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Viernes, 26 de junio de 2015

La paja en el ojo ajeno

 Por Adriana Valobra *

Las recientes declaraciones del Premio Nobel de Medicina 2001 Tim Hunt me llevan a reflexionar sobre quién otorga el premio, qué criterios de selección utiliza, cómo es el proceso de decisión. Alguna vez, alguien pensó que era buena idea nominar a Adolf Hitler para el Nobel de la Paz y que Barack Obama lo ganara, figuras ampliamente cuestionadas por contradecir aquello por lo que se los considera. Acceder a cualquier premio supone procesos de selección basados en criterios atravesados por intereses de todo orden del que no se excluyen los políticos y económicos. Por ello, entre las personas acreedoras del galardón existen algunas con encomiables prácticas y otras, con carreras tan loables como aquéllas, están ausentes y, otras más, lo han rechazado. Como se evidencia en la historia del premio, las relaciones de género juegan un papel determinante en el bajo número de candidaturas de mujeres y distinguidas. Asimismo, no todas las categorías tienen como fin premiar la acción por la equidad de género. Premiar personas en las ciencias es considerar ciertos modelos de cientificidad que muchas veces presentan parámetros generizados.

Las ideas de Hunt, en un punto, no me sorprenden ni son ajenas a ámbitos cercanos a mi experiencia cotidiana. Hace unos años, en la escuela donde era profesora, se obligaba a las alumnas a utilizar guardapolvo so pena de amonestaciones. Más aún, ésta era una exigencia de muchas escuelas sin que existiera ninguna normativa que lo avalara. El fin alegado era evitar que los varones se distrajeran en el estudio y provocaran situaciones rayanas con la inmoralidad. En el ámbito académico, si bien se han operado cambios significativos, la intelectualidad aún se mide en términos varoniles, incluso en los estudios de género, donde la voz de los varones puede tener un efecto narcotizante y el feminismo considerarse un fanatismo inaceptable contra un bien temperado liberalismo o una sensibilidad de izquierda, a falta de mayor radicalidad.

La idea que expone Hunt sobre enamorarse de colegas (y soy bien pensante y creo que se refiere a enamoramiento) y luego no soportar que se critique su trabajo y, más aún, no poder avanzar en la ciencia y proponer espacios segregados por género, supone una construcción de conocimiento jerarquizada, de crítica personal y ególatra, aderezada con una incontinencia heterosexual compulsiva. Supone un modelo de objetividad que borra al sujeto. Esto nos coloca dramáticamente frente a lo omitido, incluso en las respuestas a esta violencia: cuerpo, emociones y subjetividades forman parte de nuestro conocimiento. Creo que no es negándolo que propondremos nuevos parámetros científicos ni es, lógicamente, reduciéndolo a una mirada misógina que cambiaremos paradigmas tan arraigados. Efectivamente, podemos distraernos al trabajar con otra persona, cometer un error si atravesamos un momento emocionalmente difícil y ver bloqueadas nuestras intelecciones por nuestra subjetividad. Sin embargo, es todo eso lo que también potencia nuestras comprensiones en diálogo con colegas; es en el momento en que nuestras emociones y convicciones se ponen en juego cuando se forja la voluntad para investigar; es, finalmente, nuestra propia subjetividad la que puede ampliar lecturas sobre un fenómeno. Reconocer esto significa revisar cómo construimos un saber y cómo se ponen en juego lo racional, lo emocional, lo corporal, lo etario, lo genérico, lo clasista, lo étnico y tantas otras dimensiones, porque el conocimiento científico en cualquier disciplina se equivoca por las mismas razones por las que acierta. En esa tensión me parece interesante pensarnos.

Hunt es, a mi modo de ver, emergente de un sistema social sustentado en la dominación de los varones sobre las mujeres, de una jerarquía instituida por un modelo de género y un esquema de cientificidad masculinizado en sus métodos, indicadores. Es un sistema violento sobre el cuerpo, la mente y las emociones de las mujeres y sobre cualquier persona que no se apega a esos estereotipos, lo que se considera una feminización excluyente. No deja de ser violento cuando una mujer aprehende esos valores y los reproduce, llegando incluso a autoimpugnarse. Reconocer esta situación puede ser un primer paso para cambiarla. Requiere no sólo de un trabajo de implicación colectiva, sino de uno personal, de preguntarnos cuánto de Hunt hay en cada quien. Particularizarlo y preguntarme cuánto de Hunt hay en mí y de qué modo puedo modificarlo, si es que puedo, en los lazos sociales que tejo cotidianamente.

* Investigadora independiente UNLP/Conicet.

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