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Sábado, 23 de agosto de 2014

MUSICA › CATUPECU MACHU CELEBRA VEINTE AÑOS EN EL LUNA PARK

“Esto no es una banda: es una misión, algo de vida o muerte”

La banda repasará su historia y mostrará las rarezas incluidas en el boxset 20 años - El grito después, que llegará a las bateas el martes. “La única manera de que el rock vibre de verdad es tener una manera de vivir acorde”, dicen sus integrantes.

 Por Roque Casciero

Los aniversarios con número redondo se prestan para celebraciones inusuales, pero lo de Catupecu Machu es casi un exceso: primero fue la muestra de fotos en el Borges, hoy habrá show de festejo en el Luna Park (con entradas casi agotadas) y el martes aparecerá la abarcativa caja 20 años - El grito después (ver aparte), además de una edición más económica que incluye CD de rarezas y DVD. Ahora bien, si hay una banda de la que puede esperarse semejante movida, ésa es Catupecu Machu. Valga como ejemplo de la cinta de Moebius a la que están subidos sus integrantes un momento de la entrevista de Página/12: Fernando Ruiz Díaz –cantante, guitarrista, bajista y motor de combustión de la banda– muestra mensajes de WhatsApp cruzados con Agustín Rocino, en los cuales el baterista dice que en el Luna tiene que sonar “el tema del plato solar”, un instrumento que le hizo construir un amigo. Y entonces empieza a cantar: “Sé que lo vi/ no fue en carne, fue en sueño/ lo quisiera así/ viajar adentro de eso que vi/ que era tan misterio, amor/ Igual, igual a querer./ Puro, eterno/ dominando el fin/ del que nadie es dueño, amor/ igual, la savia que corre mía en tu adentro/ fluir en aguas/ jugándose un juego/ siempre sin forma, yendo y viniendo/ Sentirnos más que dos”. Cuando el cronista pregunta si esa canción va a estar en la caja, Ruiz Díaz se ríe y responde: “No, es para el próximo disco, pero vamos a estrenarla en el Luna Park porque me la pidieron mis compañeros”.

Por su agite constante, es imposible resumir en unas pocas líneas el trayecto de Catupecu desde una sala de ensayo en Villa Luro en 1994 hasta el presente de celebración. En el medio, la banda entregó discos inusuales, sorprendió con sus cambios de rumbo, soportó el alejamiento de algunos de sus integrantes y hasta siguió adelante tras el accidente automovilístico de Gabriel Ruiz Díaz, hermano de Fernando y arquitecto del sonido de la banda. “Catupecu Machu es más que sólo música, es un concepto”, le dijo hace unos años a este diario el cantante. Y hoy, el tecladista Macabre retoma ese mismo punto: “Sí, es una idea. Sin lugar a dudas, el eje vector es Fer, pero coincidimos todos en que Catupecu supera las individualidades. Con el paso del tiempo y de otros integrantes, la idea, la esencia y la energía siguen manteniéndose. Va más allá de cada uno. En mi cabeza, veo a Catupecu como una especie de nube, un dios, un ser extraño, y hay que hacer lo que sea por esa causa. Soy sólo uno de los vectores que se suman a esa causa”.

“Tuve la experiencia de trabajar durante quince años como plomo y veo que el camino que encaró Catupecu es diferente”, asegura el bajista y guitarrista Sebastián Cáceres. “Para mí, Catupecu no es una banda de rock, es una misión, algo de vida o muerte. Como dice Fer cada vez que salimos a tocar, para esto vinimos a la Tierra. Ese es el camino”. Rocino, el último en entrar a la banda, continúa: “No es algo que se plantea demasiado, simplemente sucede. Va más allá de nosotros, nos sucede”. Y la idea, lógicamente, la cierra Ruiz Díaz: “Catupecu es una épica en sí mismo. Después de mucho tiempo, vos podés intentar darle algo así a tu banda, pero Catupecu no es un intento, es una realización constante. Entonces, al estar ese concepto, sucede todo. Cuando sucedió lo del accidente de Gaby, no fue que pensamos mucho... Estaba Zeta (Bosio) en el hospital y tocó Zeta... Nunca hubo un casting en Catupecu”.

–Incluso con Cáceres y Rocino.

Fernando Ruiz Díaz: –Cuando me quedé en el hospital la noche del accidente de Gaby, lo que hice fue preguntarle quién era su sucesor. Y se me reveló que el bajista que tenía que tocar era él (señala a Rocino), pero él tocaba en Cuentos Borgeanos, entonces fui respetuoso. Pero yo sabía que era él. Como necesitábamos volver a que el bajo y la guitarra los tocara una persona, que era lo que hacía Gaby, le dije a Sebastián, que era el técnico que estaba trabajando en Laberintos entre aristas y dialectos (2007): “Che, sos vos”. Lo llamé a Mac para ver qué pensaba y dijo que sí al toque. ¡Lo loco fue que no elegimos a Rocino porque después iba a ser el baterista!

–Y Rocino nunca había tocado la batería...

Sebastián Cáceres: –Es que Catupecu es eso: podrían haber buscado a los mejores músicos, los más virtuosos, pero estamos acá, supongo, por lo que somos como personas y por cómo encaramos la cuestión, de qué lado la llevamos.

F. R. D.: –Con Mac fue lo mismo. Gaby siempre jugaba con las máquinas, pero nunca habíamos tenido un tecladista. Habíamos hecho Dale! (1997) y A morir!!! (1998), pero cuando hizo todas esas cosas en Cuentos decapitados (2000), el sonidista empezó a tocar teclados en vivo durante un tiempito. Cuando salió el Obras, que nos separamos con el tecladista, Mac estaba siempre en el estudio, venía siempre con nosotros como un fetiche. Como éramos un grupo conocido en el under, entonces podíamos darnos gustos. Y uno era llevar amigos. De hecho, Rocino venía a tocar un tema. Y Macabre venía como un supuesto asistente, pero no era nada de eso. Era un “party manager”, qué sé yo (risas). Me acuerdo de una disco en Paraguay a la que le llenamos el morral de latas de cerveza...

Macabre: –Me usaron de mula (risas).

F. R. D.: –Bueno, venía el Obras y no teníamos tecladista. Mirá si estará poco calculado... Y había que tocar todo lo que había hecho Gaby y hacer más cosas, porque las canciones se reformulan. Sin saber que Mac se había comprado el teclado Prophecy, le pregunté a Gaby: “¿No lo ves a Macabre para que toque las teclas?”. Y me contestó: “Yo venía a decirte eso”. Nosotros no sabíamos que él estaba mal con Totus Toss, la banda en la que tocaba en ese momento... El tampoco era tecladista, aunque tocaba teclados. Y así se dio. Es raro... Ahora que nació mi hija, fue como entrar otra vez en el juego sagrado (por eso se llama Lila, que significa “el juego sagrado” en sánscrito): ella no tiene sí ni no, simplemente juega. Y para noso-tros Catupecu fue siempre así. Es por eso que hay tanta gente de acuerdo en que lo hagamos.

–¿Cómo se hace para jugar cuando además hay muchas familias que comen de eso?

F. R. D.: –Y... ¡comen menos!

Agustín Rocino: –Estamos todos flaquitos (risas).

–Bueno, pero cuando una banda empieza es un grupo de amigos, pero a esta altura también es tu trabajo.

A. R.: –Pero pensá esto: entré y a los cuatro meses estaba tocando en el Luna Park, sin haber tocado nunca la batería. Si eso hubiera sido meditado, ni yo hubiera aceptado ni ellos me lo hubieran ofrecido.

F. R. D.: –Por eso hablo de la épica. La Ilíada y La Odisea se cuentan después, cuando empieza la leyenda, pero mientras tanto hay que vivirla. Y es muy divertido.

S. C.: –Si pensás en que tenés que comer de eso, deja de ser sincero.

F. R. D.: –Yo hubiera preferido que no sucediera el accidente de Gaby, pero hay tantas vicisitudes... Por ahí, si no pasaba, Lila no nacía. No es que haya querido que pase, pero pasó: o te quedás lamentándote o avanzás.

M.: –La música rock tiene muy impregnada la actitud y la esencia del espíritu, a diferencia de otros géneros. Y para que la música rock sea auténtica, honesta, tiene que tener eso. Que es lo que tenés cuando empezás a tocar rock: a los 14 o 15 años no medís absolutamente nada, no estás pensando si vas a comer o no, o si tu amigo esto o aquello. La única manera de mantener esa esencia y que el rock vibre de verdad es tener esa manera de vivir. Por eso creo que el 90 por ciento de las bandas de hoy son una simulación del rock, no lo viven como se debe vivir. En algún aspecto, Catupecu es muy inconsciente y es parte de esa energía de rock.

–Otra característica de la banda es haberse reinventado: al principio eran más una banda en vivo y después el estudio se convirtió en un integrante más.

F. R. D.: –Cuando empezamos, ya éramos medio así. Nosotros firmamos un contrato y usamos la plata para mejorar nuestro estudio. Dale! lo grabó Gaby en la sala. Nos compramos dos monitores y se quemaron los dos en los últimos días de mezcla.

M.: –Cuentos decapitados es un disco que tiene mucho estudio, mucha producción. Pero antes de que existiera Catupecu, ya existía la sala. Y Gaby todo el tiempo investigaba, cambiaba de consola... El audio que consiguió para Dale! es tremendo. Y lo digo objetivamente. Es un audio muy raro para un primer disco, producido y grabado por la banda en el año ’96. Eso implica un montón de tiempo de preparación, de estudio, de trabajo. Gaby no podría haberlo hecho si no hubiese tenido la experiencia o el conocimiento. Me acuerdo de cómo experimentaba para Cuentos decapitados, con cajas de ritmo, siempre buscando nuevos chiches, pedales, juguetes para interpretar la música de otra manera.

F. R. D.: –Hoy todos dicen “uh, Gaby, el productor, maestro, modelo de productores”. Y no te imaginás lo que nos rompieron las pelotas para que aceptáramos un productor. “Lo que sería Catupecu con un productor”... Y... ¡no sería Catupecu! Nosotros jugamos con los sonidos.

–Claro, ¿cómo le explican a un productor que van a grabar un tema con tres bajos y batería?

F. R. D.: –Al tipo se le enferma la cabeza...

M.: –El último tema, “El grito después”, no surgió de una criolla con acordes –aunque después eso apareció–, sino de un acople que hizo Seba y que a Fer se le ocurrió usar.

F. R. D.: –Estábamos en la sala preparando los Gran Rex y el Niño (Cáceres) no sé qué hace, que se choca con la cabeza cosas y aparecen ruidos extraños que después te dan dividendos, gente que canta, letras (risas)... El Niño hizo un acople y le pedí que no lo tocara, agarré la criolla y escribí la línea de la viola con el acople sonando a 800 decibeles.

A. R.: –¡Nos fuimos todos de la sala!

F. R. D.: –Salió el tema, la letra y toda la estructura, y en el momento se metieron todos a la sala y lo grabamos. Yo dije que algo sonaba como un didgeridoo y entonces Mac lo bajó como ocho octavas: quedó el fantasma en la máquina (risas). Estaba ahí y quería salir. Y ya vimos lo que pasa con ese tema porque lo tocamos un par de veces, pero además sabemos cómo va a explotar. Y todo salió de un acople del Niño.

S.C.: –Si nos viera trabajar, un productor saldría corriendo.

M.: –Esto de que Catupecu sucede me hace acordar a una frase que creo que es de Hemingway: “Ser poeta no es una vocación sino una condición”. Catupecu no es algo que elegimos. En algunos aspectos, siento que no tengo opción, para lo bueno y para lo malo. Mi ADN condice con Catupecu, funciona de esa manera y tiene que ser así. Simplemente es. Como dice el tema “El lugar”: “Simplemente soy”. No hay análisis, elección ni connotación: es una manera de ser.

–Bueno, pero se han ido músicos de Catupecu...

F. R. D.: –¡Todo lo que te digan de mí es todo verdad! Y hay cosas que no te van a decir porque me oculto mucho (se ríe)...

–Pero, ¿en qué momento se deja de ser un Catupecu?

M.: –Estoy completamente en contra de los militares, no creo en la guerra y demás, pero la batalla tiene su épica hasta que dejás de vivirla. Nosotros vivimos como si fuéramos guerreros; en el momento en que dejás de vivir esa épica, todo se te empieza a hacer pesado.

F. R. D.: –Es pesado estar acá. A Gaby le pasó por algo pesado el asunto ése...

M.: –Exacto. Entonces, cuando empiezan a aparecer factores externos, cuando empezás a ver valores en otras cosas fuera de esta épica, el techo se te empieza a caer en la cabeza. Ya no podés vivir con eso y terminás sintiéndote expulsado.

F. R. D.: –Como en todas las cosas de la vida, tenés que bancarte las consecuencias. No es normal esto que hacemos. Para nosotros, esto es cosa seria, con todo lo que eso implica. Estuve varias veces a punto de morirme arriba del escenario. En la presentación de El número imperfecto (2004), tuve un pico de presión porque no había comido nada en todo el día y por los nervios, y se me nubló todo; después me dijeron que había sido heavy metal. Y salí a tocar igual.

–Usted relacionó el accidente de su hermano con ser parte de esta épica.

F. R. D.: –¿Y qué te parece? Nosotros no ocultamos nada... Gaby había salido del Roxy y estaba sin dormir porque se iba el avión, entonces no dormía. Sí, lo de Gaby tiene que ver con esa épica. Y con hacerte cargo de esa épica. Pensá que después del accidente de Gabriel quizá no hubiéramos tocado nunca más, pero nuestra película continuaba, ni lo dudamos.

M.: –El accidente de Gaby fue parte de todo esto. Obviamente, nadie quiso que sucediera, no fue agradable ni lo es, pero sí es parte de la película que vivimos, como el tinitus que tiene Fer, como doscientos millones de cosas buenas o malas: todo va a la energía de Catupecu. Por ahí lo extraño es porque otras bandas tienen como una separación entre la parte artística y la personal, y en nosotros está todo mezclado: es todo medio colectivo, comunitario, pero real. Todo lo que ocurre, incluido el accidente de Gabriel, es parte de esa historia. Después, bueno, quizá se moldean, se llevan para un lado, se viven de una manera o disparan otras cosas: Laberintos... salió porque Gaby había grabado el concierto con las cuerdas en una radio. Tratamos de llevar incluso las cosas terribles o los errores para la parte artística de Catupecu. Todo lo que le pasa a cada uno es parte de esa película.

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“Nuestro ADN condice con Catupecu, funciona de esa manera y tiene que ser así. No hay análisis, ni elección, ni connotación: es una manera de ser”, dicen los integrantes de la banda.
Imagen: Pablo Piovano
 
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