Desde Brasil

La campaña contra Lula da Silva, que pese a todo sigue siendo la figura política más relevante de Brasil, a cada día deja más claro que no tiene ni pretende tener límites. El golpe institucional que destituyó a Dilma Rousseff e instaló en su lugar un gobierno corrupto e ilegítimo tiene un objetivo claro: impedir que Lula vuelva a ocupar un sitio central en el escenario político brasileño. La presidencia, por ejemplo.
Para alcanzar ese objetivo, toda y cualquier iniciativa es válida y propicia. Un juez de primera instancia, Sergio Moro, usa y abusa de cualquier método sin que las instancias superiores muevan un músculo. Comete irregularidades y viola preceptos básicos de la Justicia sin que nada ni nadie se atreva a frenarlo. Los grandes medios de comunicación, hartamente beneficiados por altos presupuestos de publicidad estatal desde que Michel Temer asumió la presidencia, son un escarnio. Funcionarios menores del Poder Judicial disparan informaciones basadas en meras suposiciones, sin noción del ridículo. Temer y sus acólitos, a su vez, dejan claro que existe una distancia infinita entre lo que efectivamente ocurre en el país y lo que pasa por sus mentes claramente opacas.
El cuadro es de desastre. En los últimos meses, desde que los golpistas se hicieron con el poder, todos, todos los índices económicos y sociales se desplomaron. Los cambios en el escenario externo, a raíz de la victoria de Donald Trump, auguran tiempos sombríos. A cada día que pasa crece la sensación que de Temer no seguirá por mucho tiempo en el sillón presidencial que usurpó.
Y lo que no cesa ni afloja es el cerco a Lula da Silva. Lo fundamental, para el PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso y del senador Aécio Neves, partido que fue el artífice y pretende ser el principal beneficiado del golpe victorioso, es eliminar Lula del escenario.
Pero Lula decidió reaccionar. Acosado, se lanzó al ataque.
Hace como quince días, hubo una reunión en San Pablo, en el departamento del escritor Fernando Morais, hartamente conocido en Brasil. Del encuentro participaron algunos de los abogados más luminosos del país, además de senadores, ex ministros, intelectuales reconocidos. El embajador Paulo Sergio Pinheiro, que fue secretario de Derechos Humanos de la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y luego presidió la Comisión de la Verdad, que investigó el terrorismo de Estado durante la última dictadura militar (1964-1985), se encargó de anunciar la formación de un Comité de Defensa de la Democracia, cuya tarea es denunciar cada atropello contra Lula cometido por la conspiración judicial-mediático-parlamentaria. 
En esa reunión, sin la presencia de la prensa, Lula habló. Y por primera vez detalló lo que considera los pasos básicos del golpe que instaló en el poder la camarilla que destroza cada conquista alcanzada en los trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores.
Mencionando las acusaciones y sus acusadores, Lula dijo que “no puedo permitir que una manga de jovencitos (en referencia a los fiscales y funcionarios de tercera línea del Ministerio Público), que siquiera saben qué es la vida, se atrevan a acusarme sin ninguna base. Me rehúso a ser usado para que destrocen todo lo que se conquistó en mi país”.
Luego hizo el listado de razones que, según él, justifican lo que ocurrió y ocurre en Brasil. Mencionó claramente los intereses de grupos globales y de los Estados Unidos.
“El protagonismo que alcanzamos en el escenario mundial molestó”, dijo Lula. “Brasil tuvo un protagonismo claro en la derrota del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas, propuesta por el entonces presidente Bill Clinton), en el fortalecimiento del Mercosur, la creación de la Unasur, del Brics (grupo que reúne a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Tuvimos protagonismo en Africa, en el Oriente Medio. Hemos probado que Brasil tiene capacidad de actuar en el escenario global, que América Latina alcanzó un peso específico, y eso molestó a los dueños del mundo. 
Y entonces Lula mencionó el petróleo. Una de las primeras medidas del gobierno de Temer fue cambiar toda la legislación de protección de los campos en aguas ultraprofundas, el llamado “pre sal”, para favorecer a las petroleras extranjeras en detrimento de la Petrobras. 
A todo eso se debe, dice Lula, el golpe que destituyó la primera mujer en ser electa y reelecta presidenta de Brasil. “Hay un sinfín de razones para que se haya construido ese golpe, sin armas, sin tropas en las calles. Inventaron mentiras tras mentiras. Pero todo eso no ha sido suficiente. ¿Y si Lula vuelve en 2018?”, preguntó el ex presidente. “Una semana antes, Michel Temer me dijo que no habría deposición de Dilma porque eso sería un golpe, sin ninguna base legal. Así es la vida…”, dijo. 
“A esta altura, todo me parece muy claro. No basta con destituir la presidenta, es necesario liquidarme. Pero les pido que estén seguros de que no lograrán. No cometí ningún crimen. Si hay algo que me gusta es la pelea. No debo nada, no temo nada. No lograrán callarme.”
Y desde entonces pasó a recorrer el país. Mientras, sus abogados denuncian cada irregularidad cometida por los acusadores de Lula, a empezar por el mesiánico juez Sergio Moro. Claro que la prensa brasileña no dedica más que dos líneas y media a los argumentos en defensa de Lula y dedica espacios olímpicos a cualquier acusación descabellada. Pero así es la vida…