El 8 de julio de 1995 Carlos Saúl Menem asumía su segundo mandato con el 49 por ciento de los votos y, lo más curioso de esa época, una ciudadanía que juraba no haberlo votado. El voto cuota o licuadora hacía su aparición, una expresión conservadora que buscaba retener o cuidar lo poco que se había conseguido con la quimera de la convertibilidad. El entonces presidente ya había indultado a los genocidas con el que pretendió (sin éxito) cerrar el reclamo de memoria, verdad y justicia. Alineado sin pudor con los Estados Unidos, había aplicado una feroz política neoliberal que se expresaba en las privatizaciones, la apertura de la economía y la brutal caída de los índices de empleo. El segundo gobierno de Menem no fue mejor que el primero y el país se desplomó cuesta abajo para terminar estallando hacia fines de 2001. Las consecuencias de aquel neoliberalismo de Menem todavía se sufren y ahora, 28 años después, esas políticas quieren ser resucitadas como parte de una promesa bíblica que para nada garantiza un paraíso, sobre todo a las grandes mayorías.