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Domingo, 16 de octubre de 2016

TEATRO > OTELO

POR QUÉ GRITA ESA MUJER

La más íntima de las tragedias de Shakespeare es quizá la más representada: Otelo no se ocupa de reyes y naciones y tronos, sino de un engaño, del poder tenebroso de los celos y del asesinato de una mujer. En la puesta que acaba de estrenarse, con dirección de Martín Flores Cárdenas, en el Teatro Regio, el elenco –encabezado por Guillermo Arengo, Vanesa González y Ezequiel Díaz, todos surgidos de la escena alternativa, como el director– está acompañado por una orquesta que toca en vivo y el vestuario, inspirado en motivos náuticos, evoca la sensualidad oscura de los puertos. La apuesta de Cárdenas es demostrar aquello de que Shakespeare sigue siendo contemporáneo. Y lo logra con coreografías arriesgadas, una corporalidad desatada y una decidida interpretación del crimen de Desdémona como femicidio: así Otelo se convierte también en una obra sobre el poder y la desigualdad, finalmente en una pieza política.

 Por Mercedes Halfon

De todas las tragedias de Shakespeare, Otelo es la mas doméstica. No trata de la caída de un rey, de una nación, ni de la razonada agonía de un príncipe. Lo que trae a la escena es el engaño urdido por una mente prodigiosa, el fin de un matrimonio y el cruel asesinato de una mujer en manos de su marido. Es una de sus obras más representadas quizás por esa misma cualidad: retrata la intimidad de unos personajes con todo el naturalismo del que el siglo XVII era capaz. Casi como el equivalente escénico de lo que una pintura de Vermeer hacía con los interiores continentales. Son estos seres y estos padecimientos los que el director y dramaturgo Martín Flores Cárdenas ha vuelto a la vida en su flamante puesta en el Teatro Regio: Otelo interpretado por Guillermo Arengo, Desdémona por Vanesa González, Yago por Ezequiel Díaz, en el marco de un elenco notable acompañado por una orquesta tocando en vivo sobre el escenario con vestuarios marítimos, melodías que evocan la sensualidad oscura que emanan las zonas portuarias.

Como es harto sabido –aun sin haber visto o leído la obra original–la tragedia de Otelo se desencadena a partir de una emoción, quizás la más subjetiva y deformante nacida del amor: los celos. Pero todo comienza antes. Yago es un oficial resentido con Otelo, su superior, por haber dado el puesto de teniente al que él aspiraba a otro oficial. Es a partir de ese odio que este personaje pergeña un plan maquiavélico para convencer al moro Otelo de que Desdémona, su mujer, lo ha estado engañando con el recientemente ascendido a teniente Cassio. Shakespeare es detallista: no escatima descripciones de la fogosa intimidad de sus protagonistas, el erotismo acicateado por la diferencia de edad –Desdémona es casi una adolescente– y de color. No solo la pasión es pormenorizadamente mostrada, también lo es el rencor, a través de la estrategia de Yago. El villano prototípico de Shakespeare embauca a una serie de personajes a su alrededor para que favorezcan a su objetivo de confundir fatalmente a Otelo. A través del desarrollo de la historia, se trasunta una visión general sombría: el mundo donde la acción acontece es cruel y violento.

¿Parecido al presente? Parecido al presente. Como suele pasar con Shakespeare. No por eso es menor el desafío de montar una obra suya. Como reflexiona Martín Flores Cárdenas. “Ya sabemos lo que se dice siempre: que Shakespeare es como el mundo y como la vida, que cada momento de la historia encuentra en él lo que necesita, puede o quiere ver. Pero para hacerle justicia a eso que se dice, que sigue siendo contemporáneo y cercano, para mí era necesario jugar como él lo hizo. Con los tiempos, los espacios y, sobre todo, haciéndome cargo de la provocación y el alcance de su lenguaje.”

RESISTENCIA A LOS CLASICOS

Hay que saber que Martín Flores Cárdenas es un director y dramaturgo que hasta el momento había trabajado casi exclusivamente en el teatro independiente con obras que partiendo de una dramaturgia propia o de una adaptación, recalaban en textualidades contemporáneas. Dirigió entre otras Quienquiera que hubiera dormido en esta cama (basada en cuentos de Raymond Carver), Mujer armada hombre dormido, Matar cansa (sobre un caso real de un asesino serial) y Entonces bailemos, su última pieza con la que estuvieron en cartel cinco temporadas. En esta oportunidad lo convocaron del Complejo Teatral de Buenos Aires para adaptar y dirigir Otelo, a los 400 años de la muerte del autor. Es la primera vez que trabaja en una puesta de estas características. Y siempre es interesante ver esas negociaciones y tráficos entre modos de producción opuestos: el muchas veces naftalinoso escenario estatal y su predilección por los clásicos se ve vigorizado por un director y un elenco que viene del circuito alternativo; la robusta estructura del teatro oficial permite un despliegue escénico y unas posibilidades que el off no podría permitir.

La convocatoria fue a montar Otelo y no otra. Pero hubo algo de feliz coincidencia, como dice Flores Cárdenas: “La obra la leí por primera vez en el secundario. El profesor que daba literatura inglesa en mi colegio, Nick Martin, era actor y director de teatro. Si bien en esos años me resistía a cualquier cosa que él pudiera decirme, su aparición en mi vida fue determinante para que yo descubriera la literatura y el teatro como vocación. Murió antes de que yo o alguien se lo pudiera contar. El desafío de adaptar Otelo, de apropiarme del relato fue por sobre todas las cosas de una manera cariñosa, aunque algún purista pueda dudarlo. Y podría decir que, por tratarse de un trabajo a pedido a un director que en general trabaja sobre iniciativas propias, algo de aquella resistencia adolescente al ‘cómo debe ser’, reapareció.”

¿Cual sería esta resistencia adolescente? En principio la apariencia de recital de rock de la obra, en la que Otelo comienza punteando melancólicamente su guitarra. La música realizada por Julián Rodríguez Rona y la coreografía de Manuel Attwell vigorizan la tragedia, transmiten sensorialmente elementos centrales, dejando descansar la percepción del espectador en una obra obviamente cargada de texto. También la construcción de los personajes: las mujeres –Desdémona, su aliada Emilia y la prostituta Blanca, las espléndidas Vanesa González, Laura López Moyano y Florencia Bergallo respectivamente– lejos de ser unas recatadas damas isabelinas, portan pequeños vestuarios navy y bailan coreografías locas y sensuales, por momentos para su propio goce, por otros, imaginadas por los hombres del lugar. Ellos, todos, también están corporalmente desatados. Especial atención al hermoso baile del ‘gordo’ Otelo encarnado por Guillermo Arengo, un actor extraordinario que deja de lado cualquier idea de representar literalmente la ira de su personaje. Una vez más se ve y disfruta de la fisicidad que Martín Flores Cárdenas imprime en sus trabajos, tan contundente, tan contagiosa.

“Si bien el original aborda montones de temas, había ciertos aspectos que a mí me interesaban más, que me interesan o me suelen interesar”, dice el director: “Me fue imposible leer Otelo hoy sin pensar que en nuestro país muere una mujer cada 30 horas, víctima la violencia de género. La desigualdad de género es un tema que a mí se me impone al momento de escribir o dirigir. No me lo propongo. Me suele pasar, naturalmente en las obras que monto por las mías, termino hablando de eso. No es extraño que suceda ahora, una vez más.” Hay que saber que algunas de las obras anteriores del director abordaban episodios de mujeres y hombres entregados a un amor proclive a continuarse en la violencia, muchas veces directamente tomando como germen una crónica policial. El paso de Entonces bailemos –en la que en el vertiginoso patchwork de relatos aparecía el de una pareja celosa que terminaba con alcohol fino y un cigarrillo que ella encendía orgullosa mirando al público– a Otelo es de algún modo lógico. Casi como si el clásico isabelino fuera una precuela, el antepasado ficcional y noble de historias que a Flores Cárdenas le interesan en el presente, o una muestra más de un problema que lleva ocurriendo siglos, la Historia misma.

UN CUADRO QUE PINTE TU HABITACION

Pequeños detalles: la historia del pañuelo robado y aparecido en el peor lugar, la taberna donde se emborrachan, la alcoba de Desdémona una madrugada en la que nadie duerme. Objetos cotidianos, espacios íntimos. Se dijo más arriba. De todas las tragedias de Shakespeare esta podría pensarse como la menos política, la menos histórica, la que menos habla sobre “el poder”. ¿Pero esto es así? ¿O todo lo contrario? Hay una gran ambigüedad y esto es lo que puso de manifiesto este director con su puesta.

Como él mismo reflexiona: “La violencia de género está presente en distintos niveles de lo público y lo privado. En la intimidad, las cifras de mujeres maltratadas física y emocionalmente crecen y las políticas públicas que supuestamente quieren buscar su disminución no alcanzan. Parecería haber más conciencia, sin embargo paralelamente a que la consigna #niunamenos le dio notoriedad a un problema antiquísimo, en lo público la discriminación sigue avanzando, en la educación, en lo laboral, lo económico, la salud, el lenguaje… Entonces, es difícil separar entre lo público y lo privado al referirme al asesinato de Desdémona. A pesar de que en general pongo la mirada en el chiquitaje, en lo íntimo, siempre termino hablando de temas mucho más grandes. Y ese quizá es uno de los planteos que más me copan de esta oportunidad: ¿cuándo o dónde empieza lo público o lo privado? ¿dónde empieza una tragedia ´doméstica’? ¿cuándo un femicidio?”

En el final de la obra –no puede considerarse spoiler, 400 años han pasado desde su representación original– Otelo ahoga a Desdémona con un almohadón. Es de madrugada, ella está dando vueltas en la cama y él llega transfigurado, ciego a lo que tiene delante de sus ojos, decidido a creer lo que le contó el ponzoñoso Yago. La puesta de Flores Cárdenas elige para este momento acercar el escenario –un espacio abstracto realizado por Alicia Leloutre– hasta los espectadores, casi al pie de la platea. Vemos el asesinato bajo una luz de acero, blanca y cruel. El hombre y la mujer están solos en ese cuarto y el amor fou que alguna vez los embargó ahora es solo violencia y luego dolor. La potencia de esa escena, el hermosísimo monólogo final de Otelo, la imagen de Desdémona ahorcada. Arcaico y contemporáneo, no debe haber nada más triste para corroborar en estos días.

Otelo, de William Shakespeare se puede ver de jueves a sábados, a las 20.30 y domingos a las 19, en el Teatro Regio, Córdoba 6056. Entrada: desde $ 100.

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