EL PAíS

La historia que marcha

Todos los 24 de marzo, el del martes también. Las continuidades que son costumbre. Recuerdos del pasado: el año ’96, los juicios de Garzón. Lo que cimentaron la sociedad civil y las políticas de Estado del kirchnerismo. Los testimonios de las víctimas, en los juicios y como simiente. Apuntes sobre los que marchan.

 Por Mario Wainfeld

El número siempre importa, para medir la magnitud de una jornada de movilización. El reciente 24 de marzo no exceptúa la regla pero en esta nota se desiste de la comparación minuciosa. La participación popular el martes fue imponente, como se fue haciendo costumbre. Centremos la mirada ahí: en lo constante, que se viene repitiendo año tras año.

La Plaza de Mayo concentra la atención aunque se debe puntualizar que las convocatorias se reproducen en ciudades o pueblos de todo el territorio nacional. Sumar es un ejercicio trabajoso acaso sobreabundante... imprescindible dar cuenta del cuadro general. Hay memoria, presencia, orgullo, definiciones.

Cuatro generaciones se congregan, provienen de todos los estratos sociales. Caminan o van en brazos dos generaciones que sólo vivieron en democracia, digamos las de los nietos o bisnietos de las “viejas” que iniciaron el camino. Los hijos de los compañeros desaparecidos, en general, ya tienen más edad que sus padres cuando fueron masacrados. Aquellos que “somos hijos de las Madres y las Abuelas” –como asumió inolvidablemente el presidente Néstor Kirchner– tienen (tenemos) usualmente más edad que la que tenían en su momento quienes hacían las rondas en la plaza.

La cantidad de manifestantes crece o se sostiene, tanto da, año a año. Cada cual con sus vivencias, premisas, costumbres, gustos, “soportes” musicales, modos de bailar o de saltar. Cada año se resignifica el hábito porque la muchedumbre jamás es idéntica a la anterior.

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Feriados y comuniones: Se debate si corresponde que sea feriado el 24 de marzo. Es válido polemizar, siempre. Tal vez no sea muy agudo despotricar porque los días en rojo son usados también para holgar, hacer turismo. Ocurre con cualquier efemérides. La mayoría de las personas no destina los 25 de mayo a rememorar a French y Beruti (que, dicho al pasar, parece que eran bastante zurdos) ni para encaminarse hacia el Cabildo porteño. Las sociedades construyen su memoria común haciendo suyas esas fechas que se analizan en las escuelas o se elaboran en las academias o se cifran en lecturas divergentes.

Lo que sí vale es el peso de la memoria, la potencia de las marchas. Ese día, por otra parte, dista de estar aislado del resto del año. Hace un continuo con la erección de sitios de la memoria, con actos o recitales, con las placas que se colocan en las veredas recordando (de a uno) momentos terribles del terrorismo de Estado.

La bandera con las imágenes de las personas desaparecidas se remoza esta vez. Su entrada a la plaza es un trance conocido, que conmueve e instruye. Una comunión se produce, una emoción envuelve a gentes diferentes, es glorioso estar, el dolor cobra sentido, lo completa la alegría de lo colectivo.

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Las voces que valen: La secuencia histórica demarca avances, retrocesos, defecciones, zigzagueos, cada cual hace su semblanza. Los juicios a los represores son tal vez únicos en el mundo, como mínimo una experiencia nacional formidable. Comenzó con el Juicio a las Juntas, padeció los avatares de las leyes de la impunidad y los indultos. Hoy día son experiencia cotidiana en todas las provincias de la Argentina. El saldo es, como casi todo en estas cuestiones, promisorio, imperfecto, inacabado.

El general Augusto Pinochet murió siéndolo, del otro lado de la cordillera, rodeado de honores. Jorge Rafael Videla y Emilio Massera, desprovistos por deshonor del grado militar, terminaron sus días presos. En España se tironea, ahora, sobre la posibilidad de juzgar los crímenes del franquismo. Lejos está uno de emitir dictamen unívoco sobre otras sociedades, pero la experiencia comparada ilustra, autoriza la reflexión orgullosa.

En nuestra patria, el Juicio a las Juntas Militares ordenado por el presidente Raúl Alfonsín fue el primer mojón. Por primera vez las víctimas prestaron testimonio, en un contexto que las legitimaba. Los procesos actuales convalidan ese fenómeno, potenciándolo. La voz de las víctimas cobra un rango notable: son los principales testigos de cargo. En base a sus palabras se dictan los fallos, se construye jurisprudencia sobre terrorismo de Estado, sobre crímenes de lesa humanidad.

La víctima es testigo, sus verdugos la escuchan en el banquillo: un logro de la sociedad democrática que muchos apuntalaron y otros trataron de frenar.

En las vísperas de un cambio de gobierno democrático se debate acerca de la institucionalidad del kirchnerismo, como corresponde. Hay que computar en su haber el peso institucional de la palabra de las víctimas, reconocida y valorada por los tribunales.

La dinámica social desconoce los compartimientos estancos. El respeto a la primacía de la palabra de la víctima (consagrado en esa experiencia ahora cotidiana) es bandera de quienes reivindican derechos de las mujeres frente a la violencia machista. O de quienes superan temores o vergüenzas atávicos y denuncian abusos sexuales. En todas esas situaciones, desde el genocidio hasta los episodios particulares, a veces debieron atravesarse años o décadas de sufrimiento e incapacidad para decir su verdad. En todos, se está en camino. En todos, los sufrientes van ganando protagonismo y enjundia.

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Raccontos: La historia no es lineal, hasta ciertas dosis de azar demarcan sus rumbos. El senador neuquino Elías Sapag, con desaparecidos en su familia, forzó a retocar para bien la ley de obediencia debida excluyendo de su manto protector a los crímenes atroces o aberrantes. Esa hendija sirvió para ir colando demandas y denuncias en los años en que primaba la impunidad.

En 1996, a veinte años del golpe, la concentración desbordó todas las previsiones. La movilización, según contó la colega Marta Dillon en Página/12 del día 25 de marzo, inició una de sus características recurrentes que sobreviven hasta hoy. Es condensar muchas demandas y reivindicaciones del presente, un compendio de luchas populares. El pasado y el presente se imbrican e interinfluyen.

La magnitud del hecho conmovió fibras en España y fue acicate para los procesos iniciados por el juez Baltasar Garzón. El magistrado pidió extradiciones, de criminales conspicuos y hasta confesos. Recordemos que el represor Ramón Etchecolatz alardeó por la tele de haber torturado al luchador popular Alfredo Bravo, quien debió soportar tamaña sevicia compartiendo cámara ante la mirada “ecuánime” de Mariano Grondona.

La Argentina se transformó en el aguantadero de los genocidas, quienes no podían animarse a salir pero contaban con la protección de nuestros gobiernos democráticos. El ex presidente Carlos Menem la practicó con sus proverbiales crueldad y cinismo. El ex presidente Fernando de la Rúa, portador de una tradición sibilina e hipócrita, produjo su único texto en que invocaba la soberanía nacional. Clamó en su nombre, al servicio de causas espurias,

Cuando Kirchner recibió un pedido de extradición similar les expresó a varios integrantes de su gabinete que “si no los juzgamos acá, los mandamos para allá”. Lejos estuvo de ser una opción equidistante, fue un llamado a la acción. La escucharon su canciller, Rafael Bielsa, su jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y su azorado ministro de Defensa, José Pampuro. Las decisiones del Ejecutivo galvanizaron al sistema político. Llegaron las leyes y el fallo de la Corte Suprema que declararon inconstitucionalidades. El cauce abierto por la decisión política se hizo torrente: se reabrieron o se promovieron las causas judiciales.

La brega infatigable de los organismos de derechos humanos, los fallos pioneros dictados con anterioridad, los proyectos de leyes similares propuestos en minoría fueron precedentes. Sin toda la lucha y la convicción anterior las demandas de minorías no hubieran tenido plafón para hacerse políticas de Estado. Sin la voluntad política, ese salto cualitativo podría haberse evitado, quedado en pura virtualidad.

Baste imaginar qué hubiera pasado si en las elecciones de 2003 hubieran ganado Menem o Ricardo López Murphy (que estuvo a un tris de llegar al ballottage). O si hubieran llegado a la Rosada el senador Carlos Reutemann o el gobernador José Manuel de la Sota, que fueron los primeros delfines en los que pensó el ex presidente Eduardo Duhalde.

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Polifonía: La proliferación de libros, canciones, películas, abordajes teóricos jamás obrará un veredicto común o único. Una sociedad pluralista genera miradas, abordajes múltiples, puntos de vista que se complementan, se refutan y construyen un fresco en movimiento. Las víctimas, al recuperar su autoestima y legitimidad pública, hacen su aporte invalorable. Personas con otras experiencias, sus propios hijos, construyen sus propios relatos.

Las reivindicaciones de minorías con conciencia permean y construyen sentido común. Es una de sus grandes victorias cuya dialéctica incide en el futuro. El teleteatro Montecristo, un producto genuino de la etapa, fomentó el interés de muchos jóvenes por averiguar sobre su identidad. La aparición del “nieto de Estela” acicatea una dinámica parecida.

Todos los días son 24 de marzo, algunos de modo más conspicuo, otros de forma imperceptible. La movilización anual condensa la potencia acumulada, da testimonio.

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Cívico-militar-eclesiástico: La caracterización del golpe se va rediseñando a medida que se amplía el saber conjunto. En verdad, ya durante la dictadura el economista Adolfo Canitrot explicó la su racionalidad económico-política. Pero era insumo para minorías. El develamiento de la participación empresaria llegó a ser conciencia para las mayorías años después. Los curas de la Opción por los Pobres, que saben de lo que hablan, agregaron “eclesiástico” a la adecuada definición de “golpe cívico, militar y empresario”.

El kirchnerismo promovió una revisión histórica y demarcó varas altas que también lo interpelan. En las dos marchas a Plaza de Mayo del martes (muy asimétricas en su número, expresivas de la diversidad) abundaron pedidos de remoción del jefe de Ejército César Milani. Es un reclamo justo, acorde a los parámetros que el oficialismo elevó. Un sospechoso de crímenes de lesa humanidad no debe estar en ese cargo. De política se habla, de nuevo, no de responsabilidades penales. En ese andarivel nadie es culpable sin sentencia firme. En el plano político, el baremo kirchnerista, único desde el ’83, es bien otro. Hay funcionarios que aducen que Milani ni está procesado, si así fuera seguiría siendo inocente, como ciudadano. Como funcionario estatal de alto nivel, su pasado lo excluye.

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Seguir en pie: Volvamos a la movilización, que da gusto. Hay quien marcha solo o con la familia. Hay columnas organizadas, encuadradas. Algunos se quedan en las veredas, de pie o en los cafés hospitalarios. Media un respeto enorme, que permite a vendedores ambulantes tender su mercadería en la pura calle sin arriesgarse nada. La pluralidad, el mestizaje son marcas de fábrica de la Argentina que estas tenidas sintetizan como pocas pancartas individuales, gigantografías armadas con esfuerzo, colectividades que honran a sus desaparecidos. La secuencia de hechos similares es una construcción colectiva que un gobierno con convicciones bien puestas repotenció.

Este cronista es refractario a los vaticinios, vaya uno por esta vez. El cuadragésimo aniversario será impresionante, único a su modo. Ocurrirá con un nuevo mandatario, que recogerá este legado. No podrá (fuera cual fuera su bandería) desconocerlo ni contrariar la energía social desatada sin hacerse cargo de las consecuencias.

Página/12 estuvo siempre en esas luchas, empezando con los recordatorios que persisten desde sus inicios. Jamás arrió esas banderas, menos cuando los partidos políticos mayoritarios creyeron haber cerrado la historia. Formar parte del torrente es una señal de identidad.

Los medios dominantes, cómplices en su momento de la dictadura, escondieron esta semana las movilizaciones. Su papel (¿prensa?) fue lamentable, poco profesional si uno se pone estricto. A confesión de parte, relevo de prueba.

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Imagen: Leandro Teysseire
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