La votación fue a mano alzada, por amplia mayoría y con poco público en los palcos. Así, a las 9 de la noche del 3 de junio de 1987, Diputados sancionaba la Ley de Divorcio Vincular, que llegó con la recuperación democrática. Había pasado casi un siglo desde el primer proyecto y en esta oportunidad casi no obtuvo resistencia, aunque, como frente a la sanción de otras leyes que marcaron la historia más reciente –Matrimonio Igualitario y la de Interrupción Voluntaria del Embarazo– los sectores más conservadores ligados a la Iglesia Católica se opusieron con fervor. El “para toda la vida” o el “hasta que la muerte nos separe” que se prometía en las ceremonias religiosas no era la realidad para millones de argentinos y argentinas: había separaciones de hecho, muchas personas volvían a formar parejas, convivían y hasta tenían hijos, pero sin marco legal. La única vía permitida que existía hasta ese entonces era el “divorcio por presentación conjunta” contemplado desde 1968, --dictadura de Onganía-- que había ampliado las condiciones para la separación personal, aunque sin alcanzar al vínculo.