EL PAíS › OPINION

La media vuelta

 Por José Natanson

Si encuentras un amor que te comprenda
Y sientas que te quiere más que nadie
Entonces yo daré la media vuelta
Y me iré con el sol
Cuando muera la tarde

José Alfredo Giménez

Una encuesta del CEOP publicada en Página/12 le asigna a Néstor Kirchner un 34 por ciento de intención de voto, contra un 18,9 por ciento de Julio Cobos y un 15,3 para Mauricio Macri. Otro sondeo, de la consultora de Julio Aurelio publicado en Clarín, coincide en las posiciones, aunque con diferentes porcentajes: 23,9 por ciento para Kirchner, 16,9 para Cobos y 14,9 para Macri, con Eduardo Duhalde (8,5) y Carlos Reutemann (7,6) más atrás. Cada encuesta tiene sus problemas de confección –la primera no contempla a ningún candidato del peronismo disidente, la segunda incluye a dos además de Macri–, pero lo interesante es que ambas recogen una idea que circula desde hace unos días en el ecosistema político: el Gobierno, se dice, repunta en la consideración popular, frente a una oposición en declive.

Como ya señalamos, los últimos grandes acontecimientos políticos –la derrota oficial en el conflicto con el campo y en las elecciones de junio y su victoria parlamentaria en la ley de medios– definieron una ecuación peculiar: una oposición mayoritaria pero desunida y con varios líderes-candidatos (y en política, tener varios candidatos equivale a no tener ninguno), frente a un oficialismo minoritario pero cohesionado, con un plan de máxima (Néstor 2011), uno de mínima (Scioli 2011) y hasta lo que algunos intelectuales denominan “un relato”, basado en un clivaje temporal y reparatorio (neoliberalismo-desarrollismo, dictadura-derechos humanos).

Con esto, el kirchnerismo se ha asegurado un núcleo duro de apoyos, pero no la posibilidad de expandirlos. Más aún: algunas de las iniciativas que contribuyeron a fortalecer su base de sustento, en particular la ley de medios, tienen un carácter conflictivo y polarizante que pueden haber ayudado también a recortar otros respaldos, como si el costo de consolidar el piso fuera bajar el techo.

Quizá la gran cuestión que se le plantea al kirchnerismo en los próximos meses, en la que se jugará buena parte de sus chances electorales, es si podrá expandir su círculo de adhesiones más allá de la minoría intensa que hoy lo sostiene. Y esto implica, básicamente, recuperar el favor de al menos una porción de los sectores medios, cuyos primeros signos de alejamiento pueden rastrearse en la elección presidencial del 2007, en la que Cristina fue derrotada en las grandes ciudades, incluyendo Buenos Aires, Rosario y Córdoba, y luego al largo conflicto entre el Gobierno y los productores rurales, que marcó la derrota oficial en los comicios de junio, aunque tal vez el símbolo más claro de esta ruptura haya sido el triunfo, un año antes, de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires.

Pero para recuperar a estos sectores es preciso primero comprender su carácter. Probablemente influido por antiguas teorías sociológicas, el pensamiento político tiende a identificar a la clase media con un sector social –un corte por ingresos– cuando hoy es algo mucho más complejo. Durante los ‘90, la clase media sufrió un proceso de heterogeneización que ha hecho que hoy coexistan allí sectores medios-altos, nuevos ricos suburbanizados en countries e incluso sectores bajos estructurados (con sueldos bajos pero ingresos sistemáticos, por ejemplo personas semicalificadas como plomeros o dueños de pequeños negocios). Y también, claro, los nuevos pobres, que cayeron en la pobreza durante la crisis y que ahora se han recuperado pero de manera muy precaria. Como escribió Gabriel Kessler (“Empobrecimiento y fragmentación de la clase media argentina”, revista Proposiciones, vol. 34), estos sectores se asemejan a la clase media en aspectos de largo plazo (educación, profesión, familias poco numerosas) y se parecen a los pobres en aspectos de corto plazo (acceso al consumo). En suma, la clase media no es tanto un sector poblacional determinado por su nivel de ingreso, sino la suma de una serie de historias dispersas que se manifiesta como un ideal aspiracional, casi un estado de ánimo.

Su relación con el peronismo siempre fue tensa, conflictiva. En su excelente Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión (Planeta), Ezequiel Adamovsky señala que la primera alusión a la “clase media” en un discurso público fue realizada en el Senado por Joaquín V. González, buscando diferenciar a los “sectores sanos” de una clase obrera compuesta por extranjeros indeseables cargados de ideas anarquistas (estaba fresco en la memoria de la elite criolla el recuerdo de la Semana Trágica de 1919). Sin embargo, no fue hasta 1945 que una parte de la población terminó de asumir su condición de clase media. Frente a la irrupción de las masas obreras en la vida política y la subversión de las jerarquías sociales producida por el primer peronismo, un sector de la sociedad buscó en el mito de la Argentina blanca y europea un argumento y se definió, en contraste con la chusma que se refrescaba en la Plaza de Mayo, como clase media. Como señala Adamosvky, la clase media nació anti-peronista por omisión.

Pero ni la heterogenidad de este sector ni su raigal gorilismo son argumentos suficientes para resignarse a dar la media vuelta y abandonarlo con el sol de la tarde, como en el bolero cuya mejor versión –no viene al caso pero igual lo subrayamos– es por supuesto la de Luis Miguel. El ejemplo de Lula, de quien suelen festejarse sus decisiones pro-mercado pero ignorarse su talento político, es aleccionador. En los comicios presidenciales del 2002, en los que resultó elegido presidente, Lula se impuso homogéneamente en todo el país, con buenos resultados en San Pablo y Río. En el 2006, con su gobierno todavía sacudido por una serie de escándalos de corrupción, obtuvo un porcentaje de votos similar al de su primera elección, pero distribuido de manera muy diferente: arrasó en los estados pobres del norte y el nordeste –el PT logró el pequeño milagro de derrotar a Antonio Carlos Magalhaes en Bahía–, pero perdió en los siete estados más ricos, del centro y del sur, y fue ampliamente derrotado en las grandes ciudades. En los barrios de clase media de San Pablo y Río apenas arañó el 30 por ciento. El PT –un partido originalmente formado por obreros semi o calificados, intelectuales y militantes sociales y religiosos– se había plebeyizado. Sin embargo, Lula no se resignó a perder el apoyo de los sectores medios y, a diferencia de otros líderes latinoamericanos, notoriamente Hugo Chávez, poco a poco los fue reconquistando, tal como demuestra el amplio apoyo, cercano al 70 por ciento, del que goza actualmente.

Volviendo a la Argentina, conviene recordar que los sectores medios y el peronismo vivieron algunos momentos de idilio. El tercer peronismo, el que según la periodización de Alejandro Horowicz comenzó en 1973 y se extendió hasta el golpe de Estado, tuvo un fuerte componente de clase media juvenil, que coprotagonizó aquellos años agitados. En los ‘90, el menemismo –un ciclo político que tiene más de peronismo de lo que hoy muchos están dispuestos a admitir– también contó con el respaldo de una porción de la clase media, en particular en la reelección de 1995, en la que Menem obtuvo casi el 50 por ciento de los votos (que el respaldo haya sido vergonzante no le quita relevancia). Y justo en esa época comenzaba el ascenso de Carlos “Chacho” Alvarez, cuyo origen peronista no le impidió convertirse en el gran arquitecto del anti-menemismo progre (tal vez Chacho, el anti-Menem, haya sido el último líder de origen peronista capaz de expresar cabalmente a la clase media). Pero Kirchner también lo hizo. En el 2003, el flamante presidente conquistó a los sectores medios antes que a cualquier otro grupo social, con los coqueteos con la transversalidad, su apoyo a Aníbal Ibarra en las elecciones porteñas y otras medidas más pedestres (desde las sucesivas subas de la base imponible de Ganancias hasta los subsidios a las tarifas de luz y gas).

Tanto la experiencia de Lula como estos retazos de historia demuestran que la relación del peronismo con la clase media puede ser difícil pero que en modo alguno es imposible. El Gobierno, sin embargo, parece haberse dado por vencido, como si la clase media fuera un actor congelado, portador de un antiperonismo intrínseco e irremediable. Lo expresó bien Edgardo Mocca en una caracterización del kirchnerismo publicada en el número 8 de la revista Umbrales, donde advierte sobre “un enfoque pregramsciano que percibe a los actores sociales como datos preconstituidos, inmunes a la persuasión, al cambio, es decir, a la política”. Para Mocca, esto lleva a “una descripción de la ‘clase media’ como genéticamente antiperonista y antipopular y se renuncia a la disputa en un sector en el que se había despertado una importante confianza inicial”.

Y esto tiene efectos electorales. Con medidas como la Asignación Universal para la Niñez, el Gobierno se ha lanzado a reconquistar a los sectores populares que comenzaron a darle la espalda en las elecciones de junio, cuando Francisco de Narváez se impuso en buena parte del Conurbano. Y parece decidido, también, a fortalecer a su núcleo duro de apoyo, para lo cual se ha dado una política de comunicación muy activa y militante, aunque más bien tosca.

En este marco, el de un gobierno que no se limita a dejar pasar el tiempo, la resignación respecto de la clase media resulta llamativa. Algunos de los acontecimientos de los últimos días confirman esta idea: no es lo mismo la agresión (sillazos en la Feria del Libro) que los escraches anónimos (afiches sin firma), que un acto político (el “juicio” a algunos periodistas llevado adelante por las Madres de Plaza de Mayo, por más injusta que sea la selección de algunos de los “juzgados”). Pero en todos los casos se trata de movidas que revelan la falta de una estrategia política orientada a recuperar el favor de los sectores medios. Y en esto radica el problema, porque el Gobierno puede administrar la coyuntura sin el aval de la clase media, y quizá pueda realizar algunas reformas sin su apoyo, pero difícilmente pueda impulsar un verdadero proceso de transformación contra su voluntad. En este punto, la lectura tardía de Jauretche le ha hecho un flaco favor al kirchnerismo.

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