La obra de Cecilia Vicuña, poeta, artista y activista feminista, plantea un posicionamiento comunitario, donde el rescate de tradiciones ancestrales y precolombinas, la memoria, el erotismo y lo femenino, ocupan un lugar medular.

También el feminismo y el ecofeminismo, como opresión al género y al medio ambiente, aparecen en toda su práctica artística. Nacida en Santiago de Chile en 1948, vivió en ese país hasta 1972, un año antes del golpe militar contra Salvador Allende, cuando deja Chile y se va a Londres. Algunos años después viaja a Colombia, uno de los pocos países de América del Sur que no estaba bajo una dictadura. En Bogotá, atravesó un periodo de explosión creativa: dibujos, collages, pinturas y acciones en espacios públicos. 

Su arte converge con sectores populares y con la idea de emancipación, ya desde los años 60. El colonialismo, la dictadura chilena, la rapiña de tierras y aguas de los pueblos de la Amazonia, -“sin humedad no hay humanidad”, recuerda la artista- el deseo de justicia social y la potencialidad creadora de las mujeres latinoamericanas son núcleos que Vicuña recorre en toda su obra.

¿Dónde nacen esos posicionamientos?

--Nacen de mi infancia. Tuve la suerte de crecer comunitariamente, mis abuelos paternos tenían la visión de que la familia tenía que permanecer junta. Ellos tenían seis hijos y un pedacito de tierra al sur de Santiago y a medida de que se iban casando les daban a cada uno un pedacito. Entonces yo crecí en un lugar completamente silvestre, en una casita de adobe pero donde todos los miembros de la familia eran intelectuales, profesores, artistas, científicos, filósofos o abogados defensores de los derechos civiles. Era un ambiente muy utópico, esto lo digo con la perspectiva de ahora, muy paradisíaco. Una tonelada de niños que nadie vigilaba, animales, bosques, bichos de todo tipo y siempre miles de bibliotecas. Tres de las mujeres de mi familia eran artistas, entonces yo viví en ese mundo de talleres, bibliotecas y vida silvestre.

La niña oscurita

De muy pequeña, Cecilia sintió que el paraíso era posible porque su familia era una familia que luchaba por la justicia y habían acogido a refugiados de la guerra civil española. “Era una familia internacional, con unas discusiones políticas impresionantes. En mi casa se leía literatura en cinco lenguas, llegaban libros y revistas de todos los países. Sea como fuere, ya mi mamá decía que yo pintaba antes de hablar y escribía  imaginariamente antes de saber escribir. Entonces ese ambiente hizo posible que yo piense y sienta como lo hago”.

Chile tiene una tradición de artistas mujeres muy fuerte. La pintura Violeta Parra, de 1973, muestra un retrato de la cantante fragmentado en tres partes. De ese mismo año es, El Ángel de la menstruación, donde se ve a una Pachamama, diosa de la Madre Tierra, ante quien las mujeres pueden honrar su propia menstruación. Y rescata “la nueva mujer de América Latina, con una potencialidad creadora y vital”. 

El activismo feminista también es una plataforma de articulación para tu inspiración y creación, ¿por qué?

--En ese espacio paradisíaco que te contaba no todo lo que sucedía era paradisíaco. Por ejemplo, de toda esa familia yo era la niña oscurita. Porque de todos los hermanos de mi papá, el único que se casó con una mujer oscura fue mi papá. Por lo tanto, en todo ese desbande de primos, yo era la única niña oscurita. Y me di cuenta desde un comienzo lo que eso significaba. Entendí eso de ser menos por ser mujer y oscurita antes de tener tres años. El feminismo siempre fue una lucha silenciada y ocultada, pero cuando a los once escuché acerca de la quema de corpiños, dije: “¡Ah! ¡Yo soy feminista!” Es decir que la niña sentía la diferenciación de valoración. Porque todo ese mundo también era machista y eurocentrista. En la pintura Janis Joe, de 1971, hay una energía erótica que desafía el control patriarcal, hay mujeres desnudas que protestan en las calles, fantasías de animalidad, activistas feministas en lucha, inclusive se ve a Angela Davis escapando de la cárcel. 

Violeta Parra

¿Cómo era la coyuntura que estabas viviendo en ese momento, qué cosas enredaban el mundo en esa época?

--Yo creo que lo maravilloso del periodo de los años 60, era que había que buscar la liberación. Entonces todo lo que leía, los comics, las novelas, los filósofos que leía, más las noticias era que el mundo se había llenado de hippies. Era una época en que todo se tenía que transformar, todo tenía que cambiar para ser gozo y plenitud total. Ese sentido orgásmico de la plenitud total era de lo que se trataba la vida, la cultura, la revolución. Eso es Janis Joe, una explosión universal en la que todo el mundo está en ese plano. No era una sociedad represiva, mi papá que era abogado y mi mamá que era enfermera participaban de esa estética. La minifalda, el pelo largo, quiero decir que la cultura misma de Latinoamérica de esa época era totalmente distinta a como es ahora, después de las dictaduras.

Cecilia Vicuña


Palabrarmas

Un día, Cecilia vio una palabra como si fuera una visión, “y esa palabra se llamó a sí misma ‘palabrarma’, que significa una palabra que es un arma. Pero también significa ‘labrar’, trabajar las palabras como quien trabaja la tierra”. 

Volviendo a la niña que eras, tenías visiones interiores a partir de las cuales creaste en 1974 las “Palabrarmas”. ‘Siembra’ es una palabrarma que significa ‘síhembra’. Sí, mujer. Sí a la hembra. Decís que sembrar es decir sí a lo mujer, a lo femenino, a la fuerza vital de esta tierra.

--Te cuento que yo me consideré siempre un animal andino. Porque nací y me crié al pie del cerro. En ese universo que yo te contaba paradisíaco muchos eran jardineros y horticultores, además de intelectuales. Cuando a mí me pasaron un pedacito de tierra, de un metro por un metro, yo tenía la responsabilidad de plantar mi lechuga y cuidarla, y yo era una guagua de 4 o 5 años. Me acuerdo vívidamente de la sensación de estar al cuidado de una planta. Y me acuerdo el dolor y la vergüenza que sentí al verla morir porque no la supe regar. Y por contraste ver la alegría y belleza de cómo todo florecía y florecía: arcos de rosas, duraznos, zanahorias, alcachofas recogidas de la tierra. Entonces esa idea de que decirle sí a la vida es decirle sí a la tierra y sí a la hembra, nace de aquella crianza, una niña de tierra, una niña que nace y juega en la tierra. Las palabrarmas nacen así. Como adivinanzas, palabras que se abrían y me mostraban su universo interior. Las palabras mismas eran instrumentos eróticos pero no un erotismo humano, un erotismo palábrico. Los niños son seres tan vibrantes y creativos… que yo creo que la educación es el motivo y la razón por la cual estamos en este estado de opresión, alineación y peligro de extinción en el que estamos. Es por la educación tan monstruosa que se viene aplicando hace 200 años.

El Angel de la Menstruación

En tu obra trabajás con Quipus, esas amalgamas de nudos y colores concebidos como poemas en el espacio, una forma de “escuchar un silencio antiguo que espera ser escuchado,” decís. Comprometerse e involucrarse son conceptos clave en los que se apoya esta práctica de creación de quipus, ¿por qué?

--Te voy a dar una explicación visceral. Una vez leí, a principios de los 80, a dos hermanos matemáticos, Robert y Celia Ascher que decían que el quipu procedía de la imaginación táctil al interior del útero. El quipu es una idea muy antigua que tiene 5000 años por lo menos, e involucra una precisión del cosmos, del cuerpo, de la lectura y de la relación de todas esas cosas, las unas con las otras. Lo que el quipu anuda es la existencia misma, la vida como interacción, como reciprocidad, como encuentro. El quipu mismo transmite una memoria de las miles de personas que hicieron quipus a lo largo de los 5000 años. El quipu me enganchó, sigo adoptada por el quipu, no lo pienso soltar y espero que no me suelte. Ese compromiso de encontrar algo que es deslumbrante, que es incomprensible, y una se afilia a eso, se adhiere a eso. A ese sentipensar, a un sentir que todo está vivo y todo tiene que ser pensado, respetado y considerado.

¿Qué te produce la creación?

--Infinita felicidad y olvido de todo lo que perturba. Me levanto a trabajar en las cosas inverosímiles que significan la poesía y el arte. Vivo para eso y ahora, en mi vejez, vivo de eso, cosa que nunca imaginé y sin embargo ahora sucede. Siento infinita gratitud frente a todos los que crearon el arte de crear. Crear es posible porque hay un linaje infinito de creadores humanos.

Soñar el agua

Cecilia Vicuña

Hasta el 26 de febrero, 2024

En el Malba