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Jueves, 14 de mayo de 2015

SEXO DE ALQUILER Y FLASHEOS LEGALES EN AMSTERDAM

La jarana mecánica

Recientemente, el gobierno holandés reveló que la prostitución y el expendio de cannabis y hongos generan 2500 millones de euros al año, más que las industrias del pan y el queso, sus alimentos líderes. Pero lo que no cuentan esos datos es el entretejido de violencia y explotación.

 Por Juan Ignacio Provéndola* y Lucas Kuperman**

Amsterdamas de compañía*

lAunque se la considere la actividad más vieja del mundo, la prostitución recién tiene su museo desde el año pasado. Naturalmente, está en Holanda, ese lugar insólito en el que los locales venden marihuana, las mujeres se exhiben en vidrieras y la reina es una argentina. La explotación sexual se remonta al 1600, cuando el puerto de Amsterdam entró en las rutas comerciales y la demanda de voraces marineros abrió nuevos mercados locales. La legalización del año 2000, mundialmente difundida y discutida, le dio papeles a una actividad instalada e instituida durante siglos. El museo, instalado en un viejo burdel del emblemático Barrio Rojo, reproduce habitaciones “de servicio”, objetos de todo tipo y hasta un repaso de la vestimenta del oficio en los últimos cien años. Amsterdam lo muestra con orgullo y lo fomenta como atractivo turístico.

A Louise la obligó su exmarido. Tenía 20 años y tres hijos que sólo podría volver a ver si aceptaba conseguir dinero de ese modo. Al poco tiempo introdujo a su hermana Martine, empujada por otras necesidades igual de angustiantes. Medio siglo después, las gemelas Fokkens calculan haberse acostado con más de 350 mil tipos. Lo contaron en el reciente documental Meet the Fokkens. Manejaron burdeles, tiendas y hasta un intento de sindicato. A los 74, Louise está retirada por la artrosis, pero Martine aún atiende a unos pocos clientes. Son un símbolo de la cultura prostibularia de Amsterdam. La que se sucede entre marquesinas con tetas fluorescentes, teatros de pornosoft, locales con pijas de gomaespuma y vidieras llenas de carne embutida en lencería chirriante. Bordeadas por un tránsito de bicicletas, canales y turistas hasta el pingo de cervezas y enrosque.

El encanto de Amsterdam radica en la sensación permanente de que todo está a punto de pudrirse, sabiendo a la vez que eso jamás ocurrirá. Pero la fantasía de postal poco tiene que ver con la realidad. A 15 años de la legalización, el gobierno reconoció con timidez que no logra contener las actividades más funestas de la prostitución: el tráfico y la trata, mecanismos indisolubles de lo que no es otra cosa que el mercadeo de mujeres.

El año pasado, un grupo de prostitutas realizó una performance coordinada desde distintas vidrieras que comenzaba con bailes eróticos (a los efectos de atraer miradas) y finalizaba con un gran cartel que decía: “Cada año, a miles de mujeres se les promete una carrera como bailarina en el oeste de Europa. Por desgracia, a continuación, terminan aquí”. Se cree que el 75 por ciento de las 8000 prostitutas de Amsterdam provienen de esa zona.

“Todas las experiencias te conforman como persona, pero si no sos lo suficientemente fuerte, te destrozan. Nunca te acostumbrás, y muchas chicas toman drogas para hacerlo más ligero. Hay que satisfacer los deseos de los clientes. Algunos desean pegarte, otros quieren comportarse como una mujer. Algunas pueden negarse, otras no”, contó Patricia Perkin en su libro Detrás de los escaparates del Barrio Rojo. Cuando descubrió que era infértil, su marido la abandonó, entró en una profunda depresión, cayó en deudas y una amiga la acercó a la actividad. Sólo una quinta parte de lo recaudado acababa en su cartera. Un cliente que la frecuentaba le propuso casamiento. Se negó y él empezó a ahorcarla. La salvaron dos colegas que escucharon sus gemidos. Patricia asegura que pudo librarse de la red que la sometía. Ese día, fue a tomar unas cervezas a un bar y luego incineró sus prendas en una plaza. “Puedo prender fuego mi ropa, aunque nunca podré quemar mis recuerdos”, escribió.

El mercado “formal” también presenta sus dificultades. Algo tan sencillo como encontrar vivienda o acceder a beneficios bancarios silvestres como una tarjeta o una pequeña cuentita se vuelven obstáculo para las prostitutas blanqueadas. Desde su blog, Felicia Anna (rumana de 27 años), le dio visibilidad a este problema denunciando que muchas empresas prestadoras de servicios la despreciaban por su condición. Además, resaltaba que sucedía algo similar entre quienes decidían dejar la prostitución y de todos modos eran impugnadas en posteriores postulaciones laborales. No es difícil imaginar lo que eso origina: la subsistencia de redes clandestinas que operan fuera de la ley. Evitando, en definitiva, el escrache en un registro que luego será consultado por terceros. El secreto, siempre enemigo, ahora se vuelve aliado. Es el instinto de supervivencia.

Hace pocas semanas, el Ayuntamiento de Amsterdam convocó públicamente a inversores privados a comprar cinco edificios con destino de prostitución. La idea, dicen, es alojar a 40 mujeres y permitirles la autogestión de su negocio. “Así evitamos la trata”, explicaron con énfasis esos señores que... ¿aceptarían a sus hijas entre las ocupantes de esos cubículos de 6 metros cuadrados con una cama, un tocador y un bañito con vista a la calle?

En la ciudad de La Haya funciona un centro de atención a víctimas del mercado sexual holandés. Allí se atiende medio millar de personas, entre las que también hay hombres y trans. La experiencia es tan buena que el gobierno duda en ampliarla, pues sería darle visibilidad a nuevas víctimas, aumentando las estadísticas de un problema y alterando las proporciones entre quienes quedan de un lado y del otro del goce. Dos ingenieros neocelandeses acaban de proponer una solución: un proyecto de mujeres androides, tuneables a través de un software y hechas con un material resistente a las bacterias. Entre los beneficios, sus impulsores destacan la desaparición del tráfico de personas, la prostitución infantil y las enfermedades de transmisión sexual. Están convencidos de que, en 2050, estos robots se convertirán en los principales protagonistas del sexo. La mujer reducida a un objeto de goma con microchip. Para entonces, la visión binaria de la tecnología no habrá ido mucho más allá que la de aquellos marineros sin banderas ni modales.

La ciudad del faso**

lPaíses Bajos, Holanda, Amsterdam. Grandes quesos, cerveza, parrillas argentinas, prostitución reglada y coffee shops. Ciudad de excesos, pero de excesos controlados. Amsterdam es así, un lugar donde hay mayor probabilidad de ser atropellado por una de las millones de bicicletas o alguno de los tranvías que se desempeñan por las calles que de verse involucrado en una pelea callejera con gente narcotizada.

Desde 1976, cuando la ley habilitó la existencia de coffee shops, la ciudad de pecados permitidos y excesos controlados es la cuna del faso. Y no solamente por la legalidad para consumirla dentro de esos locales, sino también por la profesionalización cannábica: cada fórmula y reacción químico/somático/neuronal/flashera está totalmente estudiada por cada gurú del THC al servicio del consumidor exquisito.

El consumo responsable del cannabis tiene una larga historia en Holanda. En 1972, un informe concluyó que era factible lograr un consumo similar al del alcohol y el tabaco. La idea principal era llevar adelante una lucha contra la heroína, lo que logró que para 1976 se implementara una nueva Ley del Opio, que distinguía las drogas blandas de las duras. Las políticas se basaron en cuatro pilares: prevenir el uso recreativo de drogas y dar tratamiento y rehabilitar a los consumidores, reducir los daños del uso de drogas, eliminar molestias al orden público y la seguridad ciudadana, y combatir la producción y el tráfico de drogas.

Actualmente, los coffee shops se limitan a la venta de, obviamente café, té, jugos, golosinas, latitas de gaseosa y faso... ¡la Cajita Feliz del fumón! Mientras que se recomienda no comprar ninguna sustancia en la calle, ya que pueden haber sido adulteradas, lo que no se permite dentro de los locales es la venta o el consumo de bebidas alcohólicas. A su vez, los coffee poseen algunas reglas básicas para permanecer en el establecimiento, como no consumir drogas duras y no merodear entre las mesas. No se pueden vender más de 5 gramos por persona, y dentro del local no puede haber más de medio kilo en total.

La ciudad también provee gran cantidad de smart shops, nombre típico que se les da a los locales que venden parafernalia: desde pikachus (grinders para los chetos) y semillas, pasando por cañitos metálicos con forma de aspiradora, remeras y todo lo requerido por el fumeta de paso. El paseo por este tipo de negocios es tan interesante que uno de los dueños del reconocido Fantaseeds Garden se lanza a una explicación sobre las semillas que provee: “Acá tenés algunas variedades como la 24K Gold AKA Kosher Tangie, que es muy fácil de fumar, y cuando llega el efecto te enamorás. Es una violadora de mentes”, asegura el shaolín cannábico.

Una curiosidad de los últimos tiempos fue la cantidad de carteles que aparecieron en los coffee shops que advierten sobre el peligro de cierta cocaína que se estaba vendiendo en la ciudad: heroína blanca, que no es aspirable y provoca insuficiencias respiratorias, lo que llevó a la muerte de tres jóvenes británicos el último mes y a más de 20 hospitalizados. Es por eso que en muchos smart shops, y ahora también en la calle por la módica suma de 2 euros, se ofrece un servicio (provisto por el Servicio Público de Salud) para lograr diferenciar las sustancias para que sean lo más inocuas posible para la salud del consumidor. Reducción de daños, que le dicen.

Por otro lado, resulta también que los amantes de las experiencias alucinógenas no sólo pueden probar algunos de los mejores fasos jamás engendrados, sino que también tienen la posibilidad de consumir setas. También con la advertencia en caso de ser consumidor de otras drogas, y/o haber hecho el trip con anterioridad, para lograr que la experiencia sea de flasheo feliz y no se convierta en algo desagradable. Incluso, recomiendan que en caso de pasar un mal viaje y querer cortarlo se consuma azúcar y/o jugos.

Si entre tanto flash psíquico pinta dar una vuelta entre los canales holandeses, los fanáticos de los videojuegos están salvados. El local Pop Cult Amsterdam (se puede chusmear en Instagram) es uno de los lugares más increíbles para el geek: tiene desde gorras con las máscaras de las tortugas ninja, el vestuario completo del Assassin’s Creed, un pijama que recrea el traje amarillo de Star Trek y el mejor merchandising jamás visto de Mario Bros. ¡Entre tanto faso y hongo, es factible terminar vestido con el jardinero azul y la remera roja del fontanero más conocido del mundo!

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