CONTRATAPA

Homo Comment

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Hay días en que Rodríguez tiene que atarse los dedos para no comentar algo a los pies de noticias de salida o de entradas de blog. Comentar sobre la renovada verdad de que la gente miente cuando le preguntan en encuestas qué va a votar en plebiscitos; sobre el ocaso de los dioses (la muerte de Mr Santander y de Mr Corte Inglés y lo que debe pensar por estos días Mr Zara); sobre los menos de Mas; sobre la “gran idea” de poner a concursar a desahuciados dentro de la casa del nuevo Gran Hermano; sobre el por fin finalizado, luego de veinte años, retrato del hiperrealista Antonio López que ya no se llama La familia real (algo ya abstracto y desfigurativo) sino La familia de Juan Carlos I (más campechano y naïf); sobre el clip con “inmersión total” al culo de Jennifer Lopez cantando como el culo. Pero mejor no, se dice Rodríguez. Porque no quiere contaminar, porque ya hay mucho ahí, anónimo o anémico, seudónimo o psicótico, tecleado y tecleante.

El sueño de la razón produce comments.

DOS Pero Rodríguez lee algo en un blog que lo lleva casi hasta a las lágrimas. Es una entrada en el blog del escritor español Sergio del Molino (Madrid, 1979) de quien Rodríguez leyó no hace mucho La hora violeta (y todavía está temblando de emoción) y del que pronto leerá Lo que a nadie le importa (Literatura Random House). De ahí que, como en aquel Batman televisivo y pop y onomatopéyico de su infancia, Del Molino (Kapow! Clunk! Zlonk! Eee-Yow!) aparezca aquí y ahora, hoy, no como villano invitado sino como paladín invitado. Lo que firma allí y ahora aquí Del Molino se titula “Guía para comentaristas ofendidos y mojigatos”. Y –disponga de las páginas y pantallas, Sergio– dice así:

TRES Ante el tedio y la vergüenza ajena que producen muchos tuits y comentarios enfurecidos en Facebook, en periódicos y blogs, y con la esperanza de contribuir a un Internet más silencioso y confortable, he dedicado unos minutos de mi asueto agostil a elaborar estas someras indicaciones.

1. Asegúrate de haber entendido bien el texto que te enfada. Lee con atención, hasta el final. Vuelve a leerlo bisbiseando, concentrado, como hacía tu abuela con el Pronto. No desistas hasta que tengas la certeza completa de que has comprendido bien cada una de sus frases.

2. Una vez que estés seguro de que tienes la suficiente capacidad de comprensión lectora para entender el texto enunciado, prueba ahora a repasar todos sus aspectos connotativos. Es necesario que dispongas de un ligero conocimiento de las principales figuras retóricas y que los conceptos de ironía, parodia y doble sentido no te sean extraños. Haz el esfuerzo de elucidar si el autor plantea las cosas que te molestan en serio o en sentido figurado.

3. Ten en cuenta en todo momento que lo que el autor dice puede no coincidir con lo que tú crees que dice. En caso de duda, la interpretación correcta siempre será la contraria a la que motiva tu ofensa. De nuevo, un buen bachillerato ayuda a evitar comentarios estúpidos.

4. Superados todos estos puntos, si aún te sientes ofendido y escandalizado por el texto en cuestión, evalúa en qué grado te amenaza o hiere. ¿Se refiere a ti directamente? ¿Hay elementos en el texto que coarten tu libertad de acción u omisión? Ten en cuenta que el insulto es siempre personal: sentirse insultado genéricamente es propio de estúpidos. Y sentirse aludido sin que medie mención o señalamiento es propio de paranoicos. Pregúntate: ¿soy un estúpido o un paranoico?

5. Si la respuesta a esa pregunta es no, probablemente, el sentimiento de ofensa se habrá diluido ya. Si no es así, empezará a estar en entredicho. Puede que a estas alturas te estés preguntando: ¿me estaré enfadando por una gilipollez que ni me va ni me viene? La respuesta correcta en el ciento por ciento de los casos es sí.

6. La obstinación, no obstante, es una emoción poderosa (obviamente obstinada), así que incluso con esas convicciones en tu fuero interno, puedes decidir seguir adelante con tu cabreo y expresarlo. Adelante. Nihil obstat, imprimatur.

7. En este punto puedes decidir adoptar dos actitudes:

a) la del mongolo cabestro, gritón y anónimo.

b) la del polemista con ánimo de discutir.

Sabemos que la actitud a) tiene mucho éxito y que la b) implica un esfuerzo y unas capacidades sutiles que no están al alcance de todo el mundo, mientras que berrear y cocear son manifestaciones muy democráticas que cualquiera puede ejercer con igualdad de oportunidades. Sin embargo, yo recomiendo encarecidamente la opción b) porque creo que el mundo (e Internet) es mejor cuanto más se parece a una tertulia del Reform Club.

8. Puedes comentar desde el anonimato, como tanta y tanta gente. Aunque yo no la entienda, estoy seguro de que alguna razón sensata habrá para no dar la cara y escribir como un cobarde de mierda. Pero, independientemente del nombre que uses, asegúrate de que lo que comentas en Internet puedas defenderlo también en un bar o en cualquier otro foro público. Una opinión es la expresión de un pensamiento, no el pensamiento en bruto. Es decir: una opinión tiene una dimensión social absoluta. En un país donde la policía política no te va a sacar a golpes de tu casa y donde el vecino no te va recibir a trabucazos, no se justifica el ocultamiento del emisor: de una opinión importa tanto su contenido como quien la pronuncia, pues la opinión proyecta una imagen del sujeto opinante. ¿Cómo quieres que te veamos? Opina de esa forma. Si quieres que te veamos como un nazi chungo y lobotomizado, opina como un nazi chungo y lobotomizado. No te ocultes, no uses un nick para mostrarnos tu naturaleza nazi y lobotomizada para luego vestirte de domingo y darnos los buenos días, por favor y gracias cuando usas tu carita y tu nombre.

9. Siguiendo con lo anterior: las opiniones son respetables, lo que no quiere decir que no sean refutables. Discutir una opinión es la mejor forma de respetarla, así que aludir a la respetabilidad de las opiniones para cerrar una discusión es torpe y ridículo. Pero sólo las opiniones son respetables. Los exabruptos anónimos no son opiniones: los insultos, amenazas, coacciones y berridos no tienen carácter opinativo, por lo que no se someten a su régimen.

10. Respeta la ortografía. Escribir con corrección un idioma es una muestra de respeto, pero no para con el idioma, que es una convención abstracta que no necesita respetos, sino para con quien hablas. Escribir con faltas de ortografía es como hablar escupiendo o como tirarse pedos en un restaurante o como cagar en la mesa de una oficina o como enseñar los genitales en un parque infantil a la hora de salida del colegio. Es una grosería y una obscenidad. Si te diriges por escrito a alguien, por muy enfadado y ofendido que estés, hazlo con sus tildes y sus haches bien puestas. Es fácil: recuerda que lo aprendiste en el colegio.

CUATRO Gracias, Sergio. Ahora pásenlo y difúndanlo. Ahora apréndanlo y enséñenlo. Ahora coméntenlo como mejor les parezca.

En cualquier caso, ya saben cómo se hace –cómo se hace bien y con educación e inteligencia– eso de comentar.

Y –Plaf! Slap! Ouch!– nada más que añadir, piensa Rodríguez.

Está todo dicho.

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