Atef Abu Saif nació en el campo de refugiados de Jabalia, en la Franja de Gaza, dos meses antes de que empezara la guerra de 1973. Desde entonces ha vivido a través de una guerra interminable incrustada en el cuerpo. En 1987, durante la Primera Intifada, Atef tenía 15 años cuando los soldados israelíes le dispararon en el hígado. Los pedazos de esas balas aun siguen ahí. Pero el hospital inglés, donde un cirujano británico le salvó la vida, ahora es escombros que sepulta los cuerpos de más de quinientas personas asesinadas el pasado dieciocho de octubre. Atef Abu Saif encontró en la literatura la mejor manera de hacer que su ciudad, su gente y su cultura perviva de alguna forma a tanta guerra. Es autor de cinco novelas que tratan sobre Palestina, ha sido reconocido con premios internacionales y en 2019 fue nombrado Ministro de Cultura de la Autoridad Palestina, año en el que se trasladó con su familia a Ramallah, Cisjordania.

El pasado sábado siete de octubre estaba de visita en Gaza junto con su hijo Yasser, de 15 años, para participar del Dia de la Tradición Nacional. Su hijo le había pedido ir con él para ver a sus abuelos y Atef pensó no solo en combinar reuniones de trabajo con visitas a familiares, sino también que esa sería su única chance del año de meterse al mar. En las primeras horas de la mañana del sábado corría una brisa fresca, todo parecía en calma y el cielo estaba despejado en la costa mediterránea hasta que empezaron a caer los misiles como respuesta al ataque de Hamas en Israel, que terminó con la vida de 1400 israelíes y más de 200 rehenes.

Atef y su hijo quedaron encerrados en la franja y, a partir de ese momento, sobreviven día a día “sólo por error, porque un cohete falló al alcanzarnos. Porque la muerte no nos reconoció, o nos confundió con alguien más. Nos despertamos cada día, sólo por estos accidentes” Atef comenzó a mandar mensajes de audio y texto a sus amigos fuera de Gaza para narrar, a modo de diario de guerra, la aniquilación cotidiana del lugar donde creció y donde vive la gente que él ama. Los siguientes extractos han sido editados por cuestiones de estilo y extensión y traducidos al español por Delfina Llosa. Esta crónica será recopilada y publicada por la editorial inglesa Comma Press.

Lunes 9/10

Le había pedido a Yasser que se quedara en lo de su abuelo. La lógica palestina es que en guerra todos debemos dormir en lugares diferentes, para que, si una parte de la familia es asesinada, la otra parte sobreviva. Las escuelas UNRWA están cada vez más y más llenas de desplazados y familias sin hogar. Ellos creen que las banderas de la ONU los salvarán, aunque estas escuelas ya han sido atacadas. En enero de 2009, la escuela Al Fakhoura fue atacada; en 2014, las escuelas Abu Husain fueron blanco también. En ambos casos, docenas de civiles que buscaban refugio allí fueron asesinados o mutilados. Mi primo Munier fue herido en el ataque a Al Fakhoura. Perdió ambos ojos y quedó completamente desfigurado.

Esta mañana cuando llego al edificio de Prensa, todos están ocupados descargando imágenes y escribiendo reportes a sus agencias. Estoy sentado en la habitación del gerente, con Bilal, hablando, cuando de repente una gran explosión sacude todo el edificio. El edificio de Prensa parece que estuviera bailando. Los vidrios explotan de las ventanas, el techo colapsa sobre nosotros en pedazos. El ataque es más cerca de lo que creemos. Todos corremos hacia el hall central. Uno de los periodistas fue alcanzado por un vidrio estallado. Su cabeza chorrea sangre. Pero está bien. Después de 20 minutos, sentimos que es seguro salir a la calle para verificar dónde fue el ataque exactamente. Las decoraciones de Ramadam todavía cuelgan en la calle.

Miércoles 18/10

Los dos eventos más importantes en nuestras vidas son los únicos dos sobre los cuales no tenemos ninguna autoridad: nuestro nacimiento y nuestra muerte. En el medio, jugamos un juego sin poder alguno sobre ese tiro final, el monstruoso último gol en tiempo de descuento que socava todo lo que hayamos hecho, casi burlándose. Nadie te ofrece la palabra en el final. Uno simplemente pierde.

Esta era mi segunda noche en Jabalia Camp. El lugar donde debería haber estado desde el principio, donde mi familia – padre, hermanas, hermanos- se habían reunido. Podría haber muerto aquí en la Segunda Intifada o por lo menos en la segunda larga “guerra”, en 2014. Pasamos la noche intentando encontrar una señal para escuchar la radio. La guerra nos arrastra al pasado y las viejas formas de enterarnos de las cosas. Ahora, la radio es la única vía que nos acerca las noticias. Sin internet. Sin redes sociales. Volvemos al tiempo de la radio. Las explosiones continúan, cada vez se sienten más cercanas a las anteriores. Cada vez me reviso el cuerpo, en caso que me hayan alcanzado.

Después se me ocurre un pensamiento: ¿Por qué siquiera quiero sobrevivir? ¿En qué me beneficiaría sobrevivir, si solo vivo para pasar otro día temiendo no sobrevivirlo? Hasta ahora, sigo aquí, claro ¿Pero a qué costo, si es sólo por otro día? ¿Debería darme por vencido y retirarme de este juego? Ya basta de estar doblegado por la muerte, no más búsquedas del siguiente lugar seguro, no racionalizar más lo que está pasando con nosotros. Debería simplemente dejar que ocurra, venga lo que venga.

En cuanto me visto, voy al edificio de Prensa. Allí hay electricidad, casi todo el tiempo. Por lo menos puedo cargar mi celular y pasar algunas horas, mirando las noticias en televisión. Anoche, todo el barrio donde está ubicado el edificio de Prensa fue atacado y todas las ventanas, pisos, techos estantes, puertas, todo en el edificio fue destrozado. Vidrios rotos por todos lados, pedazos de madera, aluminio retorcido, barras de metal retorcidas en cada equina. La puerta del jardín voló. Las únicas cosas que no se cayeron fueron las fotos de la Ciudad de Gaza colgadas alrededor del patio interno. La semana anterior, antes que la guerra estallara, se había abierto una muestra de la ciudad, vista a través de la mirada de los fotógrafos, celebrando la belleza de este precioso pueblo: sus calles altas, parques, jardines, vistas del puerto. Las fotos todavía cuelgan allí. Si Yasser y mi hermano Ahmed y yo hubiéramos dormido allí, como hicimos la primera semana de la guerra, no habríamos sobrevivido. Tuvimos suerte de que nuestra casa esté Jabalia.

Jabilia es uno de los lugares más peligrosos en la Franja de Gaza, uno de los más atacados. Aun así tuvimos suerte de estar allí anoche. Ahora mismo ya nadie sabe lo que es seguro y lo que es peligroso en Gaza, lo que es bueno y lo que es malo, a quien creerle y a quien no. Uno simplemente tiene que elegir. Tirar el dado.

Las noticias dicen que los israelíes quieren evacuar el 60% de los habitantes de la Franja, probablemente porque quieren aplastar la Ciudad de Gaza. Por todos lados tiran panfletos desde los helicópteros diciendo, en árabe, que quien sea que permanezca en el Norte del Wadi será considerado como integrante de la organización terrorista. Probablemente queriendo decir que pueden disparar al verlo. Pero yo no voy a obedecer sus órdenes. He pasado todo el tiempo, hasta ahora, en el Norte de la Ciudad de Gaza y Rimal, dos de las zonas más atacadas. Esto no es una locura. Lo que es una locura es simplemente obedecer sus órdenes. A veces lo único que tenés son las elecciones que tomás; debés asegurarte de que sean tuyas.

No hay garantías, de todos modos, que si me muevo al Sur esté seguro. Mi esposa Hanna me suplica por mensajes para que me reubique en Raffah, así Yasser y yo podemos estar cerca del cruce, en caso que sea abierto para para quienes poseen pasaportes extranjeros y credenciales diplomáticas. “No confío en el ejército de Israel” le contesto. “¿Por qué debería obedecerles?”

No son confiables tal como los hechos lo demuestran. Ayer, Yasser, el hermano de mi amigo Mohammed, fue asesinado junto a su familia en Nuseirat Camp, al moverse de al Sur desde la ciudad tal como los israelíes habían ordenado. Y muchos otros que obedecieron esas órdenes ni siquiera llegaron tan lejos. Ayer, docenas fueron asesinados en grupo con ataques de misiles en la calle Salah El-Din, arteria principal de la Franja, cuando iban al Sur. Murieron esperando en el tráfico, yendo despacio al Sur, siguiendo órdenes.

Mientras pienso cuál es el futuro de esta ciudad, si lo hubiera, estoy obligado a seguir escribiendo. Mediante la escritura podemos mantener los lugares vivos, podemos dejar nuestros recuerdos de calles que ahora son escombros, las casas que han sido aplastadas, podemos no solo evitar que sean olvidadas sino también crear un mapa para saber cómo deben ser reconstruidas. Igual a como eran, donde sea que vayamos a terminar.

Toda la familia de la casa de mi primo Hatem murió cuando la bombardearon. Sólo Wissam, mi sobrina de 23 años sobrevivió para mantener sus historias, para contar lo que pasó, para decirnos sobre sus últimos momentos, las últimas pocas risas, los últimos pocos abrazos. Alguien tiene que demostrarnos que nadie puede terminar la vida, la vida es un obsequio, que quien sea que nos lo haya dado lo protegerá. Esto no es una plegaria, ya que no hay plegaria que pueda cambiar el curso del destino, es un sentimiento que tengo, uno que me abruma, cada tanto. Lo sentí anoche, visitando a Wissam en el hospital, cuando distinguí una niña en el pasillo que, a pesar de todo el caos y la multitud, hacía su tarea escolar tranquilamente.

Sábado 4/11 (Día 29)

Era cerca del atardecer cuando vi de cerca a la muerte. Vino a abrazarme y llevarme en un viaje de ida. Estaba conversando con mi amigo, Mohammed Hokaiad, que se aloja en AL-Shifa para cuidar a su esposa herida. Lo encontré cerca de la puerta principal del hospital después de haber visitado a Wissam. Hablamos por diez minutos, intercambiamos plegarias y promesas de futuros encuentros, cuando explota un misil: en la entrada del hospital.

Esto fue alrededor de siete u ocho metros de donde estaba parado. Unos momentos antes había estado charlando con un joven a quien conocí hace tiempo cuando fui maestro. Él es del Campamento al-Shati pero ahora está refugiándose con su familia en el hospital. Sugirió que debería reubicarme ahí con Yasser. Un típico intercambio de guerra, corto y al pie. Seguí caminando unos metros hasta donde me encontré con Mohammed. Ahí escuchamos el BOOM. Siempre estamos escuchando explosiones, claro, y todas las veces creemos que son a pocos metros, pero esta vez sí lo era. Todos saltamos y escapamos en distintas direcciones, sin saber dónde había impactado. Luego, miramos hacia arriba siguiendo la estela de humo hasta la entrada. Gente gritando, dando alaridos y corriendo. Muchas de las ambulancias que estaban saliendo justo cuando fue el ataque, dieron la vuelta y abrieron sus puertas. Cinco unidades aparecieron para atender a los heridos. La zona esta colmada la mayor parte del tiempo – con familias, vendedores, autos, periodistas, médicos y enfermeras – es un cuello de botella por el cual esta nueva, imposiblemente sobrepoblada “ciudad” temporaria va y viene cada día. Los israelíes sabían exactamente lo que hacían. Tenía que correr, ¿pero a dónde? Mohammed Hokaiad tenía miedo que esto fuera la primera parte de un “anillo de fuego”, lo que significa que el final de la cuadra sería bombardeado, hacia el norte, después hacia el sur, destruyendo toda el área dentro del anillo. “Tenemos que salir del anillo,” me gritó. Normalmente, estos anillos ocupan un par de manzanas, más bien de forma cuadrada, con las calles principales en los cuatro lados. Por eso corrimos lo más rápido posible hacia el norte. Por suerte esta vez no hubo anillo de fuego, de otro modo no hubiéramos sobrevivido. Mientras íbamos en el auto hacia calle Jalaa, no dejaba de pensar que, si me hubiese quedado charlando con el joven con el que solía enseñar, yo ya sería historia.

Mas tarde supimos que dieciséis personas fueron asesinadas en el ataque y las ambulancias fueron dañadas. Llamé a Hanna para saber si había podido comunicarse con Wissam y ver si estaba bien. Lo único que esperaba es que Wissam fuera trasladada a Egipto para su tratamiento. Ahora, cada día, nuevos pacientes son trasladados allá por la frontera de Rafah para ser atendidos. Su nombre está en la lista. Le han prometido que iría hoy, pero en una breve nota nos informaron que sería mañana. La noticia de la demora la destroza, porque acá en al-Shifa su tratamiento es sin anestesia. Grita todo el día de dolor. Para ella el peor momento es cuando las enfermeras le limpian las heridas o cuando tiene que pasar por otra cirugía. Le habían dicho que estaba todo listo para su traslado al hospital Arish en el Sinaí. Pero ahora, desde que la ruta Rashid que bordea la costa está bajo fuego de los tanques israelíes, llegar a la frontera es más lento que nunca. Ayer por la tarde docenas fueron asesinados mientras viajaban hacia el sur por la ruta Rashid. Las imágenes de sus cuerpos mutilados (partes de sus cuerpos debo decir) desparramados sobre el camino eran impresionantes. Lo único que estaban haciendo era lo que el ejército israelí les exigió: ir al sur. Ser volados en pedazos fue el premio.

Pero las imágenes más impresionantes fueron las enviadas desde la escuela primaria en Saftawi. Esto es a sólo unos cientos de metros de mi departamento. Es la escuela donde mis dos hijos, Naem y Yasser fueron durante seis años. Ahora toda la zona es demasiado peligrosa para siquiera acercarse. Los tanques se acercan desde el oeste, desde Twam y Sudania. Hasta manejar desde calle Saftawi hacia el Campamento es una locura estos días. (Mi hermano) Mohammed por lo general se niega a que tomemos por esa calle, aunque pienso que es más peligroso perder tiempo en ir zigzagueando desde el este.

Un misil impactó en una de las dos escuelas –hay una para niñas, una para niños– donde cientos de familias han encontrado refugio. Se mudaron ahí desde sus casas en el oeste, cerca de la playa. Fue la escuela de los niños la que atacaron, y la mayoría de los que murieron eran pupilos de la escuela. En vez de matemáticas, aprendieron sobre la muerte. Ni uno sólo de los cuerpos recuperados de la masacre estaba completo. Fueron todos destrozados. La escena era de un matadero donde el carnicero disfrutaba muchísimo de su trabajo. Lo hacía simplemente por diversión.

Las noticias son difíciles de seguir ya que hay demasiadas. Lo único que podés hacer es garantizar tu seguridad, y cuidar de las personas a tu alrededor. En paralelo a la masacre de la escuela en Saftawi, otro misil impactó en otra escuela cerca del hospital Indonesio (el principal centro médico en Gaza del Norte). Las esquirlas y escombros atravesaron varias habitaciones del hospital. Mucha gente fue asesinada, aún la cantidad se desconoce. Faraj me pregunta “ves alguna conexión entre la fugaz visita del Secretario de Estado Blinkin y la creciente intensidad de los ataques, especialmente a escuelas y hospitales?” No tengo una respuesta.

De vuelta en el edificio de Prensa, me preparo café. No dejo hervir el agua, para no usar tanto gas porque nos preocupa que se termine ya que no hay donde recargar la garrafa. El agua está tibia. Suficiente. En tiempos de guerra no se pregunta por el sabor, alcanza con que tengas algo para tomar. Anoche fracasé en conseguir pan. Tampoco mis amigos pudieron guardarme un poco. Herví fideos, les agregué algo de sal y los comí. Disfrutamos nuestra comida minimalista. Era suficiente para nosotros. Le prometí a Yasser: “Mañana voy a conseguir pan” Ahora es mediodía de “mañana” y no tengo idea de dónde voy a sacar pan para nosotros. Cada vez menos panaderías abren, las filas son más largas que nunca frente a las que quedan abiertas y todos están poniendo a sus familias primero. ¿Habrá pan para nosotros al final del día? Si no, tengo que pensar en alguna otra cosa para comer. Todavía tengo una bolsa pequeña de fideos. Soy un hombre con suerte. Pero convencer a Yasser de nuestra suerte es algo diferente.

Las escuelas Fakhoura fueron atacadas esta mañana y asesinaron a nueve personas. Las mismas escuelas que fueron atacadas en la guerra de 2014. Cientos de familias están viviendo ahí –en el lado noroeste del Campamento. Cientos creen que el logo de la ONU los va a ayudar. Qué mundo.