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Viernes, 8 de julio de 2016

ENTREVISTA

Intramuros

En su nuevo libro, Alicia Plante (la P. D. James de la literatura rioplatense) retoma la articulación entre relato policial, novela psicológica y turbio diagnóstico de la sociedad argentina. En La sombra del otro, el aparente suicidio de una mujer impulsa a una vecina a convertirse en detective de las emociones y los vínculos ajenos. En diálogo con Las12, Plante habla de literatura, de política actual y de feminismo y opina que este gobierno plantea un ataque diario a la cultura.

 Por Daniel Gigena

Hace pocas semanas, Alicia Plante publicó su nueva novela, La sombra del otro (Adriana Hidalgo), en la que una psicóloga se convierte en detective a causa de la muerte inesperada de una vecina. La muerte de Ana, una hermosa mujer de cuarenta años, es calificada como un suicidio pero Laura, a partir del descubrimiento de unos cuadernos privados con anotaciones de la víctima, vacila e investiga. La nueva novela de Plante se publica a continuación del cierre de su magistral Trilogía del agua, en la que un elenco de personajes más o menos estable establecía una suerte de paisaje del crimen local: las islas del delta de Tigre (Una mancha más), Pinamar (Fuera de temporada) y la Reserva Ecológica, con Verde oscuro. Sin embargo, la nueva novela comienza con un derrame de agua que actúa como indicio siniestro. “No lo pensé así, en realidad esta novela no es parte de la trilogía pero podría convertirse en una tetralogía perfectamente. Todo muy impensado”, dice la autora. “Ahora estoy embaladísima con otra historia que no tiene que ver con el agua. Tiene que ver con un castillo en Italia. La sombra del otro me dio mucho trabajo. Más que las otras. Había escrito una novela y la descarté, tenía en común lo del suicidio que no se entiende demasiado, y que hay que descifrar porque es como un mensaje. Pero la descarté y empecé de nuevo de cero.”

¿Y quedó algo de esa novela descartada en la nueva?

–Quedó el capítulo en el que la protagonista va a la casa del matrimonio amigo de la mujer que se suicida, que son unos pedantes insufribles. Ella no es así para nada y digamos que los ridiculiza. Su mirada es terrible porque les toma el pulso y ellos no tienen escapatoria, primero porque es una mina inteligente, porque sabe mucho de ellos a través de la lectura del diario de Ana y porque es psicóloga. Todo contribuye a que la suya sea una mirada descarnadora. Y rescaté otras partes también de sus reflexiones sobre sí misma y sobre la vida, pero lo fundamental que cambié fue el personaje. No tiene nada que ver con el otro.

El de Laura, la psicóloga.

–Sí. Completamente es otra persona y en la historia hay otros personajes que aparecen que no estaban en absoluto en la otra, como el padre, ese bohemio de los años 60, una especie de hippie con una vida interesante y una autenticidad que ella añora; lo que más añora es lo que el padre era para ella cuando era chica. Ese tipo que nunca le daba la mano para cruzar la calle porque no la sentía chiquita y no la consideraba una nena, entonces la trataba como a una persona grande. Eso los chicos lo aprecian mucho. Y las cosas que le pasan a este tipo, como cuando se reúne con la pareja de montoneros.

¿Durante la dictadura vos trabajabas como psicóloga?

-Empecé más tarde, yo me recibí en el 81 en la Universidad del Salvador, y la dictadura terminó en el 83, o sea que yo estaba haciendo mis primeros trabajos… Entré casualmente en un año de mierda en la facultad porque empecé en el 76. No se podía entrar en la UBA porque no abrieron la inscripción, durante dos años la carrera dejó de existir, y lo que querían era cerrarla. Sociología también y no pudieron. Pero lo que hicieron fue vaciar la carrera de contenidos. Se convirtió en una especialización en fenomenología, era espantosa, había sólo dos materias cuatrimestrales donde se estudiaba a Freud. El hecho es que yo después me encontraba con gente de la UBA en grupos de estudio fuera de la facultad y no podía creer el nivel de ignorancia psicoanalítica que tenían, no sabían lo que era el análisis del caso Dora, que es la espina dorsal del psicoanálisis, no entendían nada, era deprimente. Duró bastante tiempo eso.

¿La formación en psicología te ayudó para la escritura?

–Muchísimo. Una de las cosas fundamentales que me dio fue que me enseñó a buscar la coherencia interna de los personajes. Te doy un ejemplo, hay una película norteamericana, La sociedad de los poetas muertos. En esa película hay un chico que se suicida. Ese personaje es imposible. La personalidad del chico no es la de un suicida, no se suicida cualquiera. No se suicida el que está decepcionado, se suicida el que tiene una estructura de personalidad determinada. Eso se llama coherencia interna. Entonces, yo trato que mis personajes sean posibles, verosímiles, y una forma es esa mirada, esa puesta a prueba. Pero es la primera vez que escribo con una psicoanalista como personaje principal.

Ésta es tu novela más claustrofóbica.

–Es una buena definición, es claustrofóbica. No creo que la ciudad tenga que ver con eso; tiene que ver con la falta de amor temprano, ésa es la clave y es una herida que no cierra jamás. La falta de madre genérica; por eso le escribo a una madre que no existe realmente, ahí en todo caso es el padre el que cumple el rol de la madre, más que el de padre. Que es un poco lo que hace que Laura en la adolescencia se aleje de ese padre maternal, porque la decepciona que pueda mentir, que pueda camelear, que le falte garra. Tal vez virilidad, pero virilidad entendida como algo del temple. Y él se las pica a Madrid cuando siente que está en peligro de que lo chupen; entonces ella también se va a España años después, él huyendo de los militares y ella porque no soporta más el menemismo. El menemismo también era una amenaza a la vida, no al asesinato de los militares, sino a la pérdida del sentido de la vida que queda como sumergida en la banalidad, en la frivolidad, en la codicia y en la estupidez, en la falta de pensamiento. Eso es para ella el menemismo y se va y cree que se va solo por eso, y eventualmente descubre que en realidad se había ido atrás del padre, aunque a una ciudad algo distante. En la historia a Laura se le aparece ese padre, porque es el que le dio amor. Y todos sabemos lo que es cuando te dan amor, en el comienzo de la vida, en los primeros años. Es inolvidable.

¿Ahora existe esa amenaza al sentido de la vida en la Argentina?

–Es peor. Para mí este gobierno es mucho peor que el menemismo. Está más cerca de los militares que de Menem. Cada día está más claro el autoritarismo y la impotencia a la que nos condenan. En ese sentido lo único que no hay son los secuestros y la muerte. Pero es como que los medios y la justicia han reemplazado los tanques, la justicia por hablar del Poder Judicial, no de la justicia, ¿no? Nos están sumergiendo, mirá cómo me vuelve el agua, no lo puedo creer, pero estamos sumergidos en un agua densa, pegajosa, oscura, apenas podemos sacar la nariz para respirar. Ahora no me acuerdo si fue José Ingenieros, no me acuerdo quién fue que dijo que cuando la gente está bien vota mal y cuando está mal vota bien. Creo que la gente estaba cebada y quería más y eso me da vergüenza. Que seamos tan frívolos, o sea, a la vez que uno puede pensar y sentir que la gente tiene más conciencia política y está más alerta, también pudo ocurrir esto porque mucha gente no tuvo esa lucidez. O si la tuvo prefirió engrosar su bolsillo. Es terrible lo que pasó, es espantoso. Y creo que es una tendencia mundial, lamentablemente.

¿Qué mirada tenés sobre la política cultural del gobierno actual y la de la gestión anterior?

–La política cultural de este gobierno es la descultura, es un ataque cotidiano a la cultura, de Darío Lopérfido, que es una bestia con mayúscula, pero Avelluto… No hay cultura, están haciendo todo lo posible por destruirla y hay una planificación cuidadosa. El otro día fuimos a ver una obra al Colón, y es desconcertante porque siguen ocurriendo cosas estupendas. Me sorprende, porque esa puesta de Sasha Waltz no sé si el público del Colón se la merecía, la gente que tiene mucha guita y va a la vidriera que es el Colón. ¿Cómo puede ser que el director artístico del Colón sea el mismo tipo que dijo que los 30.000 son una mentira? Que fue una cifra definida en una mesa. Y contrata a esos artistas. No creo que eso relativice su bestialidad, creo que hay resortes que yo no manejo que explican que se pueda poner esa ópera. Pero no nos engañemos, el proyecto es privatizar el Colón, las universidades, los hospitales. Que el Estado protector desaparezca. Entonces, cultura es lo que había. El kirchnerismo hizo mucho por la cultura. Yo le critico cosas a Cristina: le critico Monsanto, le critico las minas a cielo abierto y otras cosas seguramente también, pero es tanto lo bueno que se hizo, fue realmente tan inclusivo su gobierno, hizo tanto por la gente y ayudó tanto a que se nos abriera la cabeza, a llevarnos a pensar y a entender y a juzgar, a darnos elementos de juicio para evaluar y para ubicarnos nosotros frente a la realidad, que yo ahora recuerdo esos años como un regalito que tuvimos. No sé si vamos a poder recuperar eso.

Tu obra alcanzó visibilidad relativamente hace poco.

–Absolutamente. Yo debía tener cinco novelas escritas no publicadas, cuando Sudamericana publicó El círculo imperfecto. Todavía tengo dos aunque no sé si alguna vez se van a publicar. Cuando hablé con Fabián Lebenglik, de Adriana Hidalgo, y le dije que además de hacer reseñas de libros escribía novelas, me dijo: “Mandame la que más te guste o la última que hayas escrito”; entonces le mandé Una mancha más, que era la que consideraba que estaba más cerrada. Y demoró siete u ocho meses en contestarme. Cuando fui a la oficina de Fabián entendí por qué, detrás de su escritorio hay una pila de manuscritos que no baja del metro y medio, y él es el único que lee.

¿Cuál es tu posición sobre el estado del feminismo en la actualidad en la Argentina?

–La sombra del otro de algún modo es una novela feminista, porque el personaje masculino es un enfermo, es un hijo de puta jodido, que yo creo que es una persona que existe. Ese sadismo, esa capacidad de psicopatía, es real, y hay muchos hombres así. Mi feminismo es muy visceral, porque, qué te puedo decir, creo que la mujer tal vez, incluso por su estructura biológica, tiene una tendencia a la interioridad que no está presente en el hombre, cuyos genitales son de adentro hacia afuera. La mujer es de adentro hacia adentro. La mujer fabrica gente: eso es de la pesada. Y no se dice, no se entiende de esta manera. De una cosa microscópica como es un óvulo y un espermatozoide, la mujer fabrica gente. Entonces, creo que de ahí viene mi feminismo, es una cosa muy visceral. Y sobre Ni Una Menos, con la adhesión impresionante que tuvo, parecería que hubo más muertes después de la primera. Tengo esa impresión, no es estadística, es una sensación.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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