Nació como cantata escénica, para cantantes solistas, coro y orquesta, con el subtítulo “Canciones profanas para ser cantadas, acompañadas de instrumentos e imágenes mágicas”. Por esas cosas de las grandes intuiciones y los golpes de talento combinados en el momento justo, Carmina Burana, la obra más celebrada del compositor alemán Carl Orff, desde hace años se ha convertido, también, en un clásico de la danza. En esa metamorfosis que puso a prueba la fibra de un clásico, mucho tiene que ver Mauricio Wainrot, el creador de la versión que el Ballet Real de Flandes estrenó en Bruselas en 1998. Hoy “la Carmina Burana de Wainrot” es una referencia y goza de plena vigencia. Al punto que con ella el Teatro Colón inaugurará la temporada 2024.

Desde el martes, hasta el miércoles 27, bajo la dirección general del mismo Wainrot –Victoria Balanza y Alexis Miranda serán sus asistentes en la reposición–, Carmina Burana pondrá en escena la producción del Auditorio Nacional del SODRE (Uruguay) con escenografía y vestuario en base al diseño original del recordado Carlos Gallardo.

Serán once funciones del atractivo menjunje de arcaísmo sensual y modernidad piadosa de Orff, que en esta oportunidad contará con la participación de cuatro de los cinco cuerpos estables del Teatro, además de solistas y directores invitados. El Ballet Estable dirigido por Mario Galizzi, el Coro Estable que conduce por Miguel Martínez, el Coro de Niños preparado por César Bustamante y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, que en esta oportunidad actuará bajo la dirección de Carlos Calleja –en las funciones del 23 y el 26 en su lugar estará Sebastiano de Filippi–, serán protagonistas, junto a las sopranos Laura Pisani y Laura Rizzo, los contratenores Martín Oro y Fernando Ursino y los barítonos Alfonso Mujica y Cristian Maldonado. Estarán también los primeros bailarines Federico Fernández y Juan Pablo Ledo y los solistas, Omar Urraspuro, Camila Bocca, Ayelén Sánchez, Dalmiro Artesiano, Jiva Velázquez, como parte de un notable elenco de bailarines.

Compuesta entre 1935 y 1936 y estrenada en Francfort en 1937, Carmina Burana se basa en una selección de páginas lo que hoy se conoce como el Codex Buranus, una colección de poemas goliardos medievales, reunidos en un manuscrito encontrado en Benediktbeuern, en Alemania, en el siglo XIX. Irreverentes en su estilo, críticos y licenciosos en su contenido, los poemas de aquellos muchachos iracundos y libertinos, que circulaban en los bordes de la formalidad social de la Edad Media –cuando todavía a nadie se le había ocurrido hablar de subconsciente–, abordan los temas del humano goce de vivir. El amor carnal, la maravilla de la naturaleza, la sátira hacia el clero y la nobleza –los siempre crugientes engranajes del poder– son algunos de los temas recurrentes del cancionero que el Orff articuló en un “Prólogo” –abierto por el famoso coro “O Fortuna”– y tres partes principales: “Primo Vere”, referida a la primavera; “En taberna”, con cantos tabernarios, y Cour d'amours, sobre el amor y sus secuencias, para cerrar con la advocación “O Fortuna” en un asomo de intención cíclica.

Además de la instrumentación, el uso de la percusión y el poder del estilo homofónico, buena parte de la fibra expresiva de Carmina Burana tiene que ver con la elección lingüística. Desde ahí se desprenden rasgos rítmicos y sentidos varios, que la música, aun en su relativa austeridad y su misión arcaizante, recoge con notable acierto. El latín, por entonces lengua franca en gran parte de Europa, aparece en la mayoría de las canciones, aunque no en su metro clásico. Hay también diferentes registros lingüísticos del alemán antiguo y un poco de francés arcaico, como en “Dies, nox, et omnia”, una canción melancólica sobre las cuitas del amor.

En su versión, Wainrot resignifica la idea de cantata y el rasgo poético de la obra, para concentrase en la imagen y el movimiento, acaso en sintonía con lo que sostenía el musicólogo alemán Hans Mayer, cuando decía que la música de Orff ofrece menos al oído que la ópera tradicional: “Más bien, la música de Carmina Burana involucra todos los sentidos; no es sólo música, sino también danza; no sólo melodía, sino también timbre; no sólo el canto, sino también el escenario y el teatro: es música en el sentido de musa que une todas las artes tal como las concibieron originalmente los antiguos griegos”, decía Mayer.

Director Artístico del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín de Buenos Aires durante más de 16 años, Wainrot fue entre 1991 y 2004 Coreógrafo Permanente del Royal Ballet de Flandes de Bélgica, además de Director Artístico y Coreógrafo Residente de Les Ballets Jazz de Montreal de Canadá, entre 1992 y 1994. Junto al escenógrafo y Artista Plástico Carlos Gallardo han creado más de 50 obras, representadas por compañías de danza y ballet en buena parte del mundo. A 25 años de su estreno, la versión coreográfica sobre una obra grandiosa en su concepción y variada en sus registros, mantiene intactos sus sentidos y es una muestra cabal del talento de un gran creador, capaz de escuchar los movimientos y coreografiar las imágenes para mejorar una obra que chapalea con cierta eficacia en el imaginario medieval.

Después de su estreno argentino en 1991, en el Teatro San Martín, la “Carmina Burana de Wainrot” pasó sucesivamente por el Luna Park, el Obelisco y el Parque Centenario. Con solistas, coro y orquesta en vivo se puso en escena en el Teatro del Bicentenario de San Juan en 2022 y ahora llega por primera vez al Teatro Colón para dar inicio a la temporada.