CONTRATAPA

Difundir la violación

 Por Eva Giberti

Es posible celebrar la veloz y eficaz reacción que la comunidad, en especial los medios de comunicación, produjo con motivo de las declaraciones de un cantante rockero que “bajó línea” en relación con la violación de mujeres. De su inmundicia –el texto fue nutrido con condimentos psicopatológicos– cabe mencionar como detalle el haber utilizado la cátedra de una Escuela de Periodismo para expresarse. Pero en este oportunidad el texto aberrante –que sin duda comparten innumerables varones– tuvo su correlato fecundo: la comunidad se mostró sensible y encendió la alarma. Lo cual conduce a reflexionar acerca de la dimensión antagónica de lo que habitualmente sucede: la insensibilidad y acostumbramiento de las poblaciones ante los horrores que los medios fotografían, exponen y describen cada día, así como ante las expresiones de autoridades que vulneran los derechos de las mujeres utilizando su lugar de poder. La brutalidad de las expresiones que utilizó este cantante coloca en superficie el horror que se siente ante las historias de violación, a pesar de su cotidiana aparición.

El acostumbramiento a lo que constituye el horror puede tambalear sin embargo cuando se fotografía el cadáver de un niño sirio, Aylan Kurdi, recogido en una playa turca; entonces la sensibilidad doméstica se altera; pero hizo falta esa escena que mostró cómo las olas depositaban el cuerpito en la arena. Mientras tanto miles de refugiados son perseguidos y otros tantos mueren ahogados a veces despertando lejana indignación y también rechazos porque: “no corresponde que inunden los países de otra gente”.

Inútil enunciar escenas horrorosas que denuncian el hambre en el mundo, porque resultaría interminable. Aquello que es preciso poner en evidencia es el acostumbramiento al espanto de aquellos desastres que convocan a millares de víctimas, entre ellas las catástrofes por doquier y las víctimas de episodios sangrientos. Todo mostrado cotidianamente de forma tal que la sensibilidad queda atorada; entonces empezamos a descubrir que la insensibilidad, precisa recurrir al mecanismo de la negación para no reconocer el horror que impide asumir lo que se está viendo o escuchando. De este modo, gracias a la insensibilidad se pierde la posibilidad de reflexión mental y el significado simbólico de aquello que se presencia o se conoce. Insensibilidad que no es ajena al consumo de sustancias “tranquilizantes”, “equilibrantes” y estimulantes que se ha disparado en el mundo occidental, una de cuyas funciones reside en impedir que determinadas emociones rocen la sensibilidad personal, asociada fuertemente con los pensamientos, conclusiones y reacciones de índole moral que podemos poner en juego.

Stanley Kohen habla de la fatiga de la compasión y se pregunta si “¿estamos hablando de una reacción frente a una crisis particular o de una disminución más general de la sensibilidad moral?” Introduce la idea de compasión como una vivencia que debe ser aprendida y enseñada y que al mismo tiempo podría ser una reacción “natural” ante determinadas situaciones desencadenada por el sufrimiento de los otros.

Los sufrimientos que ordenan los paisajes cotidianos mediatizados y que se repiten de manera intrascendente coadyuvan en la insensibilidad y el vacío de compasión pero en realidad no alcanzarían para la respuesta visceral de cada quien; precisan la convivencia con situaciones dolorosas que se resuelven pensando “siempre ha sido así”. El imaginario social está poblado de estas frases que justifican la negación del sufrimiento de otros, y, en oportunidades, como lo protagonizó ese cantante de rock, apelando a la posible histeria de alguna mujer que “precisaría” la violación. Cualquier argumento histórico o pretendidamente psicológico para recurrir al mecanismo de negación que nos conduce al embrutecimiento de los sentidos y a la pérdida de la capacidad simbólica que ayuda a pensar: ¿qué les sucede a esas personas que son victimizadas y su historia nos sirve como espectáculo?

Cuando celebro la reacción comunitaria en este caso de atropello divista (en boca de un cantante considerado divo) lo hago como contraejemplo de la insensibilidad mental que se patentiza cada día ante los cuadros dolorosos que podrían comprometernos y no obstante son recibidos mediante el mecanismo de la negación. Más aún celebro que no se haya formado –todavía– un club de varones dedicado a localizar mujeres histéricas para violarlas. Porque podrían ser innumerables aquellos que se mantuviesen ajenos a esta celebración y mantuviesen la insensibilidad cotidianamente adquirida y el embrutecimiento que los desplantes morales inducen.

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