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Lunes, 8 de febrero de 2016

MUSICA › LOS ROLLING STONES INICIARON SU SERIE DE RECITALES EN LA ARGENTINA

El rock como fenómeno de la naturaleza

Ante unas 55 mil personas, la banda de Jagger y Richards ratificó su vigencia y demostró que está en gran forma. Tocó buena parte de sus clásicos para deleite de los fans. El miércoles y el sábado próximos volverán a actuar en el Estadio Ciudad de La Plata.

Un hombre de 72 años, propietario honorífico del ADN del rhythm’n’blues blanco y portador de todas las huellas que el rock and roll puede imprimir en un rostro, avanza con su guitarra y dispara el riff de “Start me up”. Unas 55 mil personas estallan en el estadio Ciudad de La Plata cuando ven a Keith Richards arriba del escenario. Es un homenaje al héroe rockero pero también una autocelebración. Los Rolling Stones están nuevamente en la Argentina, el país donde la mística rolinga le añadió otro ingrediente a la leyenda. La lengua stone sobre una bandera celeste y blanca flameando en las pantallas es la mejor imagen de esta empatía que excede lo musical. Mick Jagger, el dueño de la lengua, se comió el escenario de entrada. Con su saco brilloso verde y la agilidad y el equilibrio necesarios para recorrer indemne la pasarela empapada por la lluvia (que paró mágicamente antes del show), el cantante ratificó un lenguaje corporal desafiante de cualquier calendario humano. Invitó a la multitud a cantar “It’s only rock and roll”, hit potenciado en ese estribillo que patentó, hace más de cuarenta años, toda una declaración de principios. Y después la invitó a bailar, moviéndose mejor que sus imitadores, al calor del groove que impuso “Tumbling dice”. Esos primeros quince minutos aportaron la certificación del milagro: los Rolling Stones siguen estando en gran forma, como si el tiempo, en lugar de no haber pasado, los hubiese favorecido.

“Qué bueno estar de nuevo en Argentina. Es la primera vez que tocamos en La Plata. Tardamos tanto en llegar que pensamos que íbamos a Montevideo”, saludó Jagger, con cierta ironía no reconocida por sus interlocutores. La gente respondió al modo rolinga: “¡Argentina, Argentina!”. El público, sin embargo, tuvo en esta oportunidad una responsabilidad extra: se le pidió que votase, a través de internet, qué tema quería que tocasen los Stones. En Chile habían elegido la psicodélica “She’s a rainbow”. Aquí los muchachos, un poco más heavies, optaron por una canción más agitadora: “Street fighting man”, cuya interpretación justificó con creces la elección. “Anybody seen my baby”, del insípido Bridges to Babylon, lució desajustada. Pero en el medio del tema, Jagger y el corista Bernard Fowler (un viejo conocido del público local) se pusieron a rapear nombres de ciudades argentinas. Todo pago. Fundamentalmente porque pronto llegó “Wild horses” que, más allá de su exquisitez atemporal, habilitó una de esas postales que solo el rock puede ofrecer: el estadio a oscuras, miles de luces de celulares, la imagen de Jagger en la pantalla (cada arruga vale lo vivido), la piel de gallina que contagió a todos. “Paint it black”, impecable, como si hubiese sido escrita ayer, completó el cuadro.

“Fuimos a Caminito y practicamos tango, Charlie fue a Costanera y comió un choripán con chimichurri”, fue la frase con la que Jagger derrochó costumbrismo criollo. La presentación de los músicos confirmó la escala de valores afectivos que manejan los fans: respeto y gratitud para los músicos de apoyo (con leve predilección por Darryl Jones, el bajista que reemplazó a Bill Wyman en los 90), ovación para Charlie Watts (con jeans y remera blanca lisa parecía ejercer un culto del anti glamour) y Ron Wood (quizás el que menos toca, pero químicamente 100% stone), explosión para festejar a Richards, que respondió tamaña devoción con una carcajada y un agradecido “I love you”.

El ADN musical de la banda, tantas veces explicado y discutido, acaso se haya manifestado en “Midnight rambler”, ese temazo de Let it bleed con el que ejecutaron el pasaje del blues al rock en unos pocos minutos, con la naturalidad propia de quienes manejan con maestría ambos registros. Pero el tramo final del show ofrecería nuevas emociones, más emparentadas con la épica del grupo más famoso de la historia: la sucesión de hits (“Miss you”, donde Jagger mostró que está cantando mejor que nunca; “Gimme shelter” y “Brown sugar”) le abrió el camino a ese momento que esperaban todos, el pacto masivo con el diablo que, en los hechos, solo favoreció a Jagger y Richards. Un escenario casi a oscuras, símbolos esotéricos en las pantallas, la percusión de rigor, introdujeron “Sympathy for the devil”, con Jagger –capa roja, ojos encendidos– arrastrando a la multitud a su aquelarre. “Jumpin’ Jack Flash” cerró la lista pero faltaban los bises: Para “You can’t always get what you want” Jagger salió con gorrito y guitarra acústica, interpelado por las miradas inequívocas de las coristas. La canción, que sorprendió a muchos con su aceleración final, fue interrumpida en un momento para que el público la cantara y completara así el orgasmo colectivo. Que fue múltiple, porque la despedida estaba reservada a “Satisfaction”, himno que no requiere mayores explicaciones.

Tras dos horas y media de show, el público quedó en estado de conmoción. Estos tipos lo hicieron de nuevo. Los Rolling Stones siguen automedicándose dosis de gloria eterna, contra todas las reglas de la naturaleza.

Producción: Roque Casciero y Eduardo Fabregat.

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Mick Jagger, el frontman más famoso de la historia del rock.
Imagen: Joaquín Salguero
 
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