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Martes, 31 de julio de 2012

CINE › CHRIS MARKER (1921-2012) FUE UN PRECURSOR EN LOS MáS DIVERSOS CAMPOS

Un pensador que trabajaba con imágenes

Eterno pionero en terra incognita, Marker se anticipó a la nouvelle vague, al documental de creación, al ensayo cinematográfico, al videoarte y al web cinema. “Es el prototipo del hombre del siglo XXI”, lo definió alguna vez Alain Resnais.

 Por Luciano Monteagudo

“Habría que demoler la Sorbona y poner a Chris Marker en su lugar”, exageró alguna vez el poeta Henri Michaux. Se refería a Chris Marker, novelista, poeta, ensayista, editor, fotógrafo, cineasta, videasta y artista multimedia, que falleció ayer en París a los 91 años. Eterno pionero en terra incognita, Marker se anticipó a la nouvelle vague, al documental de creación, al ensayo cinematográfico, al videoarte y al web cinema. “Es el prototipo del hombre del siglo XXI”, lo definió alguna vez Alain Resnais, con quien Marker colaboró en sus comienzos, allá por 1953, cuando realizaron juntos Las estatuas también mueren, un célebre cortometraje que disparó las carreras de ambos cineastas. Para el teórico británico Roy Armes, Marker era “inclasificable porque era único... El cine francés ha tenido sus dramaturgos y sus poetas, sus técnicos y sus artistas, pero solamente un auténtico ensayista: Chris Marker”.

Nacido como Christian François Bouche-Villeneuve el 29 de julio de 1921, Marker siempre hizo un culto de su privacidad, al punto que está en disputa su lugar de nacimiento, desde la capital de Mongolia, Ulan Bator, hasta el barrio de Belleville, lo más probable. Se sabe que durante la ocupación nazi de Francia formó parte de la Resistencia, un compromiso político con el campo progresista no doctrinario que mantendría durante toda su vida. Y al finalizar la guerra fue crítico de cine junto a André Bazin (primero en Esprit, luego en Cahiers du Cinéma) y fotógrafo periodístico, lo que le permitió viajar por buena parte del mundo.

Sus primeras experiencias cinematográficas fueron paralelas a las de Resnais, con quien colaboró también en su célebre Noche y niebla (1955). Tres años después, Marker dirigió Lettre de Sibérie, el primero de sus “ensayos cinematográficos”, según la inspirada definición de Bazin, que sigue vigente hoy en día. Infatigable experimentador en el campo del cortometraje, en 1962 Marker se hizo famoso como el realizador de La jettée, un impresionante fotomontaje de 28 minutos que daba cuenta de un mundo post-nuclear y que, quizá por narrar un viaje en el tiempo, nunca dejó de ser moderno.

Cineasta de cineastas, misterioso y secreto, no por ello dejó de estar conectado con la realidad más candente de su tiempo. Al calor de Mayo del ’68, formó las cooperativas SLON e Iskra, donde se practicaba el documental de contra-información y se abolió la noción burguesa de autor para reemplazarla por el film colectivo. Como parte de esta experiencia nació el célebre Loin du Vietnam (1967), un film en episodios impulsado por Marker y del que participaron, entre otros, Jean-Luc Godard, Agnès Varda, Joris Ivens y Resnais, entre otros.

Una década más tarde hizo una lúcida autocrítica de los logros y renunciamientos de la izquierda francesa post-’68 (Le fond de l’air est rouge, 1977) y, después de una reveladora expedición a Japón, reapareció con Sans soleil (1982), un inclasificable cruce entre diario de viaje, novela epistolar, ensayo filosófico y ficción apocalíptica, que daba cuenta de los contrastes entre una civilización hiperindustrializada y la precariedad de las sociedades del Tercer Mundo. El tema de la memoria personal e histórica, que ya había comenzado a desarrollar junto a Alain Resnais, también impregnaba a Sans soleil.

Una retrospectiva llevada a cabo en la Sala Leopoldo Lugones en el tercer Bafici, en el año 2001, permitió acceder a una parte importante de su obra, casi desconocida hasta entonces en Buenos Aires, salvo por proyecciones aisladas. Allí se pudieron ver no solamente materiales históricos, sino también films entonces muy recientes, como Level 5 (1996), que además de reflexionar sobre las consecuencias de la batalla de Okinawa prefiguraba el cruce entre cine y juegos informáticos. Allí además se vio Une journée d’Andreï Arsenevitch (2000), el homenaje de Marker a Andrei Tarkovski, que venía a sumarse a la lista de sus trabajos inspirados en grandes cineastas, entre los que se destaca A.K. (1985), sobre Akira Kurosawa, y La tumba de Alejandro (1993), un retrato del pionero Alexandre Ivanovitch Medvedkine, legendario creador del cine-tren durante los tiempos de la guerra civil entre bolcheviques y mencheviques.

En sus últimos años, Marker incursionó en distintos soportes que lo llevaron desde la informática hasta la instalación interactiva. En el CD Rom Inmemory (1998) indagó en la geografía de su propia memoria, creando un collage de fotografías, textos, videos y cartas postales que subvertía la linealidad temporal, una obsesión de buena parte de su obra desde La jettée. En la plataforma Second Life creó un museo virtual sobre la vida obrera y para YouTube grabó especialmente una serie de cortos bajo el seudónimo de Kosinski. Como escribió el crítico e investigador Eduardo A. Russo en el catálogo de aquel Bafici: “Al filo de su novena década, su obra sigue interrogando a la imagen desde un puesto da avanzada, con medios cambiantes en los que descubre un potencial insólito”.

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Misterioso y secreto, no por ello Marker dejó de estar conectado con la realidad de su tiempo.
 
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