La compra del 97,81 por ciento de las acciones de YPF por parte de la petrolera española Repsol en junio de 1999, apenas seis meses antes que culminaran los diez años de gobierno de Carlos Menem, fue el remate perfecto de un período caracterizado por la desnacionalización de la economía y la cesión de la soberanía nacional sobre elementos estratégicos, como la moneda nacional a expensas de la convertibilidad.

¿Cómo fue posible que una empresa de segundo nivel, sin reservas de hidrocarburos propios, más chica y peor gerenciada que YPF, pudiera comprar esta última para así convertirse en una de las mayores petroleras del mundo? El nacimiento de Repsol-YPF (así se llamó tras la absorción) no fue un acto de magia, sino el resultado de una decisión del gobierno de Menem de cambiar la principal joya de la abuela por divisas para sostener la convertibilidad.

Y también consecuencia de extraños manejos financieros. Repsol obtuvo un crédito por un monto mayor al de su propio valor como empresa para pagar buena parte de los 15 mil millones de euros que desembolsó para quedarse con YPF. Aunque no todos esos fondos ingresaron a la Argentina.