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Jueves, 21 de julio de 2016

LA INFIDELIDAD EN TIEMPOS DE APPS Y REDES SOCIALES

Los links ocultos

Una fulana con un Facebook con chongos pero sin novio, un tipo que usa esa red para tocarse stalkeando a las amigas de su pareja, un standupero que usa su “famita”, tal otra que se comió “flor de chasco”, un chico que busca chicos que no son su chico y una pirata de tranco largo acorralada. Anécdotas de cornamentas virtuales y chichoneo web.

 Por Hernán Panessi

Un cursor titila. Clic, clic. La sangre fluye por los torrentes sanguíneos con la fuerza de mil huracanes. Hay vértigo y hay tensión. “¿Nos vemos?.” Enviar. Según el sitio Divorce-Online.com, el 33 por ciento de los divorcios en el Reino Unido son adjudicados a Facebook. Solamente en Argentina, esa red tiene unos 20 millones de usuarios activos por mes, y el 95 por ciento de ellos buscó allí alguna vez a su ex pareja. Asimismo, un estudio publicado en la revista estadounidense CyberPsychology asegura que unas 28 millones de parejas rompen al año por culpa de Facebook o WhatsApp. Y en 2013 llegó a Argentina la red social para infieles, Ashley Madison, pero no prosperó: faltaba poco para el reinado de Tinder. Aún así, mantiene la friolera suma de 46,7 millones de seguidores en el mundo. “Dale, encontrémonos.” La sangre hervida recorre cabeza, corazón, dedos y genitales. Clic, clic. Enviar.

La oferta constante genera un nervio que se alimenta de insatisfacción, búsqueda y peligro. Y ese nervio va conectado a WiFi: las redes sociales aumentaron las posibilidades de infidelidad. De acuerdo a un estudio de la Universidad Autónoma de Nuevo León de México, el 30 por ciento de los usuarios de Facebook tuvo problemas con sus parejas por mensajes con otras personas. La vida como una gran góndola de supermercado sexual donde todos están exhibidos: del byte a la carne.

¿Las conversaciones calientes cuentan como infidelidad? ¿Cuáles son los límites de la moral? ¿Aumentaron las fantasías a partir de las redes sociales? ¿Cuánto hay de juego y cuánto de realidad? ¿Las redes simplificaron la piratería? ¿Se puede tener una doble vida en épocas de exposición 2.0? ¿Valen los “toco y me voy”? ¿Cuándo es tarjeta roja? ¿Y amarilla? ¿Es ésta la oportunidad de los tímidos? ¿Hay más infieles desde la democracia de las redes? ¿La confidencialidad despunta el vicio? ¿Aumenta la frustración por “perderse de conocer a alguien mejor”? ¿Las redes determinaron la muerte de la seducción? ¿Se reparan en las web algunas faltas? ¿Las nuevas dinámicas son proclives para las trampas? Preguntas que flotan en este presente sobreestimulado. Tenés una solicitud de amistad. Clic, clic. Aceptar. “Hola.” Enviar.

La nativa

“Nací infiel porque nací con Internet”, dice A. Ella tiene 28 años y es periodista. Cuando arrancó con las infidelidades tenía 21. El, su primera y gran aventura, era mucho mayor: 36. “Internet me cagó la vida”, reconoce y exagera. Nunca tuvo a su novio como amigo en Facebook. “Creo que es un resabio de humanidad no tenerlo”, sostiene. Ahora considera todo eso como “una estupidez” pero, en su momento, se permitió interactuar –plástica y virtualmente– con otras personas. Eran tiempos de charlas eternas y chichoneo histérico. “Igual estuve de los dos lados, eh”, se ataja. Tuvo culpa pero no la detuvo: “Fue un chateo a distancia que se concretó mil años después por otros medios”. Cuando el insomnio aparecía, A chateaba por las noches durante horas y horas con este “extraño”. El desconocimiento fue su adicción. “A veces se te va de las manos.” La historia terminó porque la novia de él encontró chats. El novio de A nunca se enteró de nada. Después de concretar con este “extraño”, tuvo algunos amantes más. “No pongás mi nombre porque cambié.”

La famita

No se la cree ni él, pero su fama en las redes le abrió un abanico de posibilidades sexuales, románticas y en off-side. “Por sucesos inesperados, de un día para el otro me escribían banda de pibas”, desliza D, uno de los referentes del stand-up independiente. D tiene 32 años y desde hace un tiempo que viene apareciendo en los medios: eso le otorgó una “pequeña famita” que todavía capitaliza. “Si no fuera porque escribo o hago stand-up, no me darían ni cabida… ¿Quién va a querer andar con un pibe de la villa?.” Su novia, una abogada de treinta y pocos, no sabe que D tiene aventuras con pibas más jóvenes que ella. “Por venir de donde vengo, se sorprenden porque a veces cito a filósofos y dicen que eso me hace interesante”, sigue. Su “clave” está en lo que genera en las redes. En consecuencia, el movimiento es lo que lo hace cotizar: “A las chicas les atraen mis likes y mis estados”.

El chasco

N es docente y tiene 27 años. Cuando recién obtuvo el título, conoció un pibe que le pareció piola. Su pareja de ese momento estaba en el debe: la había engañado una vez: “Le quise hacer lo mismo”. Pero no todo entra por los ojos: el nuevo era “bonito” pero no era “bueno”. Un día, después de chatear y autoconvencerse (“Creí que era el ideal para mí”), se comió un garrón. El flaco se había candidateado con una destreza que le era ajena: que esto, que lo otro, que pim y que pam. “No sólo era un pelotudo a pilas, encima ni se le paró.” N deja una reflexión: “Al final, me hubiese quedado fiel, cornuda, pero con mi macho que me garchaba como los dioses”. El pibe le había mentido hasta con la edad: dijo que tenía más de 20 y tenía apenas 17. Después lo bloqueó. “No sé si me daba más vergüenza por mí o por él.” Claro, lo conoció primero por Internet, después en persona. “Si hubiese sido al revés, me ahorraba el chasco.”

El voyeur

Cuando su mujer duerme, está ocupada o se despista, C entra sigilosamente a Facebook y se masturba. “¿La dinámica es explicar si he sido infiel viendo alguna fotografía de amigas o conocidas en redes sociales y tocándome frente al ordenador o con el móvil en la mano? Bueno, ahí estoy yo: sí, he sido infiel.” Para C, que tiene 30 años, trabaja como fotorreportero, vive en México y anda en pareja hace ocho años, esta fantasía rompe la jurisprudencia de lo legal. ¿Infidelidad higiénica? “Las amigas de mi mujer son atractivas y con buen físico, en ocasiones he tenido bien mirar sus fotos y fantasear mientras me toco”, aventura. En todo este tiempo, C jamás ha estado con otra mujer que no sea la suya.

La paranoia

Por entonces, F asumía unos 26 años, vivía en pareja y tenía una hija de 5 años. Sin proponérselo ni buscarlo, en el cumpleaños de un compañerito de su hija, ella deliró con uno de los invitados. “Flashié fuerte, tipo verlo y amor, pero no hablé ni nada”, advierte. Meses después, la mamá del cumpleañero subió una foto de F a las redes sociales. La etiquetaron y, luego de unos minutos, recibió una solicitud de amistad. Ahí no había foto de cara, sólo una imagen de V de Vendetta. El no era la creación de Alan Moore sino aquel invitado, el flaco con el que F se había comido la cabeza. “El pibe con el que había remil flasheado.” Enseguida, F contrastó con una amiga: que es chiquito, que no debe tener más de 20, que esto, que lo otro. “Dicho y hecho, tenía 19”, confirma. La historia empezó gracias a Facebook y, después de seis años de infidelidad consecutiva, los amantes llevan un mes separados. En medio, el marido de F encontró unos chats en MSN y no dudó en robarle todas sus contraseñas. “Me revisó todo tan minuciosamente que hasta hace muy poco no se me fue la paranoia.”

El vecino

Cuando Grindr se popularizó en Argentina, Z (27 años, conductor de TV) estaba de novio. “Me emocionaban las historias de mis amigos, pero no podía vivirlo.” Z era más chico y siempre tenía ganas de tener sexo, su pareja era más grande y tomaba una medicación para evitar la caída del pelo que, en teoría, le quitaba la libido. “Garchábamos poco”, sentencia. Una noche, su novio se negó al polvo y Z se fue al living y apenas se sentó en el sillón, lo descargó: Grindr aparecía en su vida. Con el perfil armado se puso a hablar con chabones que le mandaban fotos. Z devolvía gentilezas. Cuando pensó que todo se descargaba con una paja, le empezó a hablar un tipo sin imagen de perfil. Le aparecía a 30 metros. “Según mi novio, el vecino era muy simpático; si me preguntaban a mí, quería guerra con los dos.” Sus viajes al kiosco 24hs en la madrugada no eran raros, así que le sirvieron de excusa para ir a tocarle el timbre. Le dijo que pase, pero Z le apuntó que sería “más divertido” en las escaleras. La culpa inicial de estar “cagando” a su novio se le borró con la adrenalina de estar con otro tipo que sí quería coger con él. Cuando acabaron con el asunto, el vecino le dijo: “Los quería juntos, pero al menos ya me saqué las ganas por separado”. No había sido la medicación el problema. Z y aquel novio terminaron al poco tiempo.

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