SOCIEDAD › MAÑANA ABRE LA CONFERENCIA MUNDIAL SOBRE EL CAMBIO CLIMATICO

La última chance, en París

Después de Kioto en 1997 y Copenhague en 2009, muchos ven la COP 21 como la oportunidad final de hacer algo por el planeta, crear un protocolo mundial vinculante y darle un rol serio a la ONU. La resistencia de las potencias industriales.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

“¿Podemos aún salvar el planeta?” La pregunta, a toda página, la formula la ultima edición del vespertino Le Monde en vísperas del inicio de la conferencia mundial sobre el clima, la COP 21, que se celebra en Francia entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre. Los 195 jefes de Estado pertenecientes a los países firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cmnucc) buscarán en París un acrobático acuerdo para disminuir las emisiones de efecto invernadero que destruyen al planeta. Nada parece más difícil, ni más hipotético. Varios frentes se cruzan en esta mega cumbre: los países en vías de desarrollo y los emergentes se confrontan a las grandes potencias contaminantes (Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia). Y las potencias entre sí se confrontan en torno del carácter vinculante o no de las decisiones que se adopten en París.

Ya antes que una batalla entre potencias sucias y promotores de la salvación de lo que nos queda de planeta, la cumbre se convirtió en una pugna entre la sociedad civil y el Estado francés. Los atentados terroristas de 13 de noviembre –130 muertos, 350 heridos– condujeron a la adopción del Estado de Emergencia, una medida que prohíbe muchas cosas, sobre todo las manifestaciones, y le otorga a los organismos de seguridad derechos astronómicos y sin control. Los imperativos de seguridad llevaron a que se anule la mega manifestación prevista para este domingo 29 de noviembre y que, también, se prohíba todo tipo de manifestaciones. Esto ha dejado afuera a la sociedad civil que pensaba marcar su postura en las calles. El ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, admitió también que 24 militantes ecologistas considerados “activistas peligrosos” se encuentren actualmente bajo arresto domiciliario. El lector apreciará el abuso implícito en la forma de hacer pasar a un militante ecologista con el mismo perfil de peligrosidad que un terrorista asesino.

Sin dudas, el Estado francés quiere evitar que se repitan los graves accidentes que marcaron la cumbre sobre el clima que se llevó a cabo en Copenhague en 2009, cuando decenas de miles de personas se opusieron con furia al escandaloso espectáculo que dio la comunidad internacional. Se habían reunido para salvar al planeta y lo único que hicieron los países industrializados fue salvar sus intereses, es decir, no aprobar ningún texto vinculante, ni la más mínima medida o programa de protección. De hecho, la COP 21 de París retoma los trabajos allí donde los dejó Copenhague. Las potencias, principalmente Estados Unidos y China, habían logrado dejar afuera a las Naciones Unidas. Entre 2009 y 2015 lo que se logró es que le ONU recobrara su papel preponderante en este ciclo.

El fantasma de Kioto

El objeto central de la COP 21 consiste en reemplazar al difunto protocolo de Kioto para empezar a aplicar uno nuevo a partir de 2020. El protocolo de Kioto, firmado en 1997, había fijado los objetivos que debían cumplir los países desarrollados para reducir la emisión de gases contaminantes. Kioto fue un fracaso y un éxito. Fracaso porque sólo 37 Estados del mundo aceptaron las medidas vinculantes. Las grandes potencias emisoras de gases, Estados Unidos y China por ejemplo, no lo aplicaron –Estados Unidos ni siquiera lo ratificó–. El éxito está en que allí donde se llevó a la práctica al pie de la letra, el protocolo de Kioto superó la meta inicial del 5 por ciento y la reducción de gases alcanzó el 22 por ciento. Sin embargo, el fracaso volvió a cerrar el camino de la salvación. Como las potencias mundiales no lo aplicaron, la emisión de gases se incrementó en 24 por ciento entre el 2000 y el 2010.

París es entonces un momento clave. Para muchos, la COP 21 es considerada como “la última oportunidad” de hacer algo realmente serio por el planeta. “En el cambio climático se juega el destino de la humanidad “, dice Christiana Figueres, la secretaria ejecutiva de la ONU a cargo del cambio climático. “París 2015 es una fecha casi fatal”, repiten a coro responsables de toda índole. Lejos de generar un consenso para preservar la humanidad, el cambio climático es objeto de una guerra interna en el capitalismo donde se combaten dos visiones: una, industrial, liberal y mercantilista pone en tela de juicio la realidad del cambio climático, otra, algo más global y responsable, pone el acento en la destrucción que el aumento de la temperatura acarrea en la tierra. Dentro de ese antagonismo entra otro: el que opone a los países más industrializados responsables supremos del calentamiento global y de las emisiones de gases de efecto invernadero, con los países menos desarrollados, a quienes se les exige un esfuerzo similar al de las potencias contaminantes con escasas compensaciones.

La intención, en París, es que los 195 países firmantes implementen medidas para atenuar las emisiones de gases contaminantes y fijen un marco para la próxima gran conferencia del clima que se llevará a cabo en 2020, con la cual se reemplazará definitivamente el protocolo de Kioto. Como se puede apreciar, el mundo juega con la seguridad climática como con una bomba de tiempo. Varios organismos internacionales ya consideran que París y sus acciones preparatorias llega demasiado tarde. Un estudio elaborado por el Climate Action Tracker (CAT, organización científica independiente con sede en Londres), advierte que los planes de acción climática presentados hasta ahora por los países miembros de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático no evitarían que el calentamiento global del planeta llegue a los 2, 7º C. En la capital francesa se busca que, a finales del siglo, la temperatura global no sobrepase los dos grados. Con lo cual, la cruzada a favor de una temperatura salvadora está perdida. Los científicos del IPCC (Panel Internacional del Cambio Climático, un organismo dependiente de la ONU) alegan que si se continua con el ritmo actual, la temperatura global ascenderá entre 3,7 y 4,8 grados en el ano 2100.

La diferencia entre la cumbre COP 21 y el protocolo de Kioto radica en que no se obligará a que los países reduzcan de manera obligada sus emisiones de CO2. El esquema que se ha presentado es el voluntario, es decir, cada país presenta sus propios compromisos. 170 naciones del mundo adelantaron hasta ahora sus propuestas. La ONU calcula que las llamadas “medidas voluntarias” fijadas para el horizonte 2025-2030 elevarán la temperatura a un pico de 2,7 grados. De todas formas, todos son conscientes de que, hasta 2030, la temperatura no disminuirá.

El gran salto al vacío de la COP 21 está en el carácter vinculante del acuerdo. La Unión Europea pugna por un texto que, al menos, tenga capítulos vinculantes. Estados Unidos pone trabas, sobre todo legislativas. Es altamente probable que el Congreso y el Senado norteamericano rechacen cualquier tratado vinculante. El carácter vinculatorio del tratado es el objeto de todas las controversia. Muchos países pueden hacer fracasar la cumbre al negarse a firmarlo. Y no es todo. El otro contenido polémico son las medidas de compensación destinadas a los países más pobres que deben adaptarse al cambio climático. Desde 2020 comenzará a funcionar el llamado Fondo Verde del clima. Dotado de 100.000 millones de dólares, el Fondo compensará lo que ciertos países pierden al adaptarse a la tragedia climática. Esto es, en si, un absurdo, porque numerosos países en vías de desarrollo sufren ya de manera drástica los estragos del clima destruido por el club de potencias contaminantes. Como decía un indígena Papúa invitado a Francia, Mundlya Kepanga, “si se sigue destruyendo la naturaleza, todo esto existirá sólo en sus museos”.

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Imagen: AFP
 
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