Con el macrismo triunfante (2015), se crea un triángulo entre comunicación, política y gestión que tiñe tanto la escena pública como los distintos dispositivos en que funcionan los medios audiovisuales y las redes sociales. Pero, ese intento de hacer coincidir las formas de alojar la democracia con el nuevo signo conservador comienza a encontrar límites. Y ese triángulo, que tenía en el vértice superior la comunicación en vez de la política, entra en crisis.

Por eso, Milei apuesta a diseñar su propio modelo comunicacional. Y no habría que omitir las subtramas que se juegan en cada sector. Esto más allá que, después del fracaso de la “ley ómnibus”, una relación más estrecha con Mauricio Macri lleve al presidente a transitar un camino más previsible,.

Milei aún se asemeja más a un menemismo resituado que a un PRO que añora jugar un segundo tiempo de un partido que ya finalizó hace rato.

Tanto Menem, en su momento, como Milei ahora, no se han preocupado por sostener su legitimidad de origen, porque ambos apuestan a sus modelos de gestión. Ante el límite, avanzan. Frente a los mismos obstáculos el macrismo retrocede.

También es cierto que tanto Menem como Milei son dos personajes que se ubican de un modo exterior al capital, aunque se subordinen a él, mientras que Macri es un elemento interior a su clase; una clase empresarial que precisamente se siente más cómoda llevándose la plata afuera o fugándola.

En la película “Brexit”, se preguntan qué consecuencias tuvo para los británicos la anexión entre Gran Bretaña y la Unión Europea. Y una de esas consecuencias fue el tener que privilegiar los astilleros alemanes y polacos sobre los ingleses. Entonces, la campaña anti Brexit fue salir a buscar qué había pasado con esas personas que fueron invisibilizadas, y armaron una especie de épica de los perjudicados, con sus resentimientos, nostalgias y desamparos.

Con mucha menos sofisticación Milei interpeló a actores similares y ahí entran desde los que hacen changas y perdieron hace décadas la condición de trabajadores formales hasta los rappi. En esa heterogeneidad barrial construye la diferencia. Esa es su fortaleza, pero también su debilidad. Macri es otra cosa, es el campo de la política tradicional, aunque se presente como la anti política.

También es interesante ver el lugar que ocupan las mujeres en cada uno de esos órdenes. María Eugenia Vidal, enfrentando a sindicalistas y organizaciones sociales. Karina, como la jefa de su espacio, definiendo quién entra y quién sale en cada momento. En la primera hay status quo previsible. En la segunda, radicalización. Milei contra Lali no parece ser la pelea que los manuales de conducción política aconsejen, pero es funcional para una propuesta que –como la suya- aumenta ostensiblemente la desigualdad social y que solo puede sostenerse en el tiempo rompiendo lazos sociales y generando indiferencia y desencanto en el conjunto de la población. No solo en lo macro sino en lo cotidiano. A eso apunta esta disputa.

¿Qué implicaría para el Palacio un mayor acercamiento entre el mileismo y el macrismo? ¿Podrán convivir dos narrativas que tienen distintas racionalidades? El peronismo nunca habló de igualdad sino de justicia social: un proyecto que funcionaba como intersección entre el colectivismo y la democracia liberal, con fuerte presencia del Estado ¿Cómo se leen esos términos en clave siglo XXI? Quizás éste sea el desafío más importante que tiene hoy el campo popular, incluso equiparable a la necesidad de enfrentar el DNU y la incipiente dolarización.

* Psicólogo. Magister en Planificación y Gestión de Procesos Comunicacionales