pedroni de Rafaela; pero si los poetas rafaelinos jóvenes basan en él su tradición contemporánea local es por Orfeo se reembarca, un libro póstumo que no aparece en ninguna de las biografías consultadas. Junto al más célebre Luis Gudiño Kramer, otro rescate de la sección "Campos" es Carlos Eduardo Carranza, otrora conocido socio de Mateo Booz en dramaturgia; sólo la memoria de Jorge Isaías lo trajo al presente.

Compartir: 

Twitter

Pedro Raúl Marangoni, más conocido por su seudónimo: Gastón Gori.
 
ROSARIO12
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.