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Sábado, 16 de abril de 2016

CULTURA › PIERPAOLO BARBIERI HABLA DE SU INVESTIGACION LA SOMBRA DE HITLER

La relación entre Franco y los nazis

El trabajo del economista e historiador argentino explora el proyecto de Adolf Hitler de crear un “imperio informal” en la España del “generalísimo”, ensayo que encajaba con una concepción del poder alemán, fundamentalmente económica y mercantilista.

 Por Silvina Friera

Los huesos están medio olvidados bajo el suelo ibérico. “La historia de la Guerra Civil Española se exhuma”, afirma el economista e historiador argentino Pierpaolo Barbieri en La sombra de Hitler (Taurus). En ese libro, explora el proyecto de Adolf Hitler de crear un “imperio informal” en España , ensayo que encajaba con una concepción del poder alemán, fundamentalmente económica y mercantilista, que sería desplazada a medida que el Furher avanzaba hacia a una guerra más ambiciosa. “Cuando empecé a estudiar la Guerra Civil, me di cuenta de que si uno volvía al comienzo, la República debería haber ganado porque tenía Madrid y Barcelona; tenía las industrias y el Banco Central; tenía la legitimidad del Estado. Los que ganaron fueron los sublevados, los que después denominamos franquistas. Tratando de entender por qué pasó eso que fue bastante único, que quienes empezaron con una desventaja terminaron ganando, descubrí que la intervención fundamental fue la del nazismo”, cuenta Barbieri a Página/12.

“Hay muchos aspectos de la política económica del nazismo que no han sido investigados de la misma manera que la política racial o los procesos de ocupación directos. En España sucedió lo que denomino un ‘imperio informal’, un tipo de penetración económica y de hegemonía política muy distinto a lo que después los nazis hicieron en otras partes del mundo”, explica el economista e historiador, formado en las universidades de Harvard y Cambridge. “La relación que unía a Hitler con (Francisco) Franco no era una alianza reaccionaria ideológica, sino una dependencia económica, donde Hitler quería obtener ciertas cosas de España, entre las cuales estaba la alineación política y la declaración de una ‘neutralidad benevolente’, que también le convenía a los alemanes porque permitía que España le continuara exportando a Alemania, a pesar de la guerra”, aclara Barbieri.

–¿El olvido y la desmemoria española tienen que ver también con esta penetración nazi?

–Sí. Lo particular del franquismo es que estuvo en el poder más de treinta años. Cuando hablo de las fosas comunes que le convino tanto olvidar a Franco, también digo que le convino olvidar las deudas que tenía con el nazismo. Se crearon mitos de que Franco, “el inteligente dictador de España”, le había dicho que no a Hitler, cuando en realidad, si uno lo mira desde la perspectiva de los años de la guerra, la dependencia de los nacionalistas hacia los nazis era casi absoluta: lo que los nazis pedían, los nacionalistas, tarde o temprano, lo hacían. Hay que recordar que a partir del 45 el fascismo se convirtió en una mala palabra, no sólo en Europa sino en el mundo. Por esta asociación con el nazismo, Roosevelt quitó a Franco de la discusión de las Naciones Unidas. México propuso que no fuera ni siquiera invitado porque pensaban que Franco era un reducto anacrónico de los años 30 que había que eliminar. Entre la mala política económica que tenía el franquismo en sus comienzos más el aislamiento internacional, Franco trató de sobrevivir como podía y en ese período trató de olvidarse lo fascista que era.

–La ideología nazi podía asimilarse con el nacionalismo de Franco sin ser equivalente, ¿no?

–Exactamente, no era equivalente. El franquismo, en sus comienzos, era un grupo de militares que querían destruir al gobierno legítimo de España, que era la República. Pero estaban atraídos hacia el nazismo y hacia el fascismo; tenían un interés en la política reaccionaria antidemocrática, una reacción a la República, pero no tenían una ideología formada. Franco se apropió de la Falange, que era una organización seudo fascista muy ibérica de un conservadurismo español con mucho pensamiento sobre el viejo imperio, sobre la cultura española y su rol en el mundo hispanoamericano. Franco no era un falangista, era un militar al que le costaba tomar decisiones. Es interesante pensar qué habría pasado si Franco no se hubiera decidido a ser el líder de la contienda. En el momento en que Franco se decidió, él no era líder del movimiento, sino que era un movimiento de muchos generales; todos querían eliminar la República, pero no se podían poner de acuerdo en qué iba a pasar después. Podrían haber elegido a Emilio Mola, que había sido el rector de toda la sublevación. Franco logró el poder absoluto gracias al apoyo de Hitler y de Mussolini, y se convirtió en el “generalísimo”. Pero lo que realmente desesperó a sus colegas militares fue que Hitler y Mussolini lo eligieron a él.

–En un momento del libro, revela que Franco se quejaba porque ya había entregado todas las divisas que tenía a Alemania junto con gran cantidad de recursos naturales. ¿Franco se daba cuenta de los costos que estaba pagando ante el imperialismo nazi?

–Sí, especialmente para un régimen que se decía nacionalista. No había una bandera alemana en Madrid, pero había una dependencia absoluta: como los nazis eran necesarios para el esfuerzo de guerra, los españoles tenían que decir que sí. Y ahí es donde el libro se desprende de toda la historiografía existente porque yo planteo que no hubo una relación de iguales. No fue una alianza entre dos estados que se decían ideológicamente cercanos. Uno le impuso al otro qué ocurría y eso creó una hegemonía alemana en España, a pesar de que el mapa nunca incluyó a España en el imperio alemán. El imperialismo no es solamente la anexión de un territorio. Los ingleses fueron los primeros expertos en hacer esto en el siglo XIX, cuando entendieron que anexar requiere una inversión y una permanencia en el tiempo que es difícil de mantener. Por eso hablaban de cómo había que convencer a las elites de que la integración y la hegemonía también podían funcionar para los dominados. Hay que decir que los nazis no lo entendieron, porque en vez de intentar el imperio informal se casaron con la idea del imperio formal. Cuando los nazis trataron de hacer imperio formal, como dice mi colega Timothy Snyder, no supieron construir, no supieron cómo proponerle a los extranjeros una visión que los integraran. Entonces, los que los recibían como liberadores porque el nazismo los liberaba de Stalin, a los seis meses querían que volviera Stalin porque la propuesta nazi para los territorios subyugados no atraía a nadie. En Bohemia y Moravia, que era el protectorado de la ex Checoslovaquia, habían puesto a cargo a un teórico del nazismo, Wilhelm Stuckart, que tenía claro que debía mostrarle a la comunidad internacional que podía manejar un territorio sin excesos. En Polonia, donde nunca hubo un armisticio, el nivel de violencia y de crímenes fue extremo porque el que estaba a cargo era un ideólogo racial, Hans Frank, que pensaba que el futuro de su carrera dependía de cuán violento fuera. Mientras que en Moravia la dirección civil luchaba contra las SS, al menos al principio, en Polonia nunca fue así. Hay una anécdota que ilustra esta cuestión: el responsable de Polonia visitó Praga y vio un cartel con los nombres de los que habían sido ejecutados por oponerse al régimen. Y con un humor extremadamente negro, comentó que si él tuviera que poner el nombre de todos los polacos que había matado no le alcanzarían todos los bosques de Polonia...

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“El imperialismo no es solamente la anexión de un territorio”, asegura Barbieri.
Imagen: Rafael Yohai
 
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