Mientras la crisis que se vive en Medio Oriente entre Israel e Irán detona una alarmante crisis, de proporciones incalculables, una serie de movimientos tectónicos desencadenados desde Ucrania vuelve a situar a Rusia como el principal contendiente a derrotar por parte de los gobiernos de la OTAN.

El punto límite fue la retirada ucraniana de la estratégica ciudad de Avdiika en el pasado mes de febrero. Según el presidente Volodímir Zelenski, la decisión fue adoptada ante la falta de municiones para enfrentar con éxito al asedio militar ruso.

La Alianza Atlántica aceptó parte de la responsabilidad por las cada vez más escasas entregas de recursos militares a Ucrania. Pero, sorpresivamente, fue desde la República Checa que surgió una propuesta concreta para remediar esta situación: la compra de balas y proyectiles fuera de Europa para la utilización exclusiva de los ejércitos ucranianos.

El pasado de Chequia como satélite soviético, cuando integraba la ya desaparecida Checoslovaquia, benefició al país ampliamente al brindarle amplios contactos internacionales. Asimismo, su industria armamentista le posibilitó buenas relaciones con muchas naciones del Sur Global que todavía mantienen reservas de armas de la era soviética o que pueden aumentar su producción en función de necesidades externas. En tanto que su amplia vinculación con Ucrania en su común sentimiento antirruso constituye un factor de enorme importancia política y logística.

La iniciativa fue presentada por el primer ministro checo, Petr Fiala, en la cumbre de la Unión Europea realizada a principios de febrero. A mediados de ese mismo mes fue compartida en la Conferencia de Seguridad de Múnich, donde se estableció la compra de 800 mil proyectiles en terceros países: medio millón de calibres de 155 milímetros y 300 mil más de 122 milímetros.

Para la adquisición de este amplio número de balas, se estableció una inversión de más de 1.500 millones de dólares en tanto que, dentro de todo este proyecto internacional, la República Checa se reservó únicamente actuar como intermediario entre compradores y oferentes.

Desde la OTAN y la UE se ha respaldado públicamente la iniciativa checa. Alemania ha comprometido más de 500 millones de euros, convirtiéndose en el mayor aportante, de una lista que incluye a una veintena de países: Letonia, Lituania, Estonia, Bélgica, Finlandia, Portugal, Suecia, Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Luxemburgo, Islandia, Eslovenia, etc.

Bajo la conducción general de Tomáš Kopečný, representante del gobierno checo para la reconstrucción de Ucrania, distintos funcionarios y diplomáticos comenzaron a recorrer silenciosamente el mundo, cerrando acuerdos de ventas y negociando licencias de exportación con decenas de naciones con reservas o con capacidad de producción de municiones.

Hasta el momento, los nombres de los países dispuestos a cooperar con la iniciativa permanecen bajo absoluta reserva, si bien algunos medios occidentales deslizaron que podrían formar parte de este proyecto desde Corea del Sur a Turquía. Incluso Sudáfrica, con la que Rusia convive en el espacio de los BRICS. Todo vale para sembrar dudas y desconcierto en Moscú.

Para asegurar sus dotaciones de armamento y de municiones, la OTAN y la Unión Europea mantienen en silencio el nombre de sus proveedores. Más aun, luego de la fallida experiencia ocurrida hace un par de meses con Ecuador, cuyo gobierno estuvo dispuesto a entregar armas soviéticas y rusas a Estados Unidos con destino final a Ucrania, motivando que el Kremlin prohibiera la importación de bananas ecuatorianas. Una vez que toda esta trama fue expuesta, Quito se retiró del acuerdo para no afectar sus relaciones comerciales con Rusia.

El régimen de Zelenski festeja ahora el secretismo de toda esta operación como si se tratara de una auténtica “campaña de desinformación” la que sería coronada por la participación en las sombras de un gobierno que desde Moscú es considerado como un aliado. Las especulaciones, incentivadas especialmente desde Kiev, apuntan a países de la antigua órbita soviética, como Armenia, Azerbaiyán, Kazajstán y Turkmenistán. Pero también, a países del Sur Global como Egipto.

Más allá de las versiones y relatos creados desde Occidente para sumar confusión, resulta claro que el involucramiento creciente de naciones asiáticas, africanas y latinoamericanas en la provisión global de proyectiles apunta a reconfigurar la industria y el comercio internacional de armas.

No se trata ya de favorecer entregas de armamentos desde almacenes militares de un modo tradicional sino de establecer contratos comerciales a pedido, desde Europa y hacia cualquier lugar del mundo. Para los países del Sur Global, el sostenimiento de la causa ucraniana puede redundar en beneficios económicos a partir de la ampliación de la capacidad en su producción armamentista.

Uno de los mejores ejemplos lo brinda la propia República Checa, la que gracias al conflicto contra Rusia habría multiplicado por diez sus beneficios económicos provenientes del campo militar.

Toda esta iniciativa no es ajena a la realidad que se vive en Argentina, después de que Javier Milei le regalara a Zelenski dos helicópteros Mil Mi-17, de la compra de 24 aviones F-16 a Dinamarca y del reciente pedido de ingreso formal a la OTAN, como una nueva expresión del alineamiento ante Estados Unidos y la Unión Europea en la defensa militar de Ucrania contra Rusia.

Seguramente de todo esto se conversó durante la reciente visita del canciller Jan Lipaský a Buenos Aires entre el 10 y el 12 de abril, ocasión en la que el diplomático mantuvo una serie de reuniones con distintas autoridades del gobierno argentino para, según la información oficial de la embajada checa, mejorar las “oportunidades concretas de negocios” y de cooperación en defensa y seguridad.