UNO Rodríguez se cruza con nuevo librito de Enrique Vila-Matas y, claro, el diminutivo se aplica sólo al número de páginas y no a la acostumbrada inmensidad de sus letras. Y hubo un tiempo en que Rodríguez quería ser Vila-Matas. Suplantarlo. Adoptar su vida y obra. Y, claro, con los años y la madurez se dijo que era mejor que Vila-Matas siguiese siendo Vila-Matas y, así, poder disfrutarlo desde lejos/cerca cuando en ocasiones se lo cruza en silencio su librería amiga o cuando siempre se lo encuentra y conversa con él leyéndolo. El nuevo Vila-Matas del Vila-Matas de siempre se titula Ocho entrevistas inventadas. Y es una recopilación de juvenilia del autor de Impostura y de Extraña forma de vida donde se reúnen las entrevistas falsas pero verdaderas que el autor publicó en sus inicios en la revista Fotogramas. Así, auténticas preguntas ciertas y certeras respuestas falsas pero ciertas de, entre otros y otras, Marlon Brando y Rudolf Nuréyev y Anthony Burguess y Cornelius Castoriadis.

Y, tal vez, de Patricia Highsmith.

DOS Y sí: Rodríguez -impostor también- llevó en su billetera durante años una foto de Patricia Highsmith (inusitadamente moderna para haber sido tomada y revelada en 1942, uno de sus ojos tapados por una cortina de pelo y el otro tan abierto que parece no tener párpado). Y la llevaba para mostrarla y engañar a sus amigos y amigas con un "Esta es mi novia, es argentina, es mi prima". Y, sí, la joven Highsmith era hermosa y se parecía a su prima Mirta. Y eran los primeros años '80s y Rodríguez leía las "aventuras" de Tom Ripley: asesino casi sin darse cuenta, trepador por las ramas de su propio árbol más frondoso que todo un bosque e impostor cum laude (y con aptitudes más que evidentes para la política entendida como el fuera de ley arte de la manipulación de la verdad). Y, claro, después Rodríguez siguió con todo lo de Highsmith (caracoles y gatos y mascotas indomesticables y trenes extraños y manías persecutorias y turismo complicado y su favorita entre sus novelas: El temblor de la falsificación). Y no: Highsmith no es una escritora "de género". Ella no es exactamente el policial ni el thriller ni el de las invocación a fondo del american psycho -anticipando al Stephen Rojack de Norman Mailer y al Patrick Bateman de Bret Easton Ellis- sino una mezcla de todo lo anterior. Y, claro, añadirle ese indispensable ingrediente secreto e irrepetible de ella misma, a quien se lee y se relee con partes justas de mueca y sonrisa. Una elegante perversión no exenta de humor retorcido y de la más honorable de las amoralidades. Y Patricia Highsmith --además de una gran escritora de novelas y relatos de Patricia Highsmith-- fue y es también un gran personaje de Patricia Highsmith.

TRES Y Rodríguez ya lo sabía a partir de algunas biografías ejecutando variaciones sobre aria insistente: la idea de una vampira y vampirizada, de una posesiva poseída con un mismo rostro contemplándose en el espejo deformante de la pupila de los demás a quienes manejar y reescribir.

Pero la verdad de la mentira o la mentira de la verdadera -destilada en más de 1200 páginas a partir del contenido de libretas y cuadernos redactados en varios idiomas y prolijamente almacenados en el fondo de un armario bajo sábanas como mortajas- está en sus Diarios y cuadernos 1941-1995.

Aquí, la batalla a muerte con su madre (quien intentó abortarla bebiendo aguarrás), las juveniles minutas de su agitada como cocktail vida social (pocas veces se ha escrito mejor y con más sentimiento lo que significa ser promesa incuestionable en la excitante Manhattan de los '40s y '50s mientras la joven Pat se despierta luego de noche larga y se toma una café y se vuelve a la cama preguntándose "quién seré hoy"), y la resentida y ya casi telegráfica y gélida/frígida misantropía alcohólica de crepuscular búnker suizo.

CUATRO Así, idas y vueltas de Highsmith por el mundo, sus euforias oscuras y sus extáticas depresiones, su cuestionable ideario político donde coinciden antisemitismo rabioso con adoración por Margaret T., su incansable y feroz y lupina cacería de amores y pasiones (y su crueldad misógina para con sus muchas y descartables amantes que acaso ha impedido su consagración como ícono LGTB) alternan con lo más interesante: el contenido de los cuadernos. Páginas donde se recopilan ideas y creencias y autoflagelaciones y las claves de su hacer y deshacer en sus ficciones. Y, ahí, la fórmula con la que su persona acaba resultando a partir del fundido de y con sus personajes.

Así, en este sentido, Diarios y cuadernos 1941-1995 es un libro muy Highsmith porque presenta una doble cara Jekyll/Hyde y de Bella/Bestia donde comulgan la práctica despiadada y las manipulaciones casi compulsivas en la no-ficción de un existencia sin pudor ni escrúpulos para salirse con la suya con la casi prusiana disciplina a la hora de tejer la tela de araña de sus ficciones.

Alguien que, el 21/6/41 apunta que "
Nunca he querido tanto escribir como quiero ahora. He pasado por un infierno de falsedad, lágrimas, negación, felicidad sintética, sueños, deseos y desilusión, de fachadas de belleza que escondían fealdad, de fachadas de fealdad que escondían belleza, de besos y de abrazos superficiales, de droga y huida. Así que quiero escribir. Tengo que escribir. Porque soy una nadadora que se esfuerza por mantenerse a flote en mitad de una inundación, y con la escritura busco una piedra en la que descansar. Y si mis pies no la encuentran, me hundo". Alguien quien, luego de las campanadas, el 31/12/47, alza su copa y proclama: "Mi brindis de Año Nuevo: por todos los demonios, lujurias, pasiones, codicias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos espectrales y reales, el ejército de recuerdos, con los que batallo; ojalá nunca me den tregua".

CINCO Y alguien a la que Vila-Matas -en la última de sus entrevista inventada, publicada en La Vanguardia en 1983- le arranca el miedo de sentirse acosada en Positano, en 1952, por quien, está segura, no puede sino ser en carne y hueso quien aún no es pero pronto será en tinta y papel Tom Ripley viniendo en su busca para ajustar cuentas y cuentos. Luego -en un giro muy highsmithiano- Rodríguez se entera de que esa entrevista a Highsmith es la única verdadera en el libro de Vila-Matas. Y que esa era un anécdota que la escritora -por superstición- jamás se atrevió a contar ni incluir en sus diarios y que recién la reveló en 1990, en un texto acerca de la creación de Ripley a partir de una/otra variación criminal de Los embajadores de Henry James. Más imposturas, sí.

Y después de ella y de ello, como despedida en Ocho entrevistas inventadas, un texto posterior de Vila-Matas, "Recuerdos inventados", en el cual el escritor español -maestro no del ser o no ser sino del ser otro para así poder ser más uno mismo que nunca- se prueba máscaras. Las de Tabucchi, Pitol, Borges, Drummond de Andrade, Pessoa, Mutis, Barthelme, Perec, Zapotek, Valery, las de un barman y de un marinero y de un amigo de Roberto Arlt, y la de la misma Muerte quien, finalmente no es la que todo lo tacha sino la que redacta e imprime la versión definitiva de ese boceto que, hasta entonces, es toda vida.

 

Vida inventada o impostora, siempre imaginada y, si hay suerte, imaginativa.