Hay gente que cuando se produce un accidente en la calle se acerca a mirar. Hay otra que se tapa los ojos. Yo soy de estas últimas. No quise ver la asunción de Macri en tiempo real. Imaginé que me iba a dar bronca, asco tal vez. Lo que no me imaginé es que podría darme vergüenza. Ya en la campaña electoral daba un poco de vergüenza ajena verlo trastabillar en casi todos los temas. Ese personaje un poco lelo que parecía haber pedido para Navidad un juguete demasiado complicado que no sabía ni cómo empezar a armar, ya era un papelón. Pero el bailecito torpe, de invitado pata dura de una fiesta de casamiento que pisa a los de atrás y a los de adelante en el carnaval carioca, eso fue una vergüenza de otro tipo. Siempre me pareció divertida la fantasía de la oligarquía de los “descamisados” haciendo fueguito para el asado con el parquet. El bailecito de Macri en el balcón de la casa rosada, esa felicidad tonta e impostada del que sabe en su inteligencia perversa que va a romper todo, fue mi asado con el parquet.