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Jueves, 29 de agosto de 2013

CRONISTAS DE ROCK CON LIBRO PROPIO

Tinta a fondo

¡Extra, extra! Ricardo Cabral, Nicolás Igarzábal y Pablo Schteingart publican poesías y narraciones con (y sin) el rock como banda de sonido.

 Por Julia González

“Tiene su magia pasar la infancia ahí.” Con una tonada que debería ser cordobesa, pero tira más a cualquier otra provincia, Ricardo Cabral se refiere a Coronel Moldes, localidad de Río Cuarto compuesta por 8 mil habitantes. “Por lo único que se la conoce es porque ahí nació Agustín Tosco, y a mucha honra”, dice convencido mientras rola un cigarrillo y le explica a uno que pide una seca que es simplemente tabaco. “Todo el tiempo se confunden cuando me ven fumar”, se excusa, acostumbrado y risueño, este periodista y poeta que a los 14 se fue para Córdoba capital, donde vivió hasta los 30, cuando siguió a su novia, también cordobesa y residente de Buenos Aires.

Con base porteña hace dos años, se rodeó del colectivo de artistas Esta Vida No Otra, nacido en Córdoba, para presentar su poemario Escuchando el sol (2012) con quince artistas que musicalizaron y cantaron los poemas de su libro, en marzo. De alguna manera, Cabral había logrado estar acá y allá: “Hacía un esfuerzo dantesco por tratar de estar, aparecía mucho en pastillas. En mi mal inglés buscaba algún referente de la electrónica o escena independiente, hacía entrevistas”, cuenta acerca de su trabajo en Inrockuptibles, revista en la que colabora desde Córdoba a partir de 2006.

Sin embargo, en el esfuerzo por aparecer se escondía una fuerte actividad artística cuya movida lo vinculó con la escena porteña, aunque siempre con el corazón anclado en la provincia serrana. “Es increíble el atractivo de Córdoba, yo estoy muy contento de haber vivido ahí a fines de los ‘90 y hasta 2005, cuando había escenas emergentes muy potentes. Yo escribía en Inrockuptibles y venía acá y no encontraba algo igual. En los ‘90 había desaparecido la cultura rock y había sido reemplazado por el pub y se trabajaba mucho con nuevas tecnologías porque era más barato”, dice.

La primera sección de Escuchando el sol, “Desorden”, fue escrita entre 2001 y 2002, cuando el poeta vivía la post-adolescencia, inmerso en el colectivo Bistró Casares que hacía una especie de spoken word comparable a Los Verbonautas, pero con artistas de distintas provincias. La segunda se llama “Indie”, y en ella el periodista se ríe y ridiculiza la postura triste del indie, “siempre mirándose los pies, melancólico”. Y la tercera parte es la que tiene que ver más con su presente, “Hasta luego”: “Es mucho más campero en música, tiene un cruce generacional tremendo con ese folklore subterráneo de los ‘60 y ‘70, cosas más folkies. Son personajes del pueblo donde siempre está la naturaleza como eje. Esa sección es llegar hasta el hueso”, concluye.

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En “31.932.906”, Nicolás Igarzábal se presenta como varón mayor de edad, soltero y argentino; confiesa que perdió batallas contra el acné y que cuando le dijeron que era como el pibe de la película de Cameron Crowe, Casi famosos, lo tomó como un piropo. “A Walas lo había entrevistado hace dos años, cuando salió Ringo, le regalé una copia de Rutina caracol porque me contó que iba a lecturas como público y que le gustaban varios poetas jóvenes, y un día me llamó de la nada para felicitarme. Cuando estaba preparando el segundo, pensé en todo esto y se me ocurrió proponerle escribir la contratapa, a modo de prólogo. Le dejé el borrador del libro en un sobre el día que Massacre tocó en el Gran Rex, y me mandó después por mail ese texto hermoso que salió publicado. No éramos amigos, así que me pareció doblemente honesto su gesto y habla de su grandeza. Es un divino total, tal como se lo ve en el escenario”, explica Igarzábal al NO. Si bien Rutina caracol puede leerse como una síntesis de un típico pibe perdedor en una sucesión de poemas que Igarzábal tiró al asador, en Mi ansiedad es un perro pequinés se vislumbra que las cosas han cambiado. “Lo escribí en un buen momento, tanto en lo laboral como en lo amoroso, a contrapelo de cualquier poeta sufrido u oscuro. Estaba muy enamorado y sentía que me salían todas. ¿Viste la escena de 500 días con ella cuando Tom sale de cogerse a Summer y camina como si todos lo saludaran por la calle y le bailaran alrededor? Bueno, así. Todos los días”, dice.

Otra constante que Igarzábal elige para la lírica es el humor, y de esto también da cuenta en el blog que administró hace unos años, Espíritu Rock, desde el que con sorna se burlaba de los rockeros y su mundillo. “La realidad es la que me dictan las poesías; el amor, la soledad, un viaje, un recital con amigos; y el humor es el filtro que le pongo a todo”, jura. Es menester leerlo con la banda de sonido que publica al final del libro.

¿En qué punto se tocan la poesía y el periodismo?

–En que los dos géneros te obligan a sentarte a escribir. Y ésa es mi actividad favorita. Mi poesía es muy periodística en algunos momentos, sobre todo cuando cito bandas o canciones; no pude desprenderme de los tics de periodista de rock (¡el periodista que se muere por recitar!), pero de a poco los voy a ir soltando. En la prosa no tengo límite de caracteres, ni fechas de entrega: la poesía es anarquía, libertinaje total.

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La novela que Pablo Schteingart escribió hace tres años se llama Viaje al centro de la música. Pero podría también llamarse De cómo la música nos abre la cabeza o Para volar hondo (tal el nombre de su taller literario), ya que se lee de corrido o pinchando capítulos sueltos y fusiona el aprendizaje al que su protagonista, Alma Cristal, se somete en su vida. La libertad, la madurez, la actitud guerrera, la introspección, la dulzura, la espiritualidad, la contemplación del Universo y la tristeza son etapas en la vida de la protagonista, cada una influida por una banda y por su contexto. “Estaban en el camino (...)”, comienza la novela, con un guiño a Jack Kerouac y a los beatniks. La historia abre con la gestación de la protagonista, capítulo al que corresponden Jimi Hendrix, The Doors y los Hells Angel. Schteingart narra la influencia musical en cada pasaje.

“Todo comenzó cuando mi parte de periodista de rock no estaba siendo ejercida: a los 19 o 20 tenía mis revistas y trabajé muchos años en el suplemento S! (Clarín) y también en la RollingStone. Escribir de música era algo muy natural para mí y no lo estaba haciendo en los últimos tiempos. Entonces comencé a nutrirme de músicos que no había descubierto y eso me generó un hilo conductor. Cuando fui padre, decidí investigar en las culturas de la historia, salir un poco de la falacia que a veces la cultura moderna nos impone sobre los últimos cincuenta años, como si la música hubiera empezado ahí, con el nacimiento del rock”, cuenta quien hace de la calle su lugar de trabajo. “Vender en la calle me fascina, salteo todo el sistema industrial, editorial y burocrático donde se quedan con tu dinero. Es un contacto persona a persona, yo salgo prácticamente a recitarles pedazos de poesía, es una venta poética”, define Schteingart.

De la investigación de otras músicas se desprende la presencia del free jazz y el tango, las músicas china e hindú. Y hay en la novela un capítulo especial llamado “El cetro de la música: Lokanath Swami”, en el que la protagonista conoce a este “Rey del Ritmo, cuya fortaleza interna es como una columna y su flexibilidad melódica, como un abanico”. Este fragmento fue escrito en India en 2008 y luego fue aggiornado para la edición.

Aclara el periodista que la novela en general no tiene que ver con su vida, pero sí este texto bocetado bajo un árbol, mientras estaba inmerso en un festival de kirtans (especie de mantras devocionales que se cantan por las calles donde las personas se van uniendo a la caravana). El relato trabaja sobre todo la cuestión espiritual, y toma la música como un puente para trazar un camino hacia el interior de las personas. “Estaba en éxtasis en medio de un festival donde la música era la constante, mientras viajaba en botes por Mayapur, una pequeña localidad a orillas del Ganges. Es un lugar donde la bienaventuranza y la explosión de éxtasis espiritual es constante, donde se vive felicidad espiritual. Ese textito es un homenaje a uno de los cantantes más importantes de kirtans, para mí fue una de las experiencias musicales mas inolvidables”, reconoce el escritor.

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