SOCIEDAD › SE LANZARON LOS CORSOS CON ALUSIONES A LOS CHICOS BALEADOS

“Somos sólo pibes murgueando”

“Bajen las armas”, apuntaba un cartel de uno de los corsos. En casi 20 barrios porteños se lanzaron a desfilar las murgas de Carnaval. Aguardan que entre todas las fechas del festejo acuda alrededor de un millón de personas. Critican la falta de publicidad oficial.

Los festejos del Carnaval porteño en distintos barrios de la ciudad estallaron este fin de semana a puro ritmo murguero, portando felicidad y colorido a la fiesta popular que extenderá el feriado largo hasta mañana.

Más de cien agrupaciones anunciaron, con sus silbatos y el platilleo de los bombos, la llegada del Carnaval en las calles de Villa del Parque, Almagro, Balvanera, Barracas, Liniers, Saavedra, Villa Urquiza, Villa Pueyrredón, Colegiales, Lugano, Flores, Abasto, Coghlan, Mataderos, Palermo, Pompeya, San Telmo y Villa Crespo. Entre el brillo, la sonrisa, la carcajada y la pasión, en los distintos corsos sonaron voces de solidaridad con la murga Auténticos Reyes del Ritmo de Bajo Flores por la represión que sufrieron la semana pasada durante un ensayo.

El Carnaval, hay que recordarlo, había sido prohibido durante la dictadura por su estética satírica y su esencia transgresora y aunque en la ciudad las agrupaciones murgueras habían sido declaradas patrimonio cultural en 1997, recién en 2011 recuperaron su legalidad por una ley del kirchnerismo.

Unos 27 corsos son escenario y testimonio del encuentro barrial que, bajo la protección del Dios Momo, disfrutaron los vecinos porteños junto a los 10 mil artistas populares que despliegan su baile al son del bombo con platillo, a la vez que alzan su canto de “crítica” que, en clave de humor, relata realidades de los barrios y del país, y evalúan tanto a gobiernos como a medios de comunicación y ciertas costumbres.

En Boedo, típico barrio de tango y de murga, el público se mantuvo expectante y los artistas se prepararon para dejar todo en el tablado. Son dos corsos. “Comenzamos con la misma ansiedad de siempre, poniendo lo mejor, y con la intención de que los vecinos salgan de su casa y sean parte de la fiesta”, aseguró Carlos Díaz, director de la murga La Gloriosa de Boedo, que cuenta con 130 integrantes y es organizadora del corso de Belgrano y Maza. “Este es un corso familiar, que reúne cada noche unas 4 mil personas que se van renovando durante las 5 o 6 horas que dura la fiesta que venimos haciendo hace 18 años durante cuatro de las diez noches de festejos, porque el resto salimos con la murga a recorrer los corsos de otros barrios”, expresó Díaz.

Nueve murgas desfilaron por el corso de La Gloriosa y una de ellas fue De Paso Cañazo, de Villa Soldati, que conquistó con ritmo, movimiento y canciones a un público numeroso que, agolpado detrás de las vallas, disfrutaba el paso del desfile, mientras la lluvia de espuma alegraba a grandes y chicos. Díaz valoró “las cosas que se están haciendo desde la Comisión de Carnaval”, pero al mismo tiempo criticó el hecho de que los festejos se presentan como “27 cortes en la ciudad, en vez de 27 corsos”. El director de la murga también se quejó de que no haya publicidad desde la organización oficial.

Según las cifras de los años anteriores, “un millón de vecinos en los corsos” es la expectativa para estos carnavales porteños precisada por la Comisión de Carnaval del área de Cultura de la Ciudad.

“La murga critica y habla de lo que pasa en los barrios, de tristezas y alegrías”, contó Gastón, uno de los murgueros que recordó desde el escenario a los chicos que cayeron en septiembre del año pasado desde un sexto piso al ceder una baranda de un edificio, donde uno murió y los otros dos sufrieron heridas de gravedad.

“Dar todo en carnaval es el sentido de la murga”, es el sentimiento que expresaron desde el escenario al poner a rodar la actuación con bombos, redoblantes, guitarra y acordeón, entre recitados, cantos de entrada, crítica, homenaje y retirada, con un espíritu festivo y una estética desbordante que construyeron a lo largo de 16 años. “Déjenme un rato más porque, si no, me muero”, pidió Gastón desde el escenario al iniciar su glosa de retirada con un “nos vamos, pero prometemos volver” y “la murga se retira, pero no se va”. Así se expresa el sentimiento de tristeza de los murgueros al dejar cada barrio.

Otros corsos expresaban también el colorido clima de la fiesta popular. En el escenario de Boedo y Carlos Calvo, una bandera tenía la leyenda: “Bajen las armas, aquí sólo hay pibes murgueando”, mientras sobre el tablado, una entre tantas actuaciones era la de Los Quitapenas, que vienen recorriendo los corsos porteños hace 26 años con unos 40 integrantes vestidos de violeta y naranja. Con el dulce sonido de acordeón, guitarra y bombo con platillo, los integrantes de la murga parodiaron “una historia que tiene que ver con los últimos acontecimientos sociales y políticos”, según contó Mauro, uno de los cantantes.

Asimismo, otra fiesta transcurrió en las calles de Villa del Parque. En la esquina de Cuenca y Marcos Sastre, el corso organizado por la murga Los Pitucos vio desplegar el arte de Los Reyes del Movimiento de Saavedra, herederos del movimiento de los negros de la ciudad, con bailarines saltando al aire, el característico “temblequeo” de hombros y piernas, y la cadencia en las caderas que supieron mantener sus 160 integrantes a lo largo de sus 31 carnavales. “Nuestro baile es un baile de negros que traemos de una familia que vivía en el barrio de Saavedra; es nuestra identidad y la queremos mantener”, aseguró Daniel alias “Pantera”, director de la murga, quien afirmó desde el escenario que llegaron “contentos, con trajes nuevos y canciones nuevas”.

Ya de madrugada, el alma del murguero se va quedando en cada rincón de las arterias iluminadas por lamparitas y banderines de colores.

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Los chicos son parte central de las murgas, de las mismas edades que los baleados en el Bajo Flores.
Imagen: Télam
 
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