“Una vez fuimos con mis sobrinos a parrandear por ahí en mi auto --dijo Claudio--. El estéreo era tan viejo que ni siquiera reproducía CD, así que puse un cassette. Y ellos, que venían de escuchar Los Redondos y Metallica, me preguntan qué era eso que sonaba. ‘Nada, una boludez que se escuchaba en los 70’’, les respondí. ¡Se volvieron locos! ‘¿Eso tan pesado sonaba en esa época?’, decían sorprendidos. Era Led Zeppelin”.

Claudio Rissi contó la anécdota con un poco de orgullo y otro de humildad. Lejos de la violencia que desprendía su personaje Mario Borges en El Marginal (acaso la interpretación más popular de las que hizo en su carrera), el actor parecía regocijarse con esas pequeñas grandes cosas. Como, por ejemplo, la de convidarle el gusto por el rock a sus sobrinos. Algo que trae desde la época en la que aprendió a tocar la batería con intensidad.

“Desde los diez años quería ser actor, pero se hacía complicado porque no tenía apoyo ni de la familia ni de los amigos”, confesó Rissi una tarde no muy lejana en su departamento de Boedo. “En cambio la batería era algo así como: ‘bueno, te juntás con los muchachos en un garaje, hacés un poco de ruido, rompés las pelotas y se terminó’. Parecía más accesible ser músico que ser actor”.

Claudio se veía en retrospectiva como un “hippie tardío” que era amante tanto de Zeppelin (“John Bonham fue un baterista fuera de serie, un animal, al punto que muere en 1980 y Zeppelin no tiene otro remedio que separarse”, explica) como de Vox Dei (“la banda que todos queríamos en el barrio”). “Fue una linda época adolescente en la que íbamos a ver películas al cine Ritz como la de Woodstock, que significaban un gran punto de encuentro. Era casi como ir a escuchar un disco con amigos”.

Antes de dedicarse a la música y a la actuación, Rissi laburaba de tornero mecánico en su Boedo natal, aunque no se achicaba a la hora de subirse al piso 24 del Hotel Sheraton para cerrar la noche con un café, un cognac y un poco de jazz. “Me portaba muy bien, no me escabiaba y pagaba todo lo que consumía. ¡Hasta me reservaban la mesa! Ponían un cartel que decía ‘Señor Daniel’, porque de chico me llamaban con mi segundo nombre. Quedaba como un bacán, jaja”.

Esas dualidades entre el rock y el jazz, el barrio y la sofisticación y la picardía y la elegancia fueron las que le permitieron construir una carrera en la actuación de teatro, cine y tele. Aunque antes de todo eso hubo un paso intenso por la música a través de la batería. “Iba a escuchar al Negro Rada con Gustavo Bergalli en trompeta y los hermanos Cerávolo, uno en piano y otro en batería. ¡Y a Adalberto Cevasco, uno de los mejores bajistas de Argentina! También vi en vivo al pianista Santiago Giacobbe, a Heber Orlando con una Fender Telecaster extraordinaria, a Patricia Clark --que cantaba como la puta madre-- y a Norberto Minichillo. Ellos son los que me insistieron para que estudiara”, asegura Rissi. Y destaca especialmente al recordado maestro Juan Carlos Lícari, quien le acercaba fotocopias con sus métodos de batería. “Cuando practicaba con él me hacía tocar y, a la vez, me charlaba: él sostenía que tenía que coordinar los pibes y los golpes con la conversación. Así aprendí”.

Su gusto por la música lo llevó en esos años a escuchar prácticamente todo lo que llegaba a sus manos. “Recuerdo una colección que venía con la revista Pelo llamada ‘Pop history’. Ahí descubrí a Cream y The Who. Y otro que me alucinó fue Jimmy Hendrix, a pesar de que en vida grabó pocos discos. Tenía un tema llamado ‘Y los dioses hicieron el amor’ que era muy cortito y me espeluznaba, porque estaba hecho con sonidos que sacaba de la guitarrea. Me remitía a El Exorcista, ya que parecía el demonio hablando a través de la nena. ¡Espantoso pero poderoso! Hendrix era un experimentador, un laboratorista. Aun no había muchos pedales, solo el Wah Wah y la distorsión, y de hecho Fender saca el efecto de sustain debido a que el negro lo desarrolla acoplando una nota en el equipo y tocando encima otra cosa”.

Sin embargo su voracidad melómana desaceleró cuando comenzó a trabajar formalmente como actor. “Llegué hasta Arco Iris, Almendra o Pappo’s Blues, pero después aparecieron Pastoral, Sui Generis y esos dúos acústicos y folks, y entonces la cosa medio que me dejó de gustar. Reconozco que es medio insolente lo que digo, porque ese Charly García marcó una época incluso siendo tan jovencito. Pero a mí me conquistó después, debido a que lo tomé tardíamente. Hoy tengo discos enteros de él que disfruto como la puta que lo parió, y en mi auto convive con Atahualpa Yupanqui, B.B. King, el Polaco Goyeneche, Charles Brown o la cantante francesa Zaz”.

 

En su departamento había un teclado tapado. Estaba aprendiendo, aunque lo tocaba de tanto en tanto. ¿Qué pasaría si, de repente, le armaban una batería delante suyo? “¡Nada! ¡Ya no podría tocar un carajo”, respondió antes de soltar una carcajada. “Hace un tiempito me regalaron unos palillos de los chicos de No Te Va Gustar y simplemente los guardé. Los había ido a ver al Gran Rex y fue muy loco, porque antes habíamos compartido un asado sin que yo supiera que eran ellos. En un momento me preguntan qué tal me parecía la banda... y menos mal que dije que me gustaban... ¡porque al lado mío estaba sentado Emiliano Brancciari, el cantante!”.