El disco long play es un perla cultural que sobrevive entre el soporte para especialistas y la pieza de colección, en un rango de fabricación muy limitada.

Como soporte de una tecnología superada de reproducción de música, el disco en tanto significante y vehículo activo de la cultura musical, pertenece quizás no tanto al presente, sino más bien al pasado de varias generaciones para las cuales fue crucial.

Tematizar el disco de acetato como objeto de la pintura, al mismo tiempo que un gesto tal vez pop, seguramente conceptual, pero fundamentalmente pictórico, podría pensarse también como una salida en busca del tiempo perdido, de las memorias infinitas que desata. La música sucede en el tiempo; la pintura en la superficie y el espacio.

Según escribe la curadora Clara Rios: “Como si fuesen capítulos, las obras se desenvuelven exponiendo una diferencia entre lo que evocan y lo que son. Al tomar la música como objeto de estudio, como herramienta que impulsa su pintura, Bazán evidencia la distancia entre lo que un objeto es y lo que despierta”.

Para Sergio Bazán, como para tantísimas personas, la música es clave en su vida. Ciertos compositores e intérpretes; voces, estilos y sonidos, capa sobre capa, resultan constitutivos de la subjetividad, como bandas sonoras vitales, fuentes placenteras que nos acompañan y transportan: nos hacen vivir en mundos y dimensiones alternativos y simultáneos. Tal disco, tal playlist, determinada discoteca (en la acepción de colección personal de discos y no en la del local donde se iba a mover el esqueleto) es un tiempo, un lugar, guiño, una escena, un salvoconducto. La música es una salvación.

En el siglo XXI la música agrega la función de haberse transformado en una lista de temas, y en muchos casos en un fluido sonoro.

Para transferir el vasto territorio de lo audible hacia el campo de lo visible está la mano que pinta, la respiración de las huellas provocadas por la aplicación de la materia pictórica sobre la tela; las superficies circulares y concéntricas que dan como resultado la imagen muda de un disco, que si bien exhibe huellas del acto de pintar, no muestra los surcos. La etiqueta también es muda, porque es un círculo amarillo, rojo o celeste sin palabras que lo identifiquen. Se trata de la evocación de un disco, que parece hiperrealismo impreso, pero al acercarse se ve como una composición notoriamente artesanal. Como la distancia que hay del ritmo que traza un metrónomo al que brota de los dedos que recorren el teclado de un piano.

Un segundo componente de la muestra es la serie de ocho cuadros de formato mediano (técnicas mixtas sobre papel, de 50 x 70 cm) en donde a través de distintos procedimientos pictóricos, del trabajo con la materia, el color y la forma, sobre un círculo que ahora remite más difusamente a un disco, se destaca el nombre de un músico/compositor y al mismo tiempo de un repertorio: Robert Fripp, Chet Baker, Respighi, Satie, Brahms, Mozart y Chopin. El pintor sería un intérprete posible, en clave visual.

Otras dos telas, tal vez en un contrapunto entre dientes y teclas, muestran la imagen de una dentadura (Implante, óleo sobre tela de 136 x 200 cm) y de un teclado (Piano en el mar, óleo sobre tela de 200 x 200 cm).

Por otra parte, en la exposición hay un grupo de grandes cuadros en los que se evocan pisadas sobre fondos de los mismos colores que los discos: amarillo, rojo y celeste. Siempre la misma clase de huella de una suela de goma, de un zapato fuerte o de una bota. Al estar en compañía de imágenes de discos, se trata de un contexto que haría pensar que las pisadas remiten a la acción de bailar, o a una cita del célebre cuadro de pasos de baile que pintó Andy Warhol, o quizás en la huella de Neil Amstrong sobre la superficie lunar. La contracara más especulativa de la imagen de la huella de una pisada es la de un detective que la analiza como indicio para su investigación, como huella de un crimen.

En este caso el impacto del color sugiere también una cita pop, pero como se trata de pisadas detenidas; de pisotones más que de pasos de baile, la música se aleja como fuente de estímulo y crece la sospecha de la huella criminal. Otro indicio posible: la parte superior de la tela de pisadas con fondo rojo, por ejemplo, está atravesada por un pentagrama sin notas musicales. La música está ausente: lo que se presenta es un silencio continuo.

Si se deja crecer la idea de que la huella de una pisada es indicio de algo ominoso, también puede pensarse en la hipótesis de un crimen en ciernes, en el que aprovechando un presente oscuro y una construcción de medios siniestros, el poder del estado sería ocupado por quienes piensan liquidar, entre otras cosas, la cultura.

* La muestra Disco, de Sergio Bazán, con curaduría de Clara Ríos, se exhibe en la galería Miranda Bosch, en Montevideo 1723, hasta fin de octubre.