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Viernes, 15 de abril de 2016

ESCENAS

Dominación masculina

Cristina Banegas lleva a escena el clásico de Stindberg, Señorita Julia, con una estética de lo explícito que se conjuga con la desmesura de la tragedia.

 Por Alejandra Varela

Juan le lame la pierna, y el zapato, la media, se vuelven fetiches. Juan desea a Julia por partes, por eso va a convertirla en una belleza cubista y el naturalismo será imposible. Va a mostrarse solamente en esos cuerpos transpirados que se tocan, animalidad alucinada de una noche de San Juan. Cristina Banegas sabe que los personajes de August Strindberg no pueden abordarse desde el realismo, que necesitan de ese estertor propio de una dramaturgia que hace de los vínculos una totalidad, un territorio desencantado donde un hombre y una mujer, sumergidos en una cocina, van a deleitarse en el arte de destruirse.

Julia quiere vivir como un hombre. Le gusta seducir a su mayordomo y jugar a los rebencazos con su novio aristócrata. Pero Julia es la criatura de un autor tan intrincado como Strindberg, alguien que parece dejarse impregnar por el movimiento feminista escandinavo del siglo XIX pero que posee una biografía plagada de episodios misóginos. Strindberg le hace decir al Capitán, en su obra El Padre, que la igualdad de derechos es lo que trajo el malestar en el hábito familiar. En Señorita Julia presenta la libertad sexual femenina como una conducta que el hombre puede usar a su favor, para disminuirla, para que la dominación masculina sea más determinante que la diferencia de clases.

Banegas barre con el espacio de lo obsceno, esa norma que en la tragedia griega llevaba a que ciertos hechos ocurrieran entre bambalinas y existieran como un relato ante el público. Strindberg utiliza este recurso porque planta en una historia naturalista las tres unidades aristotélicas para establecer una tensión entre los dos géneros. Banegas hace visible el sexo y el efecto de la navaja, inventa una luz propia de la embriaguez, de esa noche que los estimula a anudar en palabras, aventuras que jamás van a llevar a cabo. Allí el autor sueco recupera el naturalismo, al descubrir personajes escuálidos frente a la acción, aterrados cuando ven que llega el día y el sol los empapa de realidad.

En Señorita Julia no hay destino. El texto se trama en la arbitrariedad porque no dejan de ser dos interioridades que se vomitan después de tanto vino y tanto baile. Julia que se golpea en los extremos de cada intensidad gozosa o sufriente que descubre, que se imagina como la protagonista de una vida extraña pero que no encuentra otra resolución para su drama que huir y Juan con su prestancia de estratega y su definición como lacayo, que declina ante las botas del conde, imagen que sintetiza su sometimiento.

La actuación es la que debe sostener una dramaturgia que instala su sustento en los conflictos internos de los personajes y que hace de las categorías sociales rasgos de carácter, tal flexibles y discutibles como sus comportamientos. Entonces era necesario recurrir a la versión de Alberto Ure y a ese realismo estilizado que el director ideó para traducir los vínculos estallados de Strindberg que son su materia política.

Belén Blanco se estruja y estira en un cuerpo que encadena formas expresionistas. Como esas sombras enormes, dobles fantasmales, cachetazos en el pelo y el maquillaje, ropa abierta que le sirven para hacer de la actuación una experiencia física, tan artificiosa como sangrante. Los diferentes registros que se suceden en un contraste arriesgado, hablan de la mutación de Julia en un ser que entrega su voluntad pero también de la decisión de la directora de hacer de la actuación una posibilidad narrativa que no concentre toda la emocionalidad sino que opere como un procedimiento para componer sobre ella, como si fuera una armonía que pide sumar acordes, agudos y graves.

Toda la puesta es una partitura, un ritmo que se palpa porque lee la musicalidad de esa impiedad que es la marca de Strindberg. Juan afila la navaja. Antes degolló el canario de Julia. La sangre, el miedo o el pudor de mancharse con ella, es la que los divide.

La Señorita Julia, adaptación de Alberto Ure y José Tcherkaski del texto de August Strindberg, con la dirección de Cristina Banegas y las actuaciones de Belén Blanco, Gustavo Suárez y Susana Brussa, se presenta los sábados y domingos a las 20 hs en el Centro Cultural de la Cooperación.

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