ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: EN QUé SITUACIóN QUEDó EL VIEJO CONTINENTE LUEGO DEL TEMBLOR FINANCIERO

¿Terminó la crisis económica europea?

A juzgar por lo que reflejan los mercados financieros, la crisis europea pareciera haber finalizado. El PIB de la Eurozona creció durante los últimos tres trimestres y el desempleo evoluciona a la baja. Sin embargo, advierten que los problemas siguen.

Producción: Tomás Lukin

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Parábola de la crisis

Por Andrea Pietrobuono * y Lucila Quiroga **

A juzgar por lo que reflejan los mercados financieros, la crisis europea pareciera haber finalizado: las primas de riesgo de los países periféricos –Grecia, Irlanda, Portugal y España– se redujeron notablemente. Esto les permitió acceder a financiamiento internacional a tasas bajas, con las colocaciones de Grecia e Irlanda como ejemplos principales. Asimismo, el PIB de la Eurozona creció durante los últimos tres trimestres y el desempleo mostró una tendencia decreciente durante los últimos meses del año, disipando la posibilidad de una desintegración de la unión monetaria. Ahora bien, ¿son estos elementos suficientes para asegurar la finalización de la crisis?

El crecimiento económico es aún magro, con una variación anual de 0,9 por ciento en el primer trimestre de 2014 y con proyecciones para este año que apenas superan el 1 por ciento. El desempleo en la región aún se mantiene en un 11,6 por ciento, históricamente elevado, escasamente por debajo del techo alcanzado en 2013. Por lo tanto, si bien formalmente se ha salido de la recesión, la crisis en la zona del euro aún no puede darse por superada.

Desde sus inicios, esa crisis tuvo una interpretación ortodoxo-fiscalista. El diagnóstico señalaba a un supuesto desmanejo de las cuentas públicas por parte de los gobiernos que permitieron un fuerte crecimiento de las deudas. Esto impactó en la confianza de los mercados, que vieron una amenaza en la insustentabilidad de las economías periféricas. Las recomendaciones de política que se derivaron de esa interpretación fueron las de los dolorosos ajustes fiscales y sociales a través de programas de “consolidación fiscal”, que en los hechos implicaron recortes de gasto público y un desmantelamiento –total o parcial– del Estado de Bienestar construido a lo largo de décadas. Esas medidas restituyeron confianza entre los prestamistas internacionales y permitieron nuevamente el acceso al financiamiento.

Lo que esa interpretación pasa deliberadamente por alto es que la crisis europea es consecuencia de desequilibrios estructurales, cuya raíz se encuentra en la génesis de la Unión Monetaria (UM): el tipo de cambio unificado implicó una apreciación artificial de las monedas de los países periféricos, que transfirieron competitividad hacia los países núcleo, en particular Alemania. De esta manera, Alemania se constituyó en el motor de la Zona Euro, con una política de crecimiento impulsada por exportaciones. Esto afectó severamente las cuentas externas de los países menos competitivos, que acumularon fuertes y crecientes déficit en sus cuentas corrientes, cuya contracara (cuenta capital) era la deuda con los mismos países centrales.

La consecuencia financiera de la UM fue una acelerada profundización del sistema financiero en su conjunto y de los lazos y dependencias mutuas de flujos de capital entre los países de la Unión. La moneda única permitió una convergencia ficticia en las primas de riesgo, impulsando la expansión de los mercados financieros en un contexto de tasas bajas, que al mismo tiempo permitió el financiamiento de los desequilibrios externos que se acumularon en los países periféricos.

Al estallar la crisis, las autoridades realizaron un análisis sesgado de la misma, que implicó cargar los costos de la crisis sobre los asalariados y los países periféricos, beneficiando al capital y los países centrales. Las políticas impuestas a toda la Zona Euro –con mayor crudeza a los países que accedieron a un rescate– no hicieron más que profundizar y extender la crisis.

Es así como la recuperación actual del crecimiento oculta situaciones disímiles, con países que aún se encuentran en recesión (Grecia e Italia) y otros que se mantienen a flote (Alemania y Francia), en algunos casos con niveles de desempleo que superan el 25 por ciento (Grecia y España) y en otros que no llegan al 6 por ciento (Alemania).

Ante este escenario, resulta claro que las políticas oficiales no pueden –ni van a poder– resolver la crisis. Nos encontramos ante una Europa cuyo sector privado trata de recomponer sus hojas de balance y un sector público al que le imponen fuertes ajustes, dinamitando la posibilidad de impulsar la demanda agregada. Todo esto sin autonomía monetaria y con un Banco Central dominado por la línea alemana, que le teme a la inflación cuando la economía se encuentra ante una amenaza de deflación.

El actual presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués J. C. Juncker, prometió un cambio en el esquema de austeridad impuesto desde 2010, que ya habían exigido Italia y Francia. Con una propuesta de un plan de estímulo de 300.000 millones de euros se puede comenzar a pensar en un cambio de política que les dé aire a las economías en crisis. Sin embargo, esto no resolverá los problemas estructurales de la UM, que constituyen el principal inconveniente.

* Economista FCE-UBA - Directora del Banco Ciudad.

** Economista FCE-UBA.


Al final, gana Alemania

Por Pablo Bortz *

Así como la predominancia de Alemania en el mundo del fútbol ha alcanzado su pico con la conquista de la Copa del Mundo en Brasil, los designios del país germano han marcado el derrotero en los últimos años de la economía de la Eurozona, inmersa en una situación deplorable.

Para empezar, cabe remarcar que la crisis europea no fue causada por el (inexistente) descontrol fiscal de los países de la “periferia”, ni por un excesivo crecimiento salarial que redujo la competitividad de las economías como España, Italia, Irlanda y Grecia, entre otras. Si bien hay matices en cada país, el origen de los problemas económicos está en la desregulación financiera y el flujo de capitales financieros (principalmente bancos y fondos de pensiones) desde Alemania, Holanda y otros, hacia la periferia europea, para financiar burbujas inmobiliarias (tanto de casas como desarrollos comerciales privados), causando graves déficit comerciales en la Eurozona y dejando endeudadas a las familias, empresas y bancos.

Cuando la crisis estalló, primero en Irlanda, luego en Grecia y en otros países, los bancos alemanes estaban muy expuestos ante posibles incumplimientos del sector privado, y dado el hartazgo del público alemán por los rescates bancarios, impulsaron (exitosamente) una estrategia ya adoptada en la crisis de la deuda latinoamericana: hacer que los estados nacionales asuman la deuda del sector privado (incluyendo el salvataje a bancos), financiados eventualmente con “planes de rescate” por parte del FMI y la Unión Europea (en definitiva, los contribuyentes alemanes, holandeses y demás), e imponiendo inmediatamente los archiconocidos planes de ajuste y austeridad, con sus consabidos efectos de desempleo, pobreza y empeoramiento en las condiciones de vida (y el auge de la extrema derecha). Lógicamente, el tamaño de la deuda asumido por países como Grecia las tornaban incobrables, pero las ineludibles reestructuraciones de deuda (y las correspondientes pérdidas para los acreedores) fueron demoradas hasta tanto los bancos alemanes (y los franceses también) se deshicieran de los bonos griegos, chipriotas, españoles, italianos y portugueses.

La periferia, entonces, entró en una depresión económica. ¿Qué ha pasado con Alemania? Por un lado, los grandes bancos, protegidos contra los dramas de la periferia, se desentendieron de ella y se dedican a financiar un boom de la construcción en Alemania y a especular (muy riesgosamente) en el mercado financiero estadounidense. Asimismo, el sector manufacturero alemán, mucho más tecnificado, diverso y sólido, consiguió diversificar su clientela, exportando bienes de capital y bienes de consumo de lujo no sólo a los deprimidos mercados europeos, sino también a los crecientes mercados chinos, rusos, indios y coreanos, entre otros, lo que le permitió crecer aun en un contexto europeo recesivo, tanto a las grandes como a las pequeñas y medianas empresas. Pero como siguieron teniendo una importante clientela en el sur de Europa, surgieron conflictos entre las posturas de las grandes compañías y los bancos, que eventualmente se saldaron a favor de los primeros, quienes todavía defienden al euro. ¿Cuáles son las objeciones de los grandes bancos alemanes?

La clave está en la relación entre los estados nacionales y sus sistemas bancarios. Los estados nacionales, endeudados por la recesión económica, siguen siendo el último soporte de sus frágiles sistemas bancarios, dando lugar a un círculo vicioso entre endeudamiento público y fragilidad financiera, particularmente en la periferia europea. Para romper ese círculo, la Eurozona avanzó en el diseño de una unión bancaria, que implica regulaciones comunes para todos los sistemas bancarios, así como un fondo paneuropeo para eventuales rescates, involucrando a accionistas y acreedores de los bancos, pero sin mayor endeudamiento público. El sistema bancario alemán cuenta actualmente con regulaciones más suaves que las que entrarían a regir con la unión bancaria, tanto en los bancos pequeños o cajas de ahorro (Sparkassen, una elogiable red de bancos chicos ligada a las pequeñas y medianas industrias), como bancos provinciales (gestionados escandalosamente) y bancos de actividad global. Asimismo, ese círculo vicioso entre deuda pública y fragilidad bancaria le ha dado una ventaja competitiva frente a los demás bancos de la Eurozona, que no están dispuestos a perder.

No es que la periferia pueda esperar algún gesto de buena voluntad por parte de Alemania. No hay voluntad política para implementar las políticas que solucionarían la crisis, y las posturas varían entre un sostenido apoyo a los paquetes de ajuste y estancamiento de la periferia y un desinterés total por su destino.

* Doctor en Economía. Universidad Tecnológica de Delft-Holanda.

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