Fue la única ruptura total en el pacto de silencio que los perpetradores estaban decididos a abrazar, quedó claro, hasta llevarse lo que sabían a sus tumbas. Adolfo Scilingo había confirmado públicamente que los prisioneros de la ESMA eran engañados con un “traslado”, subidos a aviones y dopados. Que eran desvestidos en pleno vuelo, inconscientes. Que eran arrojados vivos al mar. Que había un vuelo por semana, en ocasiones dos. Que en esta tarea participaban oficiales de la Armada de todo el país, que se rotaban, “en una especie de comunión”. Que las órdenes emanaban de la Armada. Que autoridades eclesiásticas avalaban este método por ser el más “cristiano y poco violento”. 

El testimonio era extenso, preciso, no dejaba margen de dudas. La confesión que el ex capitán de corbeta le hizo a Horacio Verbitsky fue revelada en Página/12, el libro El vuelo fue best seller. Hoy uno de esos aviones está exhibido en la ESMA, como testimonio del horror. Y el presidente y la vicepresidenta vuelven a decir que todo esto fueron excesos.