SOCIEDAD › SENTENCIADO POR ROBAR CABALLOS DE RAZA Y FAENARLOS PARA EMBUTIDOS

Unos salamines de pura sangre

Un hombre fue condenado a nueve años de prisión por robar caballos de carrera y de polo de campos de Pilar y producir con ellos chorizos y salamines que luego vendía. Pese a declararse inocente, pidió que en la cárcel se ocupen de rehabilitarlo.

Un hombre fue condenado a nueve años de prisión por robar caballos en campos de Pilar, algunos de ellos pura sangre de carrera o de polo, que luego eran faenados para la venta en un predio de José C. Paz donde funcionaba un frigorífico clandestino y se producían chorizos y salamines.

El imputado, oriundo de Chaco, es Miguel Ángel Tigua (35), alias El Gaucho, condenado por “abigeato agravado reiterado” y además declarado “reincidente” porque tenía una condena de 2010 por el mismo delito en el departamento judicial de Mercedes.

El fallo es de un juicio unipersonal –con un solo magistrado–, que estuvo a cargo del juez Alberto Ortolani, del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 1 de San Isidro, y culminó el 24 de mayo con la condena.

El fiscal de Pilar Carlos Washington Palacios, quien no sólo llevó adelante la acusación en el debate, sino que también había hecho la instrucción de la causa, pidió en su alegato una pena de diez años para Tigua, mientras que la defensa había solicitado la absolución.

Los hechos por los que fue juzgado y condenado ocurrieron entre la noche del 10 y la madrugada del 11 de febrero de 2014 en dos campos vecinos a las canchas de la Asociación Argentina de Polo, en Pilar.

Del primer establecimiento rural se llevaron cinco caballos, entre ellos una yegua valuada en 3000 dólares y dos potrillos pura sangre, cuyos embriones le costaron al productor damnificado unos 2500 dólares cada uno. Además robaron un electrificador de cercos, riendas y medicamentos veterinarios.

En el otro campo, en tanto, cortaron un alambrado y robaron una yegua criolla que pudo ser recuperada por el dueño cuando la vio en la calle tirando un carro botellero, en poder de un hombre que se la había comprado por 1500 pesos y cuatro lechones a Tigua.

Hernán Agustín Ruiz, uno de los productores damnificados, dijo en el juicio que en la época en la que a él le desapareció la yegua y hasta que Tigua fue detenido, “robaron ochenta caballos en todas las quintas” de la zona de Pilar, y que “desde que está preso no robaron más caballos”.

Las principales pruebas que incriminaron a Tigua fueron secuestradas en el allanamiento al predio donde el condenado vivía y era empleado, una obra en construcción (parada) de viviendas sociales, del Barrio Frino, de José C. Paz.

Los testigos contaron en el juicio que allí El Gaucho se manejaba como el dueño del lugar, que solía vérselo armado y que llevaba caballos “para faenar” y a veces “autos que desmantelaba”.

Al describir el lugar del allanamiento, otro damnificado por los robos, Claudio Ramón Vergara, dijo que era como “una carnicería”.

“Vimos sangre en el piso, una enorme cantidad de herraduras, sierras grandes de carnicería, cuchillos, chairas, mesa para carnear. La modalidad es que roban los caballos y los faenan. Había una rama con aparejo y cadena, una pata de caballo y chanchos comiendo perros”, declaró el testigo. Además, reveló que había “una máquina de hacer chorizos”, que “los hacen con caballos” y que “había herraduras para herrar todo San Isidro”.

Ruiz dijo que vio “una sierra de carnicero, sangre, aparejos en un árbol, una pata de caballo tirada en el piso y muchas crines”, y aclaró que “a los caballos que carnean les cortan la crin y la cola para disimular”.

Tigua declaró en el juicio que él “jineteaba” y “hacía salamín para el invierno”, negó haber robado esos seis caballos, afirmó que los restos de equinos que había en el lugar pertenecían a animales que allí morían y que sólo había faenado “dos terneras para el cumpleaños de una hija”.

“A los caballos que quedaban y se morían, se les cortaban las patas y se les daba a los perros para que coman. Pero eran caballos que iban a pastar ahí, y se morían en el lugar, no eran animales que yo robaba. Eso es mentira”, se defendió.

Al fundamentar la condena del imputado, el juez Ortolani escribió que “no es fruto del azar que aquí se lo esté acusando de la sustracción de equinos y de su posterior venta o faena”.

“A la luz de lo anteriormente dicho –continúa el magistrado–, fácil es de advertir que a Tigua se le endilga, no en forma arbitraria sino en base a prueba irrefutable, una práctica que además de no resultar ser extraña en su historial, se ha convertido por largo tiempo en su medio de vida.”

Si bien en el juicio dijo que en el predio lo que él había faenado eran “dos terneras” para el cumpleaños de su hija, el juez Ortolani asegura en su sentencia que “no hay un solo testigo que dijera haber visto al imputado realizando dichas prácticas con este tipo de animales, aunque sí con caballos, lo que aquél niega”.

Por último, el juez afirma que “no ha sido casualidad que con la detención de Tigua hallaran solución de continuidad los robos que hasta ese entonces y sin descanso azotaran a los propietarios de caballos de la zona de Pilar”.

Como agravantes, el juez contempló “la nocturnidad”, el “perjuicio económico” y “los antecedentes condenatorios que registra el imputado”.

El fallo incluye las últimas palabras que El Gaucho le dijo al juez Ortolani antes de conocer su condena: “Si me dejan preso, que me rehabiliten, que se fijen en mi rehabilitación”.

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Los caballos pura sangre robados y faenados en Pilar valían alrededor de 3000 dólares cada uno.
 
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