Esa música estridente que vuelve imposible toda conversación es una presencia. El conflicto está planteado desde un fuera de escena que será el componente narrativo determinante en el film Anatomía de una caída. Sandra (Sandra Hüller) es una reconocida escritora y disfruta ese mediodía en su casa de los alpes franceses de una conversación con una joven periodista que llegó hasta allí para entrevistarla. Pero todo se interrumpe cuando su esposo, que está instalado en el ático, interviene sobre la escena al poner la música tan fuerte que la joven periodista la sigue escuchando cuando se aleja en su auto por el paisaje desolado. El conflicto ya está declarado. No hay armonía en esa casa ni en esa pareja.

Justine Triet decide en esta película que puede verse en las salas de cine y cuenta con varias nominaciones al Oscar, hacer del manejo de la información un procedimiento que se enmarca en las características de los personajes. Daniel ( Milo Machado Graner) el hijo de 11 años de la pareja que sufre una disminución visual, regresa de una caminata con su perro cuando descubre el cuerpo de su padre muerto sobre la nieve. Intuye la tragedia por el comportamiento de su perro. La directora francesa siempre deja una parte de las situaciones por fuera de la escena, nunca tenemos el cuadro completo de la acción, siempre nos falta un momento para terminar de dilucidar si Samuel (Samuel Theis) se mató o fue Sandra la que lo empujó desde la ventana del ático, de este modo la anécdota y el enigma que conlleva se convierten en un elemento secundario.

La película que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes se estructura en el formato de un juicio. La pericia no es concluyente al momento de determinar un suicidio, existen muchos indicios que revelan la intervención de otra persona y como Sandra, Samuel y Daniel viven aisladxs en esa casa de los alpes es inevitable suponer que ha sido Sandra la mano ejecutora de la muerte. El film pasa a tener como objetivo determinar si esta célebre escritora es culpable o inocente pero lo que sucede en realidad es que se despliega una matriz psicológica que inunda cada situación de un relativismo que nos interpela. Lo que sucede es que ninguna pareja, y podríamos decir ninguna relación afectiva, resiste ese nivel de análisis. Todxs seríamos sospechosxs si se nos indagara de esa manera, si se buscara encontrar una razón en cada cosa que hacemos, si se convirtiera cada palabra y cada gesto en el dato que nos define como enemigxs.

La película es también una reflexión sobre la escritura. Sandra es alguien capaz de trabajar en cualquier contexto y situación, incluso si su esposo pone la música en un volumen altísimo. Samuel redujo sus horas de clase como profesor universitario para disponer de más tiempo para la escritura pero no consiguió terminar un libro ni interesar a los editores. Mudarse a la soledad de los Alpes también formó parte de esta estrategia de generar las condiciones para crear sus textos. Sandra extraña los días en Londres cuando la pareja aprovechaba los eventos sociales y culturales que para Samuel pasaron a significar un motivo de distracción, un elemento que atentaba contra su posibilidad de convertirse en escritor. La culpa funciona como un valor que circula entre ellxs, un elemento de presión para lograr derrotar al otro. Samuel la culpa de no poder escribir, ella lo culpa del accidente que ocasionó una parcial ceguera en Daniel. Las negociaciones en una pareja suelen ser la válvula con la que se mide el afecto y también los sacrificios, la oportunidad de tenerlo todo o de postergarse. Sandra es un monstruo en gran medida porque es más exitosa que su marido pero en Anatomía de una caída los diálogos, que tienen la envergadura de acción, la capacidad de generar intriga, de abordar el conflicto como si viéramos una contienda intelectual y emocional, no solo son importantes por su sentido sino por el modo en que se exponen. 

Hay algo impúdico en la manera en que Sandra y Samuel se manifiestan como dos seres en guerra que recuerda las obras teatrales de August Strindberg. El autor sueco del siglo XIX llevó los vínculos de pareja a un territorio donde los seres no paraban hasta destrozarse, o más precisamente hasta lograr ganarle al otro. En Anatomía de una caída lo despiadado se combina con lo sutil porque aquí no hay estereotipos (Strindberg era bastante misógino y sus personajes femeninos eran los más crueles) el guion nos lleva a un juego pendular donde podemos identificarnos, cuestionar un comportamiento y después darnos cuenta que cualquiera podría reproducir esa situación, que podemos estar en el lugar del ser que se siente herido y humillado como en el del personaje racional que logra eludir todos los ataques. 

Pero la clave del film está en ese punto de vista de la directora que nos deja en ascuas, que nos brinda una parte de la información, que es muy contundente cuando decide lo que podemos ver, lo que solo debemos escuchar, la manera en que esa escena no se revela completa para que nunca entremos en la trampa de la historia y nos veamos enredados en la tarea de capturar algunos elementos que nos permitan examinar con cierta distancia este dispositivo que busca diseminar cualquier conducta como si allí se definiera nuestra catalogación como culpables o inocentes, como los seres capaces de destruir una vida o salvarla.