EL PAíS › OPINIóN

Curioso país desde ventana que mira al parque

 Por Mempo Giardinelli

Curioso país éste. Curioso en sus entramados, sus venas no siempre abiertas, sus agachadas y su capacidad de triquiñuelas. País entrañable, sin ninguna duda, y querible a pesar de sus defectos, pero sobre todo curioso, raro, a veces inexplicable. Veamos.

Dos días después del convocado paro nacional del jueves pasado, todavía se debate si fue el exitazo que proclamaron los señores cegetistas Moyano y Barrionuevo, el no tan exitoso que admitió el señor ceteísta Micheli, o el fracaso que señalaron varios funcionarios gubernamentales.

Lo cierto es que aquí en el Chaco no paró el 90 por ciento, pero tampoco el 25. Posiblemente el paro se cumplió en un 50 por ciento y, por fortuna, sin provocaciones ni violencias. De hecho fue un día casi normal, con algunas escuelas y bancos funcionando, la gran mayoría de los negocios céntricos abiertos y también casi todos los pequeños comercios en los barrios. El transporte público circuló con regularidad y al menos todos los tarjeteros del estacionamiento municipal en las calles trabajaron con normalidad, y el de mi cuadra me dijo que estaban los mismos coches que cualquier otro día.

Es conjeturable que en cada provincia sucedió algo similar. Quizá en algunas grandes ciudades del interior se replicó la mayor parálisis de la capital del país, o al menos eso fue lo que quisieron mostrar las teles opositoras. Pero como sea, viendo en la pantalla las movilizaciones con banderas rojas y los bombos del Partido Obrero por un lado, y en conferencias de prensa y mesas en “bunkers” las exageraciones de los mencionados sindicalistas por el otro, pareció quedar claro por primera vez que esta metodología de paros dizque “nacionales”, que se reducen a la capital del país y enervan a los porteños, va camino de agotarse. O, al menos, y esto seguro, de no poder llamarse “nacionales”.

Y es que cortando calles con piquetes y amenazas de violencia sólo se consiguen adhesiones forzadas. Que acaban delatando rasgos que los organizadores preferirían no subrayar. Por caso, su creciente incapacidad de lograr adhesiones genuinas y de convicción. O el bajo techo de sus convocatorias dada la catadura moral de varios de sus dirigentes. O el abrazo de oso que significa para ellos –históricamente siempre tan derechos– la adhesión militante de una izquierda tan confusa como delirante, pero tan activa, como es la izquierda argentina.

No será inmediato, pero el hartazgo que producen estos paros y movilizaciones chantajistas de la verdadera voluntad popular es cada vez mayor. Y su descrédito también crece, como crece la incapacidad dirigencial de comprender que la sociedad argentina tiene mucho de qué sentirse disconforme, y sus quejas son casi todas justificadas, pero no por eso les da crédito a los dinosaurios de la derecha sindical en maridaje con los dinosaurios de la izquierda.

Otro rasgo de lo peculiar que es este país es el rol penoso de la dirigencia política opositora, que una vez más hizo silencio. Silencio, precisemos, mientras suceden las cosas. Porque después sí, después se reacomodan vertiginosamente al leer o escuchar a los periodistas que les bajan línea y les dicen a qué y cómo deben oponerse.

En este contexto desdichado, es una pena que el gobierno nacional continúe sumido en su incapacidad de diálogo abierto, o sea, de convocatoria al pueblo y a las mejores dirigencias de la pequeña oposición responsable, que sí existe, pero no para bajarles línea sino para reconocerles protagonismo.

Es una pena porque ésta es una sociedad que en ocasiones fundamentales sabe estar por encima de las curiosas torpezas de sus variadas, múltiples dirigencias. No siempre, desde ya, pero muchas veces las respuestas de la sociedad argentina han sido y son superiores, aunque no siempre se escuchan y atienden sus reclamos más genuinos.

Precisamente en estos días, aquí en el Chaco, nos encontramos ante hechos asombrosos, y es de esperar que estimulantes, exactamente a la par de este dizque “paro nacional obrero”. Por caso, la alegría generalizada que se observa ante el avance del Parque Nacional El Impenetrable-La Fidelidad, que asoma ya en el horizonte. Hace pocas semanas, el Senado de la Nación aprobó por unanimidad la ley de creación de este parque nacional que será el mayor de todo el Norte de la República Argentina, conseguido por suscripción popular y que no sólo es el futuro último reducto de la fauna y flora chaco-sudamericana sino que será, también, fuente de trabajo para miles de chaqueños, la mayoría de pueblos originarios, que trabajarán en los desarrollos turísticos que siempre traen aparejados los parques nacionales.

En conocimiento de escandalosas denuncias acerca de la depredación del bosque y la caza furtiva y comercial, y mientras los diputados de la Nación completan el proceso legislativo para la sanción de esta ley ejemplar, no faltaron voces en reclamo de la inmediata toma de posesión de los territorios expropiados, que dicho sea de paso se están pagando por suscripción pública.

Si se repara en el hecho de que el contexto político nacional es de gritos y amenazas, macaneos y flojeras mentales, y que unos diarios callan lo que otros dicen, y ninguno destaca la misma información porque la información cede ante las operaciones de prensa y los intereses patronales, entonces se entiende el variopinto, esquizofrénico panorama que se pudo leer estos días. Como si el guión lo hubiera escrito ese memorable personaje de Capusotto llamado Arnaldo Pérez Manija, estos titulares estuvieron a la par: aumento incontenible del dólar ilegal llamado blue; patria o buitres; desastre hiperinflacionario; nuevos y espectaculares trenes; el hermano del candidato presidencial Binner involucrado en trata de niños; YPF firmó nuevos acuerdos de inversión petrolera; Carlos Bianchi expulsado de Boca; una estatua para Manu Ginóbili; y el consabido, habitual sainete de una Justicia que salva o condena según de qué lado la tironeen.

Curioso país, sin dudas. Duro de sobrevivir. Y moralmente tan blandito.

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