EL MUNDO › ENTREVISTA AL SOCIOLOGO FRANCES PIERRE ROSANVALLON, AUTOR DE EL BUEN GOBIERNO, QUE PRESENTARA EN BUENOS AIRES

“Tenemos democracia electoral, pero no de ejercicio”

Para Rosanvallon, el corazón del empobrecimiento democrático está en la relación viciada entre gobernantes y gobernados, y en la transformación del Poder Legislativo en una suerte de aliado del gobierno y no, como debería ser, en ojo de los ciudadanos.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Existen numerosos ensayos teóricos sobre la democracia, pero no hay ninguna teoría sobre el arte de gobernar y las responsabilidades que van con él. El sociólogo Pierre Rosanvallon llena esa espacio vacío con una amplia reflexión no ya sobre la democracia, sino sobre la práctica democrática en sí, entiéndase, el gobierno. El libro El buen gobierno, publicado en la Argentina por la editorial Manantial y presentado este 2 de diciembre a las 19 horas en el Centro Franco Argentino (Alianza Francesa) en presencia del autor, inicia una nueva etapa de la reflexión sobre nuestras democracias pero, ahora, desde otro planteamiento original: la relación entre gobernantes y gobernados, o sea, mucho más allá de la representación democrática y el acto electoral en sí. Para Rosanvallon, representación y elección son sólo dos momentos de la democracia, dos elementos de la problemática cuyo funcionamiento no alcanza a explicar la crisis democrática. El corazón del empobrecimiento democrático está en la relación viciada entre gobernantes y gobernados y en la transformación del poder legislativo en una suerte de aliado del gobierno y no, como debería ser, en ojo de los ciudadanos. El Ejecutivo manda por encima de todo. Los gobiernos no escuchan a los ciudadanos, los parlamentos no están atentos a las demandas y los problemas de la sociedad y ya nadie se somete a las reglas de transparencia. Ello conduce al autor de El buen gobierno a afirmar que si bien los poderes son elegidos democráticamente, estos no gobiernan de forma democrática. La semilla del mal no es entonces la llamada “crisis de la representación” sino, objetivamente, “la crisis del mal gobierno”. Pierre Rosanvallon propone en este ensayo un reordenamiento de la relación entre gobernantes y gobernados y la creación de comisiones democráticas independientes con la sociedad civil como operadora central de la supervisión de la calidad democrática. Con este libro, Pierre Rosanvallon concluye un ambicioso trabajo de reflexión histórica iniciado hace diez años con la publicación de La contra democracia, seguido por La legitimidad democrática, La sociedad de los iguales. Estos libros, junto con El buen gobierno, sintetizan las grandes mutaciones democráticas contemporáneas al tiempo que, cada uno a su manera, apunta hacia las transformaciones negativas que han conducido a lo que Rosanvallon llama hoy “la democracia atrofiada”.

–Su libro El buen gobierno culmina un recorrido sociológico, filosófico e histórico sobre la democracia que se extiende a lo largo de diez años. ¿Qué ha cambiado en el curso de esta década?

–En primer lugar, estoy muy feliz de volver a Buenos Aires por cuarta vez en diez años. Buenos Aires en un lugar intelectual muy vivo. Para mí, es muy importante que mi trabajo sobre la democracia no se limite únicamente a la reflexión sobre Europa. Mi trabajo se ha enriquecido mucho mediante la comprensión de otros terrenos. América latina es para mí un terreno de reflexión central sobre la democracia. Con respecto a la pregunta, lo que cambió fue la situación en Europa, la cual evolucionó hacia un cierre de las democracias, hacia el ascenso de las extremas derechas y hacia un repliegue de las sociedades sobre si mismas. Los elementos de la crisis de la democracia que había diagnosticado hace 10 años se fueron reforzando y radicalizando. Por consiguiente, hoy es más que nunca necesario reflexionar acerca de la situación actual de la democracia y encontrar los medios de mejorarla y sacarla del camino sin salida en el cual se encuentra.

–Usted llega a la Argentina para presentar un libro muy oportuno, El buen gobierno, y además en un momento de transición democrática histórica: un gobierno de otra tendencia que llegó al poder a través de un proceso también histórico para esa corriente política. En este contexto, su libro plantea como punto central la relación entre gobierno y gobernados y la falla sísmica que se sitúa entre ambos.

–Hasta ahora, la mayoría de las reflexiones sobre la democracia se concentraron en los problemas de representación, la mala representación. Creo que hemos ingresado en régimenes políticos en los que hay que reconocer que el poder central suplantó al Poder Legislativo. Sin embargo, la democracia fue concebida para que se instalara un poder parlamentario representativo. Debemos hacer que ese poder Ejecutivo participe de la democracia porque ahora está participando a medias en la democracia. El Poder Ejecutivo forma parte de la democracia mediante el sufragio universal que elige al jefe del Estado. Pero es sólo un permiso para gobernar que no está acompañado ni de un código de circulación, ni de una escala de sanciones. El gran problema de nuestras democracias consiste en que tenemos una democracia electoral, lo que yo llamo una democracia autorizada, pero no contamos con una democracia de ejercicio.

–Lo que renueva el análisis de la democracia en su trabajo es la originalidad analítica que usted introduce cuando se refiere a que no existe una teoría democrática sobre la acción gubernamental.

–Exactamente. Hay teorías sobre las instituciones, pero no existe una teoría democrática sobre la práctica. Creo que los ciudadanos se dan cuenta de que lo que está en tela de juicio no son las instituciones sino los comportamientos políticos. Por eso es preciso que los comportamientos políticos participen de la democracia.

–En ese sentido, usted afirma algo muy fuerte, que va en contra de las ilusiones o certezas: “No estamos gobernados de forma democrática”.

–El fin de las dictaduras y la irrupción del sufragio universal fueron un progreso fundamental. Pero es solo la mitad del camino y hay que completarlo. Si no lo hacemos veremos que, al igual que en muchos países, si bien se pasó a la etapa de la democracia electoral, la situación se quedó en esa fase y, por consiguiente, asistimos a la instalación de democracias autoritarias. Es el caso de la Rusia de Putin, de la Turquía de Erdogan.

–En lo que atañe a las democracias occidentales, usted las identifica como “democracias atrofiadas”, marcadas por un desencanto. Pocas personas adhieren a los partidos políticos o a los sindicatos porque estos no representan más el núcleo de acción social.

–Los partidos políticos fueron instituciones que desempeñaron el papel de intermediarios entre la sociedad y el poder, representaban a la sociedad ante el poder. Hoy ocurre todo lo contrario. Los partidos políticos no cumplen más una función ascendente sino descendente. Hoy vemos cada vez más cómo los partidos políticos defienden la acción del gobierno si están en la mayoría, o si no la critican. Pero esa función de intermediario, de representante, casi no existe más. Por eso uno de los grandes problemas de la democracia consiste en encontrar fórmulas alternativas de representatividad. Este término de representatividad o representación tiene dos sentidos distintos: un representante puede ser un delegado, pero representar quiere decir tornar presente en el debate social las realidades vividas por los ciudadanos. Diría entonces que la representación por delegación funciona más o menos bien, pero la representación de los problemas en el debate público está mucho más atrofiada. Es esencial concebir la democracia no sólo como una legitimidad para instalar una institución, sino como la legitimidad del comportamiento democrático de la institución.

–Otro de los grandes límites democráticos que usted plantea es el del Poder Legislativo. Usted demuestra que el Poder Legislativo ha dejado de cumplir su función porque está de rodillas ante el gobierno.

–En una sociedad moderna el poder dirigente es el poder de la acción cotidiana. Le compete al Parlamento poner en funcionamiento reglas generales, pero la ley ha cambiado de naturaleza. Antes había una distinción entre la ley como gran principio general y la acción cotidiana del poder que consistía en administrar casos particulares y cotidianos. Hoy, ambos están mezclados y es por eso por lo que los parlamentos tienen menos autonomía que antes en la producción de la ley. La ley dejó de ser un conjunto de reglas generales para convertirse en un conjunto de reglas particulares. El Parlamento ha dejado entonces de desempeñar el papel que debe tener. El papel del legislador en el Parlamento se debilitó y su función de controlador, de supervisor, de evaluador, no ha emergido con suficiente fuerza. Lo que esperamos del legislador y del Parlamento es que desempeñe todos estos roles con la sociedad civil.

–En cierta manera, hasta los parlamentos son menos democráticos.

–Efectivamente. Debemos democratizar el Parlamento y esto equivale a que todo un conjunto de prerrogativas parlamentarias, controlar, supervisar, evaluar, que son atribuciones muy antiguas del Parlamento, sean ejercidas por el Parlamento y también por la sociedad civil.

–Esa carencia conduce al paradigma que se plasma entre el momento de la elección y el momento del ejercicio del poder. Lo hemos visto en Francia en las dos últimas elecciones. Nicolas Sarkozy decía “trabajar más para ganar más” y François Hollande afirmó que su enemigo era “la finanza”. A final, una real tomada de pelo a los electores.

–Aquí hay una contradicción estructural de las democracias. La democracia reposa sobre la posibilidad de tener un pluralismo, es decir, sobre la competición electoral. Pero el problema de la competición electoral radica en que provoca una inflación de promesas. Podemos decir que la competición política funciona de forma muy distinta a la de la competición económica. La competencia económica hace bajar los precios, la competición política hace subir las promesas. Para tener éxito en una campaña electoral hay que saber poner de lado los problemas molestos, pronunciar discursos contradictorios ante poblaciones diferentes, hay que saber seducir. Sin embargo, cuando se trata de gobernar, la realidad nos golpea en pleno rostro. Esta contradicción está en el corazón de la desmoralización de los ciudadanos. La sociedad asiste permanentemente a la ampliación del foso entre el mundo del discurso de las campañas electorales, y el discurso del gobierno.

–¿Cómo salir de esa disyuntiva?

–Se trata de una contradicción muy grave que ocupa un lugar central en la crisis de la democracia. A partir del momento en que se reconoce que existe la competición electoral y que ésta forma parte de la vida de la democracia, existe también el riesgo de que el foso se siga ampliando. Para evitarlo, debe progresar el sentido de hablar con sinceridad en lugar de las promesas. Hablar con la verdad es uno de los elementos de la construcción de la confianza. Creo que necesitamos comprender que la democracia reposa sobre instituciones formales y, también, sobre instituciones invisibles. Existen tres instituciones invisibles: la confianza, la legitimidad y la autoridad. Tal vez, la más importante sea la confianza porque es ella la que le permite a un gobierno ser eficaz. La confianza significa que se puede plantear una hipótesis sobre el comportamiento futuro de una persona. Para que esto sea posible es preciso que la palabra no se mueva. Si la palabra pasa de la palabra del candidato a la palabra del gobernante, construir la confianza es imposible. Ya no podemos esperar esta virtud de los dirigentes políticos. Creo que los ciudadanos deben intervenir con fuerza para poner en tela de juicio estas conductas.

–Hoy, muchos pensadores, sobre todo del campo digamos progresista, hablan del fin de la democracia, se refieren a que estamos en un período de post democracia. ¿Usted coincide con este análisis?

–No. Creo que el término post democrático es inadaptado. Podemos más bien hablar del ingreso a un período post electoral de las democracias, lo que no es lo mismo. Post democracia es un juicio negativo según el cual toda la vida electoral no es más que una fachada y que, en el fondo, vivimos en un mundo que ha dejado de ser democrático. No se trata de eso. Creo, sí, que hoy asistimos al límite de la dimisión electoral de la democracia. La primera gran conquista de la democracia fue la organización electoral, la organización de una elección abierta y pluralista. Ahora tenemos ante nosotros la segunda revolución democrática, estamos ante el umbral de esa segunda revolución. El problema consiste en saber si somos conscientes de ello y si somos capaces de formular los elementos. Esa es la meta de mi libro: una suerte de guía para entrar en la edad de la segunda revolución democrática.

–En ese orden de ideas, usted impugna el poder de la persona, su efecto mediático, por encima de los programas, o sea, los contenidos de la oferta democrática. Ello conduce al razonamiento implacable: los dirigentes, una vez electos, no actúan de forma democrática.

–Sí, efectivamente. Los dirigentes políticos son electos democráticamente pero hay que hacerlos ingresar en un funcionamiento democrático. La democracia tiene dos dimensiones: la nominación, o sea la elección, y el funcionamiento. Necesitamos una democracia de funcionamiento, lo que no es el caso hoy. Evidentemente, si reducimos la democracia a la mera elección podemos tener una visión muy pesimista porque, a menudo, las elecciones están manipuladas y producen avances limitados. Pero hay que tener en cuenta que la democracia no puede limitarse a este momento electoral. La democracia debe ingresar en la segunda fase de la construcción democrática. Por ello tengo una mirada critica y severa sobre el estado de las democracias y, al mismo tiempo, al diseñar un nuevo horizonte para la vida democrática, mi optimismo presente puede ir acompañado de un optimismo hacia el futuro.

–Aquí llegamos a otro de los fundamentos de su ensayo: las propuestas. Su actor central es la sociedad civil y una serie de ideas que van hasta la creación de un Consejo consagrado al funcionamiento democrático.

–Podemos evocar perfectamente la necesidad de instaurar un cuarto poder. Hoy tenemos el por Ejecutivo, que es el más importante, el Poder Legislativo, y el poder imparcial, que es el Poder Judicial y que también puede ser el poder de una autoridad independiente, por ejemplo las cortes constitucionales. Pero se requiere un cuatro poder de control, de vigilancia y de avaluación que debe contar con instituciones. Estas pueden ser permanentes como la Corte Constitucional, cuyo rol es supervisar que la ley sea conforme con los principios generales del funcionamiento la sociedad. Pero también se puede crear un Consejo del funcionamiento democrático que vigila la calidad democrática de los gobernantes. No es todo. Este mecanismo de control debe también basarse en las intervenciones ciudadanas directas. En este cuarto poder hay una parte que puede institucionalizarse, por ejemplo el consejo del funcionamiento democrático, y otra parte que podría ser la creación de comisiones públicas, una suerte de pequeñas asambleas temporales compuestas por ciudadanos elegidos mediante un sorteo, por representantes de asociaciones o expertos. En este tipo de instituciones la noción de sorteo es importante porque va más allá de la democracia participativa. La esencia del sorteo consiste en probar que todos pueden tener un lugar. El sorteo valoriza a los ciudadanos anónimos. Por ello es importante otorgarle un lugar a la vez práctico y moral. En paralelo a la institucionalización de este cuarto poder es preciso igualmente que ese cuarto poder repose sobre nuevas instituciones. La democracia electoral elaboró su modo de funcionamiento con los partidos políticos. Los partidos políticos organizaron la democracia electoral. Ahora bien, para organizar este cuarto poder, esa democracia de ejercicio, hacen falta organizaciones ciudadanas de un nuevo tipo.

–Los partidos políticos están muy poco mencionados en su libro...

–Y sí... Como se han especializado en la gestión de las campañas electorales, en la selección del personal político, tienen muy poco espacio en esta democracia de ejercicio.

–¿Y Podemos en España o Syriza en Grecia se acercan a este modelo?

–No, es diferente. Podemos es una renovación interna de los partidos políticos. Podemos quiso ser un partido político de nuevo estilo. Esto es algo positivo, desde luego. Syriza es lo mismo. Se trata de una renovación de la vida partidaria. Sin embargo, la emergencia de nuevas instituciones ciudadanas no cumplen la función de renovar los partidos políticos. Se trata de renovar las fuentes de la democracia, de redefinir la noción clásica de tomar el poder. Antes, tomar el poder quería decir poner a la cabeza del poder a una persona en quien se deposita la confianza. Esa es la definición de la democracia electoral. Pero la verdadera toma del poder consiste en que la vida misma del poder no sea distante, que su funcionamiento, sus acciones, estén permanentemente bajo el ojo del ciudadano. Durante la Revolución Francesa, el símbolo más permanente fue el ojo del pueblo.

–Vuelvo a su fórmula de democracia de ejercicio. En ella, usted introduce tres condiciones: la visibilidad, la responsabilidad y la reactividad.

–Reactividad hay que entenderlo como un poder que escucha a la sociedad y que toma en cuenta su opinión de manera permanente y no sólo en los períodos de campaña. Quiere decir igualmente la organización de formas de deliberación pública, organizar un va y viene permanente entre el poder y la sociedad. Visibilidad y transparencia corresponden al hecho de que sentirse dominado por un poder equivale a estar ante un poder opaco. El Euro grupo, por ejemplo, es el prototipo del poder opaco, que funciona como una caja negra. La democracia es un poder visible, con un funcionamiento transparente de las instituciones.

–¿Acaso el otro gran drama de la democracia o se sitúa en la desigualdad compulsiva entre el ciudadano y los actores del sistema financiero ?. Un ejemplo, en Francia, empresas que tienen dos o cuatro empleados pagan más impuestos que Facebook o Google. Evasión fiscal, corrupción, privilegios monárquicos, paraísos fiscales, fondos buitres. Todo esto es altamente tóxico para la democracia.

–La lucha contra la corrupción está en el corazón de la democracia. La corrupción es el secuestro de un bien público por un interés privado. La corrupción también corrompe las instituciones porque estas dejan de servir el bien público para servir a los intereses privados. La democracia es el reino del interés público. La corrupción es el veneno de la democracia. En los dos ejemplos que usted da, no hay que ser del todo pesimistas. Los Estados han tomado conciencia de todo lo que les cuesta la evasión fiscal y la corrupción.

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“Es preciso que los comportamientos políticos participen de la democracia,” sostiene Rosanvallon.
 
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