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Miércoles, 24 de agosto de 2016

MUSICA › MEGADETH REPITIó SU RITUAL DE AMOR COMPARTIDO CON EL PúBLICO PORTEñO

Otra transfusión de sangre metalera

Apoyado en una columna vertebral de clásicos del thrash más algunos temas nuevos, el cantante y guitarrista Dave Mustaine mostró la nueva formación de su banda, que muestra una recuperación de la fibra y la precisión que precisaba.

 Por Mario Yannoulas

A medida que pasan los años, las periódicas visitas de Megadeth al país podrían relatarse cada vez más desde un copiar y pegar de presentaciones anteriores. Esto significa, llanamente, que el factor sorpresa está casi descartado. Las radiografías de los últimos shows en el país del cuarteto estadounidense que desde 1983 encabeza Dave Mustaine develaron una misma columna vertebral, con base en grandes clásicos acuñados mayormente durante la década del ‘90 –con excepción del malogrado Risk, de 1999–, más algunos pocos de sus primeros discos, y luego un puñado de vacantes para el disco nuevo de turno.

La noche del lunes, Megadeth regresó al Luna Park después de seis años. Sin embargo, se sabe que Mustaine y sus ocasionales acompañantes establecen con el público argentino un vínculo especial. El músico sabe ponerse romántico –”¡No puedo creer que le tiré un beso a un tipo!”, se sorprendió–, y su audiencia responde fielmente, conformando un ritual único que el mundo pudo conocer a través del dvd That One Night –grabado en vivo en Obras al aire libre, en 2005–, y que produjo efectos tan bizarros como el del público búlgaro intentando emular el grito “¡Aguante Megadeth!” sobre el riff de “Symphony of Destruction”. Cuando la propuesta es básicamente la misma cada vez, sólo queda reparar en los detalles. Y ahí fue donde el show de Megadeth terminó de funcionar, recordando el vigor de su último gran paso por Buenos Aires, sobre el mismo escenario, pero en 2008, cuando había presentado su última formación más longeva hasta la fecha, y que se disolvió el año pasado.

Después de mantener durante siete años un equipo que acompañó a Mustaine por el mundo pero que imprimió un legado artístico más bien pobre las veces que pasó por el estudio, el cambio de un par de ejecutantes ayudó a recuperar la fibra y precisión que la banda ya no brindaba. Algo de eso se puede percibir en Dystopia, su decimoquinto disco de estudio, en el que contó con la pulcritud de Chris Adler (Lamb of God) como sesionista para la batería, y con el guitarrista brasileño Kiko Loureiro (Angra), como miembro definitivo. Todo lo que Dystopia sugería flotó en la noche del lunes, porque cuando la batería sanguínea de Dirk Verbeuren retumbó en los esternones para la apertura con “Hangar 18”, cuando Loureiro dibujó sonriente punteos firmes, y cuando Mustaine parecía haber subido unos puntos la performance vocal, la complacencia estaba en camino. Después del estreno “The Threat Is Real” más otra visita a Rust in Peace con “Tornado of Souls” –en la que Loureiro estuvo a la altura de uno de los mejores solos ideados por Marty Friedman–, quedó claro que Megadeth, una de las bandas de thrash metal más importantes de la historia, había necesitado una urgente transfusión sanguínea.

Conciencia de falso marine rebelde, cuerpo de karateca politóxico, y básicamente un cabrón, Mustaine encuentra en la Argentina el afecto que cree merecer, entonces demoró poco más de media hora en iniciar otra de las tareas del rito. Se ubicó solo sobre el tablado, sonrió hasta que sus labios transpirados sobresalieron, y echó una mirada lujuriosa como quien se regodea frente a lo conquistado. “Esta es mi ciudad”, dijo, y llegó la ovación seguida de lluvia de banderas argentinas, que desplegó hasta decir “basta”. Ante la repetición, como quien cuenta el mismo chiste cada noche para verlo funcionar una y otra vez, lo que debe sobresalir es la interpretación. Y no sólo la banda se mostró más compacta, también su líder se ocupó de hacer sentir antiguos tracks como si los cantara por primera vez: así, dejó por un rato la obsesión por la geopolítica y mostró sus heridas con “Wake Up Dead”, “In my Darkest Hour” y “She-Wolf”. El nuevo material nunca desentonó con lo viejo, a pesar de tener más de una década de diferencia, a la vista de que el repertorio de los 2000 parece haberse perdido.

Respaldado por una escenografía a base de ventilaciones que respetó la paleta de colores del arte de Dystopia, y por una pantalla frontal cuyo contenido visual no parecía ser imprescindible –nunca fue un punto fuerte de Megadeth–, el show avanzó con naturalidad, certificando que Loureiro, más entregado a la performance y no tan técnico como en Angra puede guardarse al público en el bolsillo con un buen segmento acústico. Y que el bajista Dave Ellefson sigue siendo el gran ladero artístico y humano que Mustaine necesita, hasta dejar un sabor redondo en la boca. El concierto tuvo en una esperable reacción del cantante su nota de color (¿colorado?), cuando llamó “puto” en perfecto español a alguien que le tiraba cosas desde el campo. “¿Me querés desafiar? Sos muy vivo provocando desde ahí abajo”, se plantó. Para el cierre, después de “Peace Sells” y antes de “Holy Wars”, el propio músico promocionó el show del día siguiente: “Traten de venir mañana, porque no vamos a vernos por un par de años más”. Probablemente, el ritual ya esté preparado de antemano para entonces. Serán Mustaine y su equipo los encargados de ponerle gracia.

8 - MEGADETH

Músicos: Dave Mustaine (guitarra y voz), David Ellefson (bajo y coros), Kiko Loureiro (guitarra y coros), Dirk Verbeuren (batería).

Lugar: Estadio Luna Park, lunes 22 de agosto (repitió el martes).

Público: 7 mil personas.

Duración: 100 minutos

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En el show de Megadeth en el Luna Park, el nuevo material nunca desentonó con lo viejo.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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