¿En qué se parecen la así llamada “estrategia de comunicación” de LLA y la denuncia de adoctrinamiento en la educación pública? Spoiler: en que ambas se sostienen en un marco conceptual equivocado. Por un lado, la cuestión de la unidireccionalidad de un mensaje (de arriba hacia abajo); por el otro, el tema de la preponderancia del contenido sobre la forma; y más aún, la ausencia de ponderación del nivel contextual en las interpretaciones.

Hace pocos días Jaime Durán Barba señaló que la comunicación estratégica del primer mandatario es “brillante” porque, dijo, mantiene “todo el tiempo la iniciativa” y esto le permitiría marcar la agenda. Esta apreciación, y su calificación de “brillante”, no toma en cuenta que la comunicación excede con creces la emisión de un mensaje, que su recorrido no acaba allí sino que se enlaza (de modos no controlables) con las acciones de los otres (en este caso el gobierno) y las consecuencias de ellas que impactan en la vida cotidiana. 

Para ilustrarlo con un ejemplo: sacarle a las provincias las cajas jubilatorias, el Fonid o el fondo compensador al transporte también es comunicación, se publique o no en X. El puro contenido “verbal” no es comunicación, es más bien un parloteo. Pensemos en el “comité de crisis” de hace poco más de diez días, cuando estábamos en el umbral de una “tercera guerra mundial”: ¿qué pasó con eso? Nada. Entonces, la cuestión es que cuando este parloteo es impugnado a través de los actos, el encontronazo es igual o tanto más efectivo y contundente que la “brillante” comunicación estratégica de la que habla Durán Barba.

El esquema del consultor ecuatoriano se parece mucho al del tubo shannoniano, un modelo basado en el conductismo en el cual, muy esquemáticamente, se analiza el proceso en el cual un mensaje va del punto A al punto B. Y si bien se admite la obviedad de que un mensaje posee múltiples sentidos, la capacidad de que el destinatario reponga el significado “exitosamente”, dependerá de que comparta el mismo código con el emisor. Es dable conceder que este modelo, creado para las comunicaciones bélicas a fines de los ‘40, ha sido superado por teorías que integran el papel de la interpretación de los sujetos que consumen esos mensajes. Sin embargo, es notable cómo la opinión de Durán Barba se condice con los postulados shannonianos, desconociendo el hecho de que mantener la iniciativa en la agenda no garantiza de ningún modo el “éxito” previsto en los mensajes, atados como están a la interpretación de los comunes. Dicho en otras palabras: de “brillante” su apreciación no tiene nada, más aún cuando en el día a día la plata no alcanza, la “casta” se aumenta los sueldos o los pacientes oncológicos se mueren por falta de ayuda estatal, por nombrar solo un par de penurias que estamos padeciendo.

Y vaya si el modelo descripto no se parece a la denuncia de “adoctrinamiento” que viene propalando Milei desde hace semanas. Porque supone la unidireccional de una emisión que caería en sacos vacíos, algo muy alejado de los marcos conceptuales de la educación contemporánea en todos los niveles, incluida el universitario. Lo que además conlleva una cuestión puramente contenidista de trasvasamiento acrítico, es decir, de negación del destinatario. Porque acarrea la pretensión de que una persona en posiciones de poder pueda escribir indeleblemente en hojas vírgenes. Imposible. No existen las páginas en blanco.

En suma, tanto en el tema de la “brillante” estrategia duranbarbiana como en el del supuesto adoctrinamiento, concurren los mismos principios: unidireccionalidad, contenidismo y negación del otro como productor de saberes. Bajar contenidos es solo propalación, no es comunicación. El cómo, la textura y la forma, así como el nivel meta, el contexto y principalmente las condiciones de recepción y de interpretación ciudadana, todo eso está implicado en la comunicación. El resto es pura espuma. O también, ¿y por qué no?, ingenuidad política.

* Doctora en Ciencias Sociales, docente UNSAM-UBA