AJEDREZ › DIáLOGO CON LEONTXO GARCíA, UNO DE LOS PRINCIPALES DIFUSORES DEL AJEDREZ EN EL MUNDO

“Los argumentos para atraer a la gente son imbatibles”

Se proyectó a la fama por su premiada cobertura del match Karpov vs. Kasparov de 1985 en Moscú. Su trayectoria de más de tres décadas incluye exitosos ciclos televisivos como La pasión del ajedrez y su habitual columna en el diario El País, de España.

 Por Pablo Mocca

–Usted es uno de los principales difusores del ajedrez a nivel mundial. ¿Cómo definiría su trabajo?

–Considero que soy un privilegiado que hace tres de las cosas que más le gustan en la vida: el periodismo, los viajes y el ajedrez. No sé en qué orden exactamente, pero amo las tres cosas a la vez y además me pagan por hacerlo. ¿Cómo puedo quejarme?

–¿Alguien desempeñó una tarea como la suya anteriormente?

–He conocido a varios ajedrecistas que acabaron siendo también periodistas. El primero que tuvo una columna de ajedrez diaria en El País fue el argentino Héctor kuperman y fue uno de mis maestros. Fue uno de los poquísimos periódicos del mundo, si no el único, donde ha habido ajedrez siempre, cada día, desde que salió a la calle. Actualmente, hay una media docena de periodistas de diversos países que tienen un nivel de dedicación al periodismo de ajedrez tan intenso como el mío, con quienes nos vemos en los grandes torneos. Pasa que no llevan treinta y tres años de periodistas, ¿no?

–¿Cómo fue que su trabajo pudo ser tan reconocido a nivel internacional?

–Fue una mezcla de suerte y valentía. Cuando estaba por empezar el segundo duelo entre Karpov y Kasparov, en Moscú, tuve una especie de revelación. Agarré mi coche y me fui manejando desde Irún, mi ciudad, hasta Amsterdam, porque sabía que Karpov estaría jugando allí un torneo que le servía de preparación para el match. Hablé con él diez minutos y, con esa charla y lo que ya sabía sobre Karpov y Kasparov, fabriqué un reportaje y se lo mandé al redactor jefe de deportes de El País. El reportaje gustó mucho, pero la cotización del rublo hacía imposible que el periódico pudiera mantenerme alojado en Moscú durante dos meses y medio para cubrir el evento. Y allí intervino la suerte: había olvidado que había pedido al gobierno vasco una subvención para estudiar el sistema soviético de popularización del ajedrez para después adaptarlo e implementarlo y entonces recibí una carta en la que me otorgaban la mitad de esa ayuda económica.

–Para ese momento ya había hecho la transición de ajedrecista profesional a su nueva vocación...

–Exacto. Ese cambio fue en 1983, cuando fui enviado especial del diario vasco Deia a las semifinales de candidatos Kasparov-Korchnoi y Smyslov-Ribli, en Londres. Siempre me había gustado la comunicación y ya hacía algunos años que publicaba en la revista Jaque las crónicas de los torneos en los que jugaba. Cuando escribí por primera vez para un periódico sentí una vocación tremenda por el periodismo y decidí que eso era lo mío. Yo ya tenía el título de maestro FIDE y dos normas de maestro internacional. Mi trayectoria de resultados decía que iba a tardar poco en conseguir el título, pero lo dejé todo y me concentré en el periodismo.

–¿Se arrepintió alguna vez de no haber continuado como ajedrecista?

–Nunca. La vida de un jugador de ajedrez, si quieres ser profesional y quieres ser bueno, aunque te guste mucho, es realmente poco gratificante. Como desde el año 2004 tengo esa columna diaria en El País, digamos que mi síndrome de abstinencia está más o menos cubierto, porque cada día tengo que ver bastantes partidas y luego analizar a fondo una que elija. Es mucho más cómodo criticar a los mejores jugadores del mundo que sufrir yo las derrotas.

–No existe una escuela que prepare a uno para ser difusor del ajedrez. ¿Parte de la formación en su oficio fue aprender y corregir errores?

–Aprendí muy rápido. Hacer periodismo de ajedrez es hacer periodismo, con mayúsculas, aplicado al ajedrez. Entonces estudié el libro de estilo de El País como si fuera la Biblia para un gran creyente, me lo aprendí de memoria. Aun así cometía errores, uno de ellos fue quizás el más rentable de mi vida. Creo que fue en Moscú 1985. La transmisión que hacía de las partidas del match eran por télex, las comunicaciones telefónicas eran muy malas y los servicios secretos de la KGB tenían intervenidos todos los aparatos de los corresponsales extranjeros. Se tardaba mucho y se estaba muy expuesto al error. Así fue que un día envío una nota titulada “Karpov y Kasparov firman una obra de arte” en la que un error mío hacía irreproducible el desarrollo de la partida de mi crónica. A la mañana siguiente en la redacción estaban todos los teléfonos sonando de lectores enfadadísimos. El redactor jefe y los jefes del periódico supieron entonces que había un montón de lectores y decidieron aumentarme el espacio para mis crónicas y mis honorarios.

–¿Dónde está la responsabilidad de que otros medios no tomen este ejemplo y le den más protagonismo al ajedrez?

–Un tercio es de los medios, donde la neurosis hace que para un periodista ocuparse del fútbol sea mucho más cómodo que empezar a pensar cómo puede cubrir bien el ajedrez. Pero la mayor responsabilidad es de los ajedrecistas: son endogámicos, miran mucho hacia adentro, están en muchos casos obsesionados con el Elo, las aperturas, la próxima partida... ¿Cuántas federaciones del mundo tienen al menos una persona en su junta directiva que se dedique a mirar hacia afuera? ¿Que su labor sea relaciones con la prensa, patrocinadores, directores de colegios, mercadotecnia? Los argumentos que tenemos para atraer a la sociedad hacia el ajedrez son simplemente imbatibles.

–¿Cuáles son?

–Hay estudios científicos que demuestran que los niños que juegan al ajedrez desarrollan su inteligencia, incluyendo la emocional, y además aumentan su rendimiento académico. Mis tres pasiones son ya en realidad cuatro. La más gratificante de ellas quizás es promover las virtudes pedagógicas del ajedrez. Y no hablo de que los niños jueguen al ajedrez en un colegio, que de por sí ya es formativo y muy bueno, sino de utilizar el ajedrez como herramienta para enseñar a pensar, a transmitir valores. Si tenemos pruebas científicas y experiencias en los cinco continentes durante un siglo que demuestran que es una herramienta educativa pero también social e incluso terapéutica de primer nivel, es obvio que merece la atención y el apoyo de cualquier tipo de gobierno, sea de la ideología que fuere. Y el futuro del ajedrez deportivo también depende del éxito del ajedrez educativo. Supongamos que todos los niños argentinos estuvieran alfabetizados en ajedrez. Quizás un 5 por ciento luego decida ser jugador de ajedrez federado, con lo que ya tendríamos muchos más jugadores que ahora. Pero lo más importante sería el otro 95 por ciento. Aunque no vuelvan a tocar un tablero, se habrían quedado con una imagen positiva del ajedrez. Muchos acabarían convirtiéndose en padres de familia y algunos en alcaldes, en directores de colegio, en directores de periódicos, en directores de mercadotecnia de una empresa, personas con responsabilidades e influencia en la sociedad. Y por tanto, conseguir patrocinios sería mucho más fácil y el número de aficionados y de simpatizantes sería incluso mayor.

–Se cumple un año de la aprobación de aquella votación del Parlamento español en apoyo al ajedrez.

–Yo hablo con orgullo del milagro del 11 de febrero de 2015. En España que todos los partidos políticos se pongan de acuerdo en algo es un milagro, y ese algo ha sido el ajedrez. Porque los argumentos que dieron eran absolutamente irrefutables y entonces, con independencia de la ideología política, votaron todos a favor.

–¿Por qué cree que persiste en cierto imaginario colectivo la fama de juego aburrido, destinado a intelectuales?

–Imaginemos que a un ciudadano cualquiera le ofrecemos ver en directo de dos jugadores disputando una partida de ritmo lento en un torneo de elite, sin comentarios ni nada. Ahora pensemos en alguien que está alfabetizado en ajedrez, que la partida tiene comentaristas que saben convertir la retransmisión de ajedrez en algo ameno, interesante y van mezclando las cuestiones técnicas de ajedrez con otras muchas cosas de la ciencia, el arte, primeros planos de la tensión enorme que hay en esas caras, apuros de tiempo. Tiene que haber una relación de vasos comunicantes entre la base y los ídolos, los profesionales. Pero si el ajedrez es algo minoritario y silencioso, escondido en catacumbas, la gente dirá “pero... estos tíos que se dedican a mover madera ahí, ¿quieren vivir de eso y pretenden reivindicaciones laborales y profesionales? ¿Pero por qué?”. ¡Caramba, se lo preguntan porque nadie se los ha explicado!

–¿Qué opinión tiene del ajedrez en Argentina?

–Argentina es un país muy especial en mi vida y muchos argentinos son importantes para mí. Cuando hay problemas políticos o sociales o económicos, sufro. Junto a España es de los países de habla hispana que más están desarrollando las virtudes del ajedrez. Es uno de los países del mundo donde tienen más raigambre social. Gracias al Tratado General de Ajedrez de Roberto Grau pasé de ser un absoluto principiante a ser campeón de Guipúzcoa, que es mi provincia en el país vasco, en cosa de dos años. Y uno de los grandes privilegios de mi vida fue presentar el último acto público de Miguel Najdorf una semana antes de que él muriese, en Málaga. Yo estaba en el escenario con Kasparov, que al ver que Najdorf iba a subir por las escaleras vino corriendo, lo agarró por los dos brazos, lo subió al escenario y le dio un abrazo, en un gesto que demuestra la enorme admiración que sentía por Miguel. En cuanto a jugadores actuales, he analizado varias partidas de Alan Pichot, algunas publicadas en mi columna, y me parece que tiene un talento muy grande. Y no quiero dejar de mencionar a todos mis compañeros argentinos en el grupo de exponentes de la Fundación Kasparov: Jaureguiberry, Alejandro Oliva, Esteban Jaureguizar, Marina Rizzo, Erni Vogel y Elisabet Riart, que estuvieron también conmigo en la última gira que hicimos por México y Panamá.

–¿Qué puede contarnos de la actualidad de la fundación?

–Estoy sumamente orgulloso de lo que hemos hecho en la Fundación Kasparov para Iberoamérica. Hemos formado a 6600 docentes mexicanos y a 400 en Panamá. Pero no nos limitamos a la formación de docentes. Por ejemplo, di conferencias a novecientos presos en la cárcel de máxima seguridad más importante de México, donde está el Chapo Guzmán y los más importantes capos del narcotráfico, asesinos, secuestradores y pandilleros. Las dos ideas principales que desarrollé son que el ajedrez enseña a pensar en las consecuencias de lo que vas a hacer antes de hacerlo y que cada hora que pasas jugando al ajedrez dentro de la prisión pasa mucho más rápido que cualquier otra hora.

–¿Cómo ve el futuro de la elite? ¿Por qué no aparece un rival clásico para Carlsen?

–Quienes hemos nacido en la segunda mitad del siglo veinte hemos sido unos privilegiados. Hemos disfrutado prácticamente en forma consecutiva de varias de las rivalidades más apasionantes de la historia del ajedrez. Fischer-Spassky, luego Karpov-Korchnoi y luego Karpov-Kasparov. En los tres casos con factores absolutamente extradeportivos que añadieron mucho interés a esos a esas rivalidades. Es muy difícil que se vuelva a producir una rivalidad así. El principal problema que puede tener Carlsen es la falta de motivación. A veces noto que se aburre un poco ahí arriba. Si él juega como sabe, no creo que ninguna de las jóvenes estrellas actuales pueda destronarlo al menos este año. Sí estoy muy impresionado por Yi Wei, este muchacho chino de 16 años. Su trayectoria además es muy similar en cuanto a brillantez de resultados a la de Carlsen a la misma edad y creo que él sí puede ser capaz de destronar a Carlsen pero en dos o cuatro años.

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