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Domingo, 27 de marzo de 2016

MUSICA > JULIETA LASO

ESA INTENSA MELANCOLÍA

Creció en una familia progre, entre discos de Violeta Parra, libros de astrología y canciones de Mercedes Sosa, pero desde chica Julieta Laso se supo tanguera y oscura, fanática de Tita Merello y Artaud. Después de un paso por la actuación grabó un disco solista, hizo otros trabajos y, casi por casualidad, Yuri Venturín la escuchó cantar en el patio de su casa. El es el contrabajista y director de la Orquesta Típica Fernández Fierro. Y así esta chica que venía del teatro experimental, frágil y fuerte al mismo tiempo, reemplazó al cantor histórico de la agrupación, el volcánico Chino Laborde, que estaba de salida, y con su personalidad logró que la Orquesta sobreviviera, reconfigurándola con un estilo libre y aguerrido.

 Por Mariano del Mazo

Hace dos años Julieta Laso descendió por la boca de un volcán llamado Orquesta Típica Fernández Fierro. El volcán estaba en erupción: se había ido su cantor histórico, el Chino Laborde, y la agrupación celebraba su casi década y media de vida a pura tensión. Integrantes que no se hablaban, descalificaciones, pase de facturas, palomas, halcones y una electricidad ambiente nada extraña en una banda de rock a punto de separarse. La Fernández Fierro no es una banda de rock, pero casi. Y no se separó. Lejos de disolverse, redobló la apuesta. Llamaron a una chica joven que venía del teatro más extremo, en apariencia frágil, luminosa y oscura al mismo tiempo, que huía de una crisis existencial. Y los planetas se alinearon. La Fierro se reconfiguró y sobrevivió. Ya nunca más se verían las extraordinarias y lisérgicas performances del Chino Laborde protegido por un casco de moto o cantando de espaldas con una corbata al revés, a la manera de un Luca Prodan de principios de milenio. Julieta Laso es otra cosa: ella también se reconfiguró y sobrevivió.

Una modesta leyenda prologa su ingreso a la orquesta. La casa que habita en Parque Chacabuco es un complejo de pequeñas viviendas unidas por un pasillo común. Laso es vecina de la pareja de Yuri Venturín, contrabajista y director de la Fierro, y a menudo canta en el patiecito o en la ducha. Un día Venturín la escuchó a través de la medianera y la llamó, como quien se asoma al ligustro. Le dijo: “Nos quedamos sin cantor. Venite a una prueba que tenemos unas presentaciones en Australia”. El llamado tuvo algo de vara mágica. Laso no preguntó nada, se limitó a ir. Venía de trabajos informales –modelo vivo, camarera, vendedora en un local de anillos de autor– y se sentía un tanto perdida. “Fui, casi no hablamos –dice a metros de la famosa medianera, bajo baldazos de sol–. Viste cómo es Yuri: pocas palabras. Estaba nerviosa. Me presentó al resto de la orquesta, me dijo tres o cuatro cosas, todo así a la que te criaste. Me dio un tango para hacer y ya. Yo conocía a la Fierro. Siempre me atrajo el sistema cooperativo que manejan. Hice la prueba y quedé. Para mí era un honor. Por suerte la primera presentación fue en Australia”.

¿Por qué?

–Y… me hubiera costado más debutar en el CAFF, de local. Igual en Melbourne tuve mis temores. No paraba de dudar de mi misma, de titubear. Pero me la bancaba. Salía a matar o morir, a pelearme no sé contra quién. El escenario era un ring. Hasta que en un momento, internamente, me dije: “Tengo que ocupar el lugar”. El primer concierto que di con esa convicción interna fue glorioso. Después me fui relajando, y encontré mis matices interpretativos. Dentro de un estilo muy aguerrido, muy feroz. Porque eso te exige la Fierro.

Laso dice que así ocupó su lugar. Fuentes fidedignas de la orquesta señalan que la frase empleada después de ese primer concierto liberador fue más contundente. “Hoy me los cogí a todos”, dicen que dijo, aliviada, oteando la sala vacía, ya en su lugar. Ahora toma mate, invita sandwichs de miga y fuma con estilo; a la noche puede llegar a transformarse. “Me habitan demonios, como a todo el mundo. Tengo mis oscuridades. Tuve una vida intensa”.

Es hija de esa entelequia que se suele agrupar bajo el paraguas de “padres progres”, que puede incluir desde Andrés Calamaro hasta Margarita Stolbizer. El padre es economista; la madre psicóloga y astróloga; el hermano instructor de yoga. En la casa de infancia de Boedo primero y Villa Luro después se desparramaban discos emblemáticos de fin de dictadura: Violeta Parra, Serrat, Zitarrosa, Mercedes Sosa. Redondas banderas de vinilo, pecé tardío. Nacida en 1982, absorbió por ósmosis ese cancionero. “Música buena, tranca. Pero yo me volví loca con una artista que nada que ver con esa época. Una artista total: Tita Merello. Sabía todo de ella, la imitaba, amaba verla en las entrevistas por televisión. También me marcó especialmente Violeta Parra, una genia. Pero el primer amor fue Tita. No me interesaba el rock. Después sí, me copé con alguna gente puntual como Patti Smith, Jimi Hendrix, Björk, Radiohead. Igual la música estaba ahí, en un segundo plano. Porque de chiquita lo mío era el teatro. Siempre fue el teatro”.

Entre los veranos en el club Vélez Sarsfield y la separación de sus padres cuando estaba en tercer grado, fue configurando su arista dramática. Después de diversas experiencias, se inscribió de adolescente en el Grupo de Teatro Libre de Omar Pacheco. “Tenía 21 años, una edad complicada. Estaba en conflicto conmigo misma, con mis elecciones, con mi búsqueda. Ya me había puesto en pareja varias veces, iba y venía a lo de mi mamá. En fin, no podía sacarme esa sensación de no creer en nada. Necesitaba resignificar todo.”

¿Cómo saliste?

–Me rescató el tango.

El primer tango que cantó fue en el marco de una obra, en el grupo de teatro de Paco Redondo. Era sobre Popol Vuh, se llamaba “Di” y el coro lo dirigía el murguista Alejandro Balbis junto con Nahuel Ruscio. Cantó algunos temas con Ruscio, y empezó a involucrarse con el género. Una noche fue a la milonga Orsai y se encontró con el pianista y director –ex Fernández Fierro– Julián Peralta y con el bandoneonista Patricio “Tripa” Bonfiglio. Peralta hoy es uno de los más tenaces agitadores del tango, con su teatro Goñi y con la orquesta Astillero. Y uno de los que gusta bucear el under en busca de perlas. Había escuchado a Julieta Laso. “Julián me alentó. Yo venía cascoteada, muy escéptica. No quería inventarme un sueño, estaba como sin fuerzas. Me ofreció grabar un par de temas con Astillero. Me dije, bueno, probemos, total… Grabamos ‘De barro’ y ‘Romance de un negro milonguero’, un tema de Zitarrosa”.

¿Dónde están esas grabaciones?

–Nunca salieron. Pero a través de Julián conocí al Cuarteto La Púa. Ellos me ofrecieron hacer un disco con mi nombre, de manera cooperativa. Al final grabamos, pero solamente participaron tres de los del cuarteto.

Tango Rante salió en 2010 con las guitarras de Juan Otero, Germán Montaldo y Leandro Angeli. Son tangos clásicos, con una interpretación sobria, a años luz del pulso anfetamínico de la Fernández Fierro. Guitarras y la voz todavía contenida de Laso para obras como “Alma de loca”, “El pescante”, “Carnaval”, “Barrio pobre” y “Melodía de arrabal”. Entre estas bellezas consumadas de Manzi-Piana, Gardel-Le Pera, Aieta-García Giménez, Laso coló como cierre del disco un tema propio. Una milonga recitada que funciona como una amarga actualización del “Por qué canto así” de Celedonio Flores, que patentó Julio Sosa. La tituló “Viejo oficio”: “Tango que nombra nuestra enorme huella de imposibilidad / Dice de nuestras manos, que se desgarran quebrando una tierra seca/que se cuenta húmeda y de maíz./ A los corazones que ya no sirven en esta perversa inmensidad llena de ausencias / Tango a los que nunca creímos en el cuento de la felicidad./ Y a los sueños, que de tanto masticarlos se han vuelto enorme ambición./ Tango, para los que lloramos antes de reír y caminamos antes de bailar./ A los que enfrenta la vida y cada día de ella. /A la luna, que alumbró nuestra copa vacía/ Tango al viejo oficio de la vida/ Tan viejo como la prostitución o la ilusión / A mi alma, perro de calle que mi canto trasmita en medio de esta guerra noble/ Para que mi alma no juegue nunca sola”.

Dice que tiene algunos otros textos escritos. Mientras estudia piano, intenta avanzar en el viejo oficio de hacer canciones. “Pero me cuestan. Mi relación con la escritura por ahora está in progress”. Rodeada de libros variopintos –desde la biografía de Piazzolla de Fischerman y Gilbert hasta una antología de notas de Cerdos & Peces– intenta depurar su relación con la palabra. Se basa en antiguos obsesiones, también totalmente heterogéneas, como El viejo y el mar de Hemingway y El Pesa-Nervios de Artaud. “En definitiva, todo lo une la idea de no concebir una obra al margen de la vida”, dice y rescata a Flaubert. “Cuando leí esa frase de él que dice que el arte es, de todas las mentiras, la menos mentirosas, me mató”. Agrega que aquel disco, su único disco solista, le sirvió para forjar una convicción con la lírica y con el canto. Se puso a estudiar con Beatriz Muñoz, ex coach vocal de Mercedes Sosa, y profundizó la música. “Yo había estudiado batería y percusión africana… Tenía un profesor musulmán que era un capo. También estudié con Horacio Gianello, el de Arco Iris. Me encanta la música de raíz. Pero es cierto, estoy devorada por el tango. El tango me puede. Soy tanguera”.

¿Qué significa ser tanguera?

–No podría definirlo. Es una forma de la intensidad mezclada con la melancolía.

Como su madre, es devota de la terapia y de la astrología. “Y… en casa se hablaba del destino. Yo creo que el arte y la psicología son las dos maneras que existen de trabajar con el inconsciente, con las emociones y con la sensibilidad. La astrología, en cambio, es como un ADN energético: ve la estructura energética de las personas. Y el aparato psíquico sería como otro aspecto del ser. Creo que están absolutamente ligadas la astrología y la psicología. Primero hay que aceptar que no solo somos materia, que somos una unidad. Estamos ligados al universo”. En terapia se pregunta recurrentemente a qué se debe esa pulsión a meterse en sitios tan densos. Que por qué sus artistas preferidos, como Violeta Parra y Elis Regina y los poetas franceses, tienen un sino trágico. “El tema es cómo domar mis miedos. Nunca tuve temor de enloquecer, pero sí de haber desarrollado una sensibilidad que no me fuera útil para moverme en sociedad. Estoy atenta a eso. A todo eso. Lo de Pacheco era extremo, lo de la Fierro tiene su peso. Comparto todo con la orquesta, creo en cada una de las decisiones estéticas, creo que el arte tiene que ser contundente. Mis miedos vienen también por el vacío, por el ego. ¿Vos sabés lo que es dar un concierto y después quedarte sola? Le tengo respeto a esa sensación. Además el tango no es un lecho de rosas, tiene una atmósfera que… bueno, mamita. A veces le digo en joda a mi mamá: ‘¿Nunca una bossa nova de chica, no?’ ¡Me faltó más Brasil!”.

En algún momento se la relacionó con la movida del tango queer. Se desmarca y comenta que no está tan segura de ser gay, que lo único que puede decir es que no es heterosexual. “No me siento símbolo de nada. Y mi lugar en el tango, bueno… siempre estuve con hombres. Cómo soy seguramente colaboró en mi inserción en una orquesta de doce tipos. Por más que son re profesionales, otra clase de mina podría haber provocado un descalabro en una banda así”.

Vos no…

–Yo no. Tengo un costado viril, otra onda. Todo bien con todos. Caigo bien. Mirá, al Chino Laborde nunca me lo encontré personalmente. Yo lo vi mil veces: me fascina cómo canta. Cuando entré en la orquesta me mandó por el Tano, el iluminador, una remera hermosa que decía “Fernández Fierro”, una que usaba él. Buena onda.

¿Te la pusiste?

–Me la puse.

Te debe quedar grande…

–Me queda perfecta.

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Imagen: Nora Lezano
 
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