El sol violáceo anidaba supuraciones que caían hacia una población nefasta. Nefasta en su concepción de conservadurismo y entrega de la voluntad, esa que nos hace seres libres pensantes. Los hechizos del poder intocable se mecían entre la saturación de lo anhelado. Aquello que se espera de una vida efímera, donde existir ya es una pulsión constante hacia un destino andrajoso que aun no sabemos como sucederá.

Tragando hongos venenosos, simulaba un viaje que trascurría adentro de un colectivo lleno de jubiladas en busca de una eternidad bancaria sostenible. No quería descifrar que los hongos lo estaban matando dia a dia. Tenuemente sus ojos se iban apagando hacia una oscuridad funesta.

La habilidad que lo había destacado en su labor social ya no se veía. Los deseos de conocer Mongolia y cabalgar sobre aquellas mesetas desérticas estaba caducado en su mente. La sed verdadera que había descubierto en un viaje al Cuzco, nunca volvió a generarle el deseo de una satisfacción tan propia como exótica.

Se iba apagando como una vela consumiéndose hasta desfallecer. ¿Acaso no se trata de esto vivir? Consumirse hasta esfumarse de la memoria de la raza humana.

Sin aliento y con las manos lastimadas de tanto gemir suplicios, aun veía el circo que había llegado a su patria. No eran habitantes de la troupe animales, solo personas que destilaban roles diversos. Ya no estaba el Oso, que ideó Moris, escapándose al bosque. El circo estaba habitado por payasos tristes. Trapecistas con varias redes de contención. Malabarista camuflados en disfraces varios que realizaban el mismo acto desde hacia años.

Lo extraño era que la gente que estaba en las butacas no se cansaba de ver los mismos actos durante años con el mismo resultado. No esperaban ninguna sorpresa. Como por ejemplo, que se escapase un león hambriento de una jaula imaginaria y se devorase a algún miembro de la troupe.

La sangre siempre será determinante en algunas situaciones tan dramáticas como está sucediendo aquí y ahora. Como aquella promesa en el madero en cruz, vacío de un espíritu rebelde y con un cuerpo inerte ultrajado atrozmente. El devenir de nuestro tiempo nunca será un equilibrado trapecio donde haya seguridad y armonia. Siempre estaremos pendulando entre lo represivo y la libertad, que solo encontrarás bien hondo, donde habita lo propio trascendente.

Osvaldo S. Marrochi